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Mons. Luis Marín: “En la sinodalidad soy partidario de la política de las tres pes: paciencia, perseverancia y presencia”

El Sínodo sobre la Sinodalidad va dando pasos y acaba de encerrar su primera etapa, la llamada fase diocesana. Ello sin olvidar que “la sinodalidad no termina nunca, porque pertenece a la Iglesia en su esencia”. De ello nos habla Mons. Luis Marín de San Martín, subsecretario del Sínodo.

Mostrando su agradecimiento por el camino recorrido, “un excelente fundamento para seguir adelante”, destaca “el entusiasmo que existe sobre todo en los laicos hacia la propuesta sinodal”, lo que le impresiona. Pero al mismo tiempo reconoce que “existe aún mucho clericalismo: si el párroco, o el obispo, es favorable, la sinodalidad va adelante y si no lo es, la puede impedir”.

Son dificultades que se afrontan desde lo que llama la “política de las tres pes”: paciencia, perseverancia y presencia. Para asumirlas, algo no siempre fácil, “lo primero es cuidar y profundizar la experiencia de Cristo”, superar el individualismo egoísta, que según el secretario del Sínodo “constituye un verdadero escándalo”, y ayudarse mutuamente.

Un camino en el que “hace falta tomar decisiones tal vez arriesgadas, ir dando pasos, buscar siempre cómo servir mejor”. Se trata de asumir que “toda la Iglesia es evangelizadora, como es comunitaria y sinodal”, que “la exigencia de testimoniar a Cristo es para todos y cada uno de los cristianos, todos debemos evangelizar”, superando el pesimismo y el miedo. También la tentación del igualitarismo y querer avanzar a partir de mayorías, señalando que el camino es la comunión.

Se inicia ahora una nueva etapa, la fase continental, algo novedoso en la historia de los sínodos, que irá dando pasos que conducirán al Instrumentum Laboris para la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que está previsto celebrar en octubre de 2023. Un camino para el que desde la Secretaría del Sínodo muestran su disposición “para aclarar, acompañar y ayudar en todo lo que se necesite”.

 

La sinodalidad no termina nunca

Acaba de cerrarse la primera etapa del Sínodo, la etapa diocesana. Sabiendo que todavía no se ha visto en profundidad todo lo que ha llegado, ¿cuáles son las primeras Impresiones?

Hemos concluido la fase diocesana, pero lo primero que habría que recordar es que la sinodalidad no termina nunca, porque pertenece a la Iglesia en su esencia. La Iglesia es siempre sinodal, en todas sus realidades y en todas sus manifestaciones. Concluir la fase diocesana no significa terminar el proceso sinodal, ni siquiera en lo que se refiere a la realidad diocesana o nacional. Las conferencias episcopales, las diócesis, las parroquias deben seguir trabajando y desarrollando los temas que aparecen en las síntesis respectivas. Las síntesis son un punto de partida, no de llegada.

Podemos decir que, en general, la llama de la sinodalidad ha prendido. De hecho, el 98 por ciento de las conferencias episcopales nombraron un referente sinodal y prácticamente el mismo porcentaje de ellas han enviado la síntesis. Jamás se había llegado a un porcentaje tan alto en sínodos anteriores. Estamos muy agradecidos a todos los que lo han hecho posible, especialmente a los equipos sinodales y a cuantos se han tomado en serio esta oferta de la gracia y han colaborado.

Sin duda, por lo que a conferencias episcopales se refiere, el proceso ha ido muy bien. Pero todavía queda mucho por hacer. Tenemos que reflexionar sobre cómo mejorar en la escucha, la apertura, la inclusión, el discernimiento, el testimonio, etc. Son temas que debemos ir considerando y que deben ayudarnos a proseguir el camino, corrigiendo lo que sea necesario. Pero tenemos, sin duda, un excelente fundamento para seguir adelante, para seguir avanzando.

 

Todas las voces siendo escuchadas

¿Otros aspectos a destacar, por lo que a logros y retos se refiere?

Estamos ante un precioso testimonio de vitalidad en la Iglesia, de comunión en la fe, que no cambia, sino que se comprende mejor y se profundiza como experiencia de Cristo vivo. Al mismo tiempo se da una progresiva apertura a la pluralidad, a la integración de las diferencias como enriquecimiento mutuo. Tenemos el reto del desarrollo de la dimensión espiritual y de oración en todo el proceso, que sea verdaderamente de escucha y discernimiento en el Espíritu Santo. Y el reto de la comunidad, de la fraternidad eclesial, que el eje de la vida de la Iglesia sea el amor, la caridad. Nadie sobra.

