El asesinato del fiscal César Suárez, este 17 de enero, es uno de los últimos acontecimientos que muestra el nivel de violencia que vive Ecuador. El fiscal tenía bajo su responsabilidad la investigación de la toma del canal de televisión ocurrida el 9 de enero. Como parte del proceso, lideró el interrogatorio a 13 de los sindicados que irrumpieron con violencia en las instalaciones de TC Televisión en medio de una transmisión en vivo. Hecho que se agravó con el secuestro de los trabajadores del medio durante varias horas. A eso se le agregan sus investigaciones por otros casos de corrupción.
El fiscal, no contaba con un esquema de seguridad que le ayudara a proteger su vida y por ahora, las indagaciones son de carácter preliminar. Suceso que se une a los motines en 7 cárceles, el secuestro de guardianes y la fuga de líderes de bandas criminales. El presidente Daniel Noboa, declaró al país en conflicto armado interno, las fuerzas armadas buscan restablecer el orden amparadas en la declaratoria de 20 bandas criminales como grupos terroristas, lo que las convierte en objetivo militar.
Ir a las causas
Días antes del homicidio, Mons. Luis Cabrera, presidente del episcopado ecuatoriano, recibió el premio Jesús Maestro en el marco del XXVIII Congreso Interamericano de Educación Católica organizado por la CIEC, desde Santo Domingo analizó la situación del país. El prelado invitó a las autoridades a “ir a las causas” de los problemas, porque en su opinión “la violencia es un síntoma de algo más profundo”.
Refiriéndose a la lectura que hace la Iglesia ecuatoriana de la situación, recordó que el consejo de presidencia de la Conferencia Episcopal, emitió un comunicado donde rechaza toda forma de violencia, justamente por sus consecuencias trágicas. “Nosotros invitamos a las entidades estatales y la sociedad civil a unir fuerzas, voluntades y corazones, para que las personas puedan recuperar la paz”. Desde su punto de vista el objetivo es “vivir en un ambiente donde puedan encontrarse como seres humanos, como compañeros, amigos y porque no, como hermanos”.
Así, el prelado explicó el conflicto ecuatoriano desde las que considera son sus causas estructurales. “Nosotros hemos identificado algunas de ellas, quizá la principal, la más desafiante, es la pobreza,” afirmó.
El desafío de educar
Pobreza que se manifiesta en todas sus formas. “Comienza por la falta de educación, salud, vivienda y trabajo. Este es el caldo de cultivo donde fácilmente los grupos organizados hacen presa fácil a niños y jóvenes para convertirlos en sicarios y extorsionadores”. Para el prelado, “el problema no es solo de Ecuador, sino de América Latina” y pensando en el cierre del XXVIII Congreso Interamericano de Educación comentó que no puede “dejar de pensar en las grandes mayorías, en esos niños o adolescentes de ahora y que en 10 o 15 años, sino tienen educación o una formación integral, para el trabajo, una formación ética o espiritual pues… que va a ser de ellos”.
Ante esta situación el obispo afirma que los ecuatorianos no pueden quedarse con los brazos cruzados o indiferentes. “Como Iglesia hacemos nuestra parte, asumiendo la responsabilidad de 21 entidades educativas de las cuales 19 están ubicadas en barrios periféricos que llamamos deprimidos económicamente. Ahí estamos, pero sabemos que no es suficiente”. Pese a todo la Iglesia del continente, sigue teniendo un papel de suma importancia en la formación de los principios morales y espirituales de niños y jóvenes.
“Para nosotros, la educación es un desafío, porque a veces cuando hablamos de pedagogías, didáctica y materias, quizá estamos pensando en grupos muy pequeños, en una élite selecta que tiene los recursos económicos, para acceder a esa educación; pero la pregunta es por los demás, los miles y millones de personas abandonados a su suerte”.
Entonces el también arzobispo de Guayaquil, advierte que la Iglesia debe crear conciencia de unidad. “Todos somos ecuatorianos, no solo las personas que hoy comen, sino los que no comen, no solo los que tienen educación, sino los que no pueden acceder a ella. Yo creo que debemos sensibilizarnos con hechos concretos, expresiones reales, de tal manera que no se quede en un sentimentalismo, una quimera, un sueño lejano porque al final las personas seguirán muriendo de hambre y nada haremos”.
Una invitación al diálogo
Respecto a la situación el prelado confirmó que hasta el momento la Iglesia no ha sostenido ninguna reunión con el presidente Daniel Noboa. “No hemos podido conversar con él. Esperamos que, a partir de los acontecimientos, encontremos un mecanismo de tal manera que como iglesia podamos aportar con aquello que sabemos. La invitación es a dialogar que se sienten a la mesa personas de diferentes tendencias políticas e ideológicas por esta causa común. Nosotros como Iglesia estamos abiertos”.
Lógicamente explica que cuando se habla de Iglesia, debe pensarse en todas las regiones del país, porque la institución está ubicada en los lugares más difíciles. Incluso, donde el Estado no ha llegado. “Pensemos en la región Amazónica, donde tienen que caminar dos o tres días de un sector a otro. Como iglesia siempre estaremos con los brazos abiertos, dispuestos a dialogar y colaborar para afrontar no solo los fenómenos, sino las causas que originan estas situaciones de violencia entre hermanos,” sostuvo.
El presidente Daniel Noboa implementó medidas que van desde el estado de conmoción interior hasta el toque de queda. Mons. Cabrera califica estas acciones como extremas, aclarando que sus decisiones responden a la situación de la gente. “Era invivible, insoportable, cada día morían 2 o 3 personas o familias enteras. La ciudadanía no tenía miedo sino pavor, pánico. Nosotros somos realistas, pero son problemas estructurales vienen de décadas atrás, pueblos completamente abandonados y eso nos parte el alma”.
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Una mirada clara
Mons. Cabrera enfatiza en que “no basta con reprimir, controlar o como dicen ahora, neutralizar. Hay que ir a las causas, porque es una bomba de tiempo que explotará con mayor fuerza en cualquier circunstancia. Entonces no solo es un problema del Estado sino de la ciudadanía que incluye a los empresarios y el mundo laboral”. En palabras del obispo “no puede desconocerse el fortalecimiento del crimen organizado, es una situación que los integrantes de las mismas bandas ratificaron y la Iglesia constata diariamente porque “en los barrios en donde estamos, no hay familia o negocio que no aporte semanalmente algo para poder funcionar. No podemos cerrar los ojos, pero más allá de la organización, debemos volver a las causas que originan estas realidades sociales y económicas y hasta políticas”.
“Los más afectados somos todos,” advirtió el representante de la Iglesia. “Hay muchas personas que se han visto obligadas a cerrar sus negocios y ya no tienen lo necesario para vivir. Las escuelas, colegios y hospitales están siendo amenazados. Entonces creo que como ciudadanos debemos buscar alternativas o soluciones. Nosotros no tenemos la receta. No tenemos soluciones mágicas, simplemente podemos invitar a sentarnos a conversar y juntos encontrar alguna salida”.
“Debemos pensar en las familias, niños y jóvenes que lamentablemente se han involucrado en situaciones de violencia. Cuando hablo de ese tema, vienen a mi mente todos los cientos de miles de niños que se encuentran en estas zonas sin estudio, sin trabajo, sin salud… ¿Qué van a hacer?. Desde luego, no quiero justificar de ninguna manera, pero son condiciones que explican sus actuaciones . Exhorto al Estado a invertir en salud, educación, vivienda y trabajo; para que las personas tengan los medios dignos para vivir como seres humanos y no busquen otras salidas,” concluyó.
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