Los Obispos venezolanos han conmemorado 125 años de la consagración de este país al Santísimo Sacramento este 2 de julio. En el marco de las actividades organizadas para este suceso, los prelados han celebrado una eucaristía de acción de gracias este 7 de julio.
Monseñor Jesús González, presidente del Episcopado y recién nombrado arzobispo de Valencia, presidió esta celebración. Agradeció a la feligresía apostada en la iglesia San Alfonso María de Ligorio de Caracas como la presencia del nuevo nuncio apostólico, monseñor Alberto Ortega.
Recordó que la “eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia”, por eso, “al renovar hoy nuestra Consagración al Santísimo Sacramento implica el compromiso misionero de proclamar, con claridad y valentía, que Jesucristo es el Evangelio del Padre”.
“Esta es una tarea de todos los bautizados. Es una responsabilidad compartida de pastores y fieles. Lo podremos hacer si caminamos juntos, en espíritu sinodal de comunión, participación y misión”, añadió.
Además señaló que “reconociendo la presencia de Jesús en la eucaristía, debemos reconocerlo también presente en los pobres y necesitados”. Sobre todo acercarnos “a las vidas de tantos hombres y mujeres que sufren a causa de la pobreza, la injusticia, la violencia, la conculcación de sus derechos”.
Fe comprometida
El prelado recordó que “el plan salvífico de Jesús es que los hombres vivamos en comunión con Dios al que con toda propiedad podemos llamar Padre”. De ahí que “no es casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime Sacramento, y que se utilice el término Cuerpo de Cristo para referirse tanto a la Iglesia como a la Eucaristía”.
Además ha destacado que la Iglesia en Venezuela, en su Concilio Plenario (2000-2006), trazó “la línea teológico-pastoral de comunión y solidaridad”, por ende, “debemos recordar siempre que el pan que nos da el Señor es para la vida del mundo; lleva consigo intrínsecamente un dinamismo social”.
Monseñor González fue enfático: “Nadie puede exigirnos que releguemos nuestra fe a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos”.
La fe auténtica implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de construir el Reino de Dios. “Ayer en Trieste, en el marco de la 50.ª Semana Social de los Católicos en Italia, nos recordaba el Santo Padre Francisco que la indiferencia es el “cáncer” de la democracia, y que el corazón herido de una sociedad, se cura con la participación”.
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