Otro tema muy positivo es el entusiasmo que existe sobre todo en los laicos hacia la propuesta sinodal. Impresiona. No obstante, lamentablemente, hay grupos o personas que no han encontrado cauces de escucha y participación. El ámbito básico para desarrollar la sinodalidad es la parroquia. En su mayoría han funcionado muy bien. Pero en otras el párroco se ha desentendido o ha bloqueado el proceso. Esto nos hace ver que existe aún mucho clericalismo: si el párroco, o el obispo, es favorable, la sinodalidad va adelante y si no lo es, la puede impedir. Debemos ir a otro estilo, a otra manera de vivir la eclesialidad: desde la dimensión de servicio y no de poder, desde la participación y la corresponsabilidad.

Además, hay grupos, sobre todo de los situados en los márgenes o las periferias, que nos han enviado directamente sus síntesis a la Secretaría del Sínodo. Han llegado muchas. Algunos muestran su desconfianza a nivel parroquial o diocesano. Lo que nosotros hemos hecho, en la mayoría de los casos, ha sido reorientar todo este material a la respectiva conferencia episcopal para que sea integrado. Cuando esto no ha sido posible, hemos asumido las síntesis en nuestro material para el estudio y discernimiento.

Quiero destacar también la hermosa experiencia de comunicación, escucha, intercambio y relación que hemos mantenido, desde la Secretaría del Sínodo, con los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, con los patriarcas orientales, con tantos obispos, con los representantes de la vida consagrada y los movimientos laicales, con los dicasterios de la Curia Romana. Ha sido y es de una enorme riqueza. Personalmente, esta experiencia me ha ayudado a conocer y amar más a la Iglesia, a diferenciar lo esencial de lo accesorio o circunstancial, a valorar lo que une, a ser solidario con las Iglesias que peregrinan en medio de dificultades y dolores, a ser consciente de la urgencia evangelizadora. Me ha hecho crecer como cristiano, religioso y obispo.

 

Paciencia, perseverancia y presencia

Ante estos retos, ¿cómo convencer a quienes tienen más dificultad para entrar en esa dinámica?

Todos tenemos que darnos cuenta y asumir que la sinodalidad es algo que pertenece a la Iglesia. La Iglesia “es” sinodal. No se trata de una originalidad, el Papa Francisco no se la ha inventado. Basta ir a los textos de los padres de la Iglesia, a la historia de la Iglesia, sobre todo de los primeros tiempos del cristianismo: allí encontramos la sinodalidad. Está presente la comunión en el camino como dimensión constitutiva. Tal vez con otros nombres, en una variedad de modos de concretarse, pero está presente. Nos ayuda a darnos cuenta de que no somos espectadores, sino protagonistas; pero también non confronta con nuestra responsabilidad: yo puedo ser cauce de la acción del Espíritu o puedo obstaculizarla. Si no participo, si bloqueo e impido participar, debo ser consciente de que las consecuencias son graves y el daño grande.

¿Cómo afrontar las dificultades? Yo soy partidario la política de las tres pes. Lo primero es la paciencia. La Iglesia no cambia de un día para otro. Estamos ante un proceso de renovación profunda de la Iglesia a largo plazo. Nuestros tiempos no son los tiempos de Dios. A nosotros nos corresponde sembrar con humildad y amor, con disponibilidad y valentía. Si sembramos así, vendrá seguro la cosecha, cuando el Señor quiera. Segundo, la perseverancia. No nos cansemos. Los obstáculos y dificultades son retos que habrá que superar juntos, desde Cristo. Se trata de tener constancia e ir dando pasos, ir tomando decisiones, siempre orientados a la autenticidad y a la coherencia como cristianos. Tercero, la presencia. No es un proceso solo intelectual, administrativo o estructural. Es vivencial, nos afecta a las personas y requiere presencia. Por eso debemos estar cerca, acompañar: el obispo a sus sacerdotes, los sacerdotes a los grupos y laicos, etc. Todos hacemos camino juntos. Y esto debe ser una realidad.

Vamos hacia una Iglesia mucho más compenetrada e interrelacionada, una Iglesia de escucha y participación, de comunión y dinamismo.

