Fernando Canchón/ Dr. Economía
La Iglesia latinoamericana afianzó su figura desde mediados del siglo XX. Las conferencias episcopales latinoamericanas son una novedad histórica de esta Iglesia regional, que ha colaborado a gestar un peculiar modo latinoamericano de ser Iglesia.
En este proceso fue decisiva la I “Conferencia General del Episcopado Latinoamericano” celebrada en Río de Janeiro en 1955. Uno de sus grandes frutos fue la fundación del «Consejo Episcopal Latinoamericano»-CELAM, organismo regional coordinador de las «conferencias episcopales nacionales» y organizador de las conferencias generales del episcopado latinoamericano.
En tal sentido, América Latina se convirtió en la primera región en contar con un cuerpo episcopal. Luego se crearon otras instituciones regionales como la Comisión Pontificia para América Latina (CAL); la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), entre otros.
Un momento para la revisión y de reflexión sobre los desafíos pastorales
Cinco han sido las conferencias generales del episcopado latinoamericano celebradas: Río de Janeiro (1955); Medellín (1968); Puebla de los Ángeles (1979); Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).
Como dato relevante, cabe remarcar, que las ceremonias de apertura de la segunda a la quinta conferencia han contado con la presencia de los pontífices: Pablo VI (Medellín); Juan Pablo II (Puebla); Juan Pablo II (Santo Domingo); Benedicto XVI (Aparecida), quedando en evidencia la importancia que representan estos eventos continentales para la Iglesia universal.
Las conferencias en sí, han sido una clara expresión de la vida de la Iglesia en América Latina, con sus características particulares, con sus acentos singulares, con su impostación propia, siempre en explícita comunión con el Sumo Pontífice y la Iglesia universal.
En ellas, se ha manifestado la vida de las comunidades eclesiales con sus temores y esperanzas, con sus gozos y tristezas, con sus debilidades y fortalezas.
Han sido ocasión de revisión y de reflexión sobre los desafíos pastorales para la misión de la Iglesia en América Latina.
Para comprender mejor el camino pastoral iniciado en América Latina y el Caribe, debemos centrar nuestra mirada en el legado heredado del histórico acontecimiento eclesial como fue el “Concilio Ecuménico Vaticano II” (1962-1965), convocado por el papa Juan XXIII. El Vaticano II es concebido como el Concilio del Pueblo de Dios.
Conferencias Episcopales en América Latina semilla de liberación para los más pobres
Los documentos conciliares han sido la brújula segura que ha guiado el camino pastoral de la Iglesia universal. A cincuenta y siete años de su difusión, aún conservan su actualidad. Hay que reconocer que América Latina ha sido el continente que más en serio tomó la recepción del Concilio Vaticano II, y donde más transformaciones han tenido lugar.
La segunda conferencia de Medellín (1968) hizo la primera recepción del Concilio, fue un fenómeno original por su vida litúrgica, el espíritu conciliar, el contexto histórico, la mecánica de trabajo y la participación de todos sus miembros. En Medellín, nuestra Iglesia asumió un decisivo perfil evangelizador y profético en favor una liberación integral de los pueblos más pobres.
La tercera conferencia de Puebla retoma la evangelización liberadora y le añade la exigencia de la inculturación. En Santo Domingo se trató de profundizar sobre el papel de la Iglesia ante la realidad que viven los pueblos del Continente, sobre todo, los indígenas y afro-americanos, el tema de la inculturación. En Aparecida convocó a la conversión pastoral y la renovación misionera, comprometiéndose a animar una misión continental permanente.
Los documentos conclusivos emanados de las conferencias han constituido un referente de la identidad y la misión de la Iglesia latinoamericana, su relevancia ha sido tal que incluso han llegado a ser reconocidos como expresión de un magisterio continental.
Después del Concilio, la Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y más profunda de que «la evangelización es su misión fundamental» y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy.
Las conferencias episcopales han sido momentos importantes en el proceso de autoconciencia de la Iglesia en el despliegue de su misión evangelizadora en el continente. Toca ahora recoger ese dinamismo de continuidad y renovación y atender a los nuevos rumbos que va señalando el Espíritu Santo para el Pueblo de Dios que peregrina por tierras latinoamericanas.
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