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Flavio Lauría: “La Doctrina Social de la Iglesia existe desde la predicación de Cristo”

“La Doctrina Social de la Iglesia existe desde la predicación de Cristo”. Tajante. Así ha planteado el padre Flavio Lauría, durante su intervención en el Simposio Internacional de pensamiento social cristiano por los 40 años del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).

El sacerdote argentino es el coordinador para las Américas, con énfasis en el cono sur, del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral y fue el enviado especial del cardenal Michael Cerny para este evento.

Considera que “el ser humano, como ser trascendente, vive plenamente la dignidad del ser imagen de Dios, en todas sus dimensiones: en el contexto social, en el contexto económico, en el contexto político”, por ende, “el plan de salvación del Padre debe hacer llevar la salvación en las realidades temporales concretas” como lo hizo Cristo en su momento.

Aún cuando hay un consenso general que la doctrina social de la Iglesia se institucionaliza con el papa León XIII con la encíclica social Rerum Novarum, asegura que “la dimensión teológica es necesaria tanto para interpretar, como para resolver los problemas de la sociedad actual, como decía San Juan Pablo II en la Centesimus annus”.

Es así como la teología, la Palabra de Dios, el testimonio de Cristo, resulta esencial para “interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana”.

La salvación integral

El padre Lauría también acuñó el término ‘salvación integral’, “un nuevo término, podemos llamarla así, porque el desarrollo Humano Integral es promover la dignidad en cada realidad del ser humano”.

De hecho, el Papa Francisco, “en la encíclica Laudato Si’, sabemos, no es sólo una encíclica ecológica sino integral: explica que la Casa Común y sus habitantes forman la Creación”, por eso, “la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”.

De allí que “no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano”. En este sentido, cuando el pensamiento cristiano” reclama un valor peculiar para el ser humano por encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así provoca el reconocimiento del otro”.

De tal forma que la apertura a un ‘tú’ capaz de conocer, amar y dialogar “sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su apertura al «Tú» divino”.
Para el sacerdote “no se puede concebir una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia”.

Cultura del descarte

El padre Lauría advierte del peligro del antropocentrismo extremo: “El ser humano se pone en el centro, da prioridad absoluta a la conveniencia inmediata y todo lo demás se relativiza”.

Esta encuentra un caldo de cultivo en la globalización del paradigma tecnocrático, porque “el relativismo está en conjunción con el paradigma tecnocrático y el culto al poder humano ilimitado” y es “a través del pecado como se rompe la relación de amor de Dios con el Hombre: el pecado original trae como consecuencia el pecado social”.

Planteó que “rompiendo la relación, se fomenta el dominio y el abuso, el hombre se constituye como Dios, se mal ejecuta la libertad sin límites sobre el prójimo y la creación. Aparece una dicotomía entre Economía y Cultura del descarte”, refiere.

Por ello, en reiteradas oportunidades “el Papa Francisco habla de la cultura del descarte como una cultura de exclusión a todo aquel y aquello que no esté en capacidad de producir según los términos que la sociedad moderna exageradamente ha instaurado” y que excluye “desde las cosas y los animales, a los seres humanos, e incluso al mismo Dios”. En definitiva, el término ‘valor’ para la cultura del descarte, es sinónimo de producción y consumo.

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