Cuidar y profundizar la experiencia de Cristo.

En una sociedad, de la que participa la Iglesia, también en sus problemáticas y dificultades, ¿cómo asumir esas tres pes cuando la gente se cansa inmediatamente de hacer las cosas, cuando queremos todo para ayer y cuando hoy las relaciones, más que presenciales, se han vuelto virtuales?

Sin duda lo primero es cuidar y profundizar la experiencia de Cristo. Debemos preguntarnos: ¿experimento, como cristiano, a Cristo Resucitado, en una relación personal con él? Enseguida vamos al hacer, pero recordemos que nuestra actividad debe ser evangelizadora, es decir, de testimonio de Cristo, de reflejo de Cristo. Y esto no se improvisa, porque nadie da lo que no tiene. En segundo lugar, y relacionado con esto, debemos potenciar la dimensión comunitaria de la fe, su realidad fraterna. No “virtualmente”, sino en el encuentro personal que lleve a la unión de corazones, a la comunión. El otro no es una imagen ni un holograma, sino una persona amada infinitamente por Dios.

El individualismo egoísta constituye un verdadero escándalo. Y también la polarización ideológica, con sus tristes secuelas de enfrentamientos, de agresividad entre cristianos. Desde la desunión y el insulto es imposible dar testimonio de Cristo, porque, si no hay amor, estamos separados de él. Así pues, debemos recuperar la dimensión comunitaria de nuestra fe. Y para eso es imprescindible abrirnos a la caridad. Los cristianos somos hermanos, el otro es mi hermano, mi hermana, aunque piense distinto. ¿Tanto nos cuesta asumir esto?

Debemos intentar ayudarnos mutuamente, porque nos une el amor a Cristo, el amor a la Iglesia. Si hay verdadera comunión, entonces viviremos la Eucaristía, que celebra a Cristo Resucitado en la comunidad, que se une como Familia de Dios. Y seremos creíbles. Tertuliano, en su Apología contra los gentiles, comenta que los paganos se admiraban y se cuestionaban por el amor que existía en la comunidad cristiana: “Mirad cómo se aman”. Es todo un reto, pero merece la pena porque es esencial.

 

El Espíritu Santo nos pone en la dirección correcta

¿Podríamos decir que la Praedicate Evangelium es el mapa, el plano de ruta, el GPS que nos orienta hacia la sinodalidad?

En realidad, el GPS es el Espíritu Santo que nos orienta. Hace poco me decía un hermano en el episcopado que, cuando nosotros nos equivocamos de ruta, el GPS se reprograma. Si vamos por otro camino o lo bloquemos, el Espíritu Santo se las arregla para ponernos otra vez en la dirección correcta. Y si nos equivocamos otra vez, otra vez nos reorienta a Cristo.

La Praedicate Evangelium promueve la renovación profunda de la Curia Romana, que es fundamental para anuncia la Buena Noticia. Ya en el preámbulo encontramos dos ejes sinodales para la reforma. Primero la evangelización: la Curia Romana está para evangelizar, para llevar la Buena Noticia. No es solamente una estructura burocrática. Segundo la comunión: con lo que tiene de servicio al Papa y al Colegio de los obispos. Se trata de potenciar la interconexión, el trabajo en equipo, la corresponsabilidad. Es todo un programa, una apuesta valiente que no debe quedar solo en el papel. Orienta al cambio de corazones y de mentalidades. El reto es siempre la autenticidad, la coherencia.

¿Cómo lograrlo? Hace falta tomar decisiones tal vez arriesgadas, ir dando pasos, buscar siempre cómo servir mejor. El primer impulso está dado. Se necesitan personas en esta sintonía. También oración, escucha recíproca, diálogo, instrumentos que ayuden a concretar y a desarrollar estos principios. Todos aprendemos. En la Secretaría del Sínodo estamos dialogando con los dicasterios de la Curia. Es una experiencia muy buena y estamos muy agradecidos.

 

Evangelización sinodal

¿Cómo hablar de una evangelización sinodal, de sentir todos la llamada a evangelizar y entender que es algo que nace del sacramento del Bautismo y no del sacramento del Orden o de una consagración en la Vida Religiosa? ¿Cómo ayudar a hacer realidad esa evangelización sinodal?

La evangelización es otra dimensión que pertenece a la esencia de la Iglesia. Toda la Iglesia es evangelizadora, como es comunitaria y sinodal. La evangelización no se limita a algunas personas más valientes o decididas que, siguiendo una vocación específica, van a tierras lejanas, mientras que los demás vivimos, más o menos, en la grisura cotidiana. La exigencia de testimoniar a Cristo es para todos y cada uno de los cristianos, todos debemos evangelizar, comenzando por tantos ámbitos de nuestra sociedad, ajenos al Evangelio.

A este respecto, hay dos temas que me preocupan especialmente. Uno es el pesimismo, que se resuelve en el lamento constante: todo está mal, Occidente ha abandonado a Dios, estamos en una sociedad en decadencia, hay muchísimos problemas. Y ¿qué hacemos? Con frecuencia nos limitamos a quejarnos, a lamentarnos, a llorar, cuando no a agredirnos entre nosotros, pero sin dar pasos para sanear la raíz y procurar soluciones eficaces entre todos. El segundo es el miedo, que nos bloquea. Queremos no tener problemas, nos asusta comprometernos, evitamos las críticas por caminar contracorriente. Y optamos, tantas veces, por las trincheras o bien nos cerramos, buscando seguridades. Pero el cerrarnos significa la muerte, porque todo lo que se cierra en sí mismo, se muere: personas, grupos, comunidades…

Debemos abrirnos al optimismo de Cristo Resucitado y, desde él, salir, proclamar, testimoniar, comunicar la alegría, el entusiasmo por aquel que nos llena la vida, le da sentido y cambia nuestra esperanza. Esa es la experiencia de las primeras comunidades cristianas, comunidades pequeñas, pero llenas de vida, impulsadas por el Espíritu Santo. Así, estos hermanos y hermanas, superando sus problemas y deficiencias, llevaron a todo el mundo la Buena Noticia de Cristo. Esto es la evangelización.

 

Ni clericalismo, ni asamblearismo

¿Cómo integrar en el proceso sinodal los distintos carismas, las diferentes vocaciones? ¿Cómo superar los peligros del clericalismo o del asamblearismo?

No hay un único camino para seguir a Cristo, ni una única vocación. El igualitarismo es un error y un empobrecimiento. En primer lugar, la igualdad básica como bautizados se concreta y desarrolla en las diferentes vocaciones: laical, vida consagrada, sacerdotal… Ninguna es mejor o peor, sino distinta. Al laico no se le “conceden” derechos, sino que debe desarrollar al máximo su propia vocación, con todo lo que significa y todo lo que conlleva. No para suplantar al presbítero o al obispo, estaríamos ante un modo de clericalismo, sino porque lo requiere la vocación a la que ha sido llamado.

En segundo lugar, la vocación se desarrolla en un mundo concreto: debemos tener en cuenta el tiempo, el lugar, la cultura. No debemos medir todo desde la mentalidad y la cultura europea, ni siquiera occidental. La Iglesia es mucho más amplia y el mundo es mucho más variado. Así, la sinodalidad nos abre al enriquecimiento mutuo desde lo que Juan Pablo II denominaba “unidad pluriforme”.

Por lo demás, la sinodalidad no sustituye a la colegialidad episcopal, sino que la incluye. Ni existe sinodalidad sin el obispo, como tampoco la hay sin los sacerdotes, los laicos o los religiosos. Cada uno vive su propia vocación y, desde ella, sirve a la Iglesia. La contraposición entre dones jerárquicos y carismáticos es falsa. Como también es falsa la solución asamblearista, la anulación de carismas por medio de los votos y las mayorías, desde una perspectiva política o sociológica. Cristo es mucho más, la Iglesia es mucho más: es comunión. Desde ella entendemos y desarrollamos la pluralidad como enriquecimiento.

Los pasos que nos esperan

¿Y ahora qué, cuáles van a ser los próximos pasos que van a ser dados desde la Secretaría del Sínodo?

Vamos a iniciar la etapa continental, siendo conscientes, como he dicho, de que también es preciso que cada episcopado desarrolle lo que se ha recogido en la propia síntesis de la etapa diocesana. El programa de la etapa continental, que se introduce como novedad en el proceso, es el siguiente:

En el mes de septiembre en la Secretaría del Sínodo, con un equipo internacional de 25 personas, procederemos a la lectura, reflexión y discernimiento sobre las síntesis enviadas. Y después redactaremos el Documento de trabajo para la etapa continental, que se enviará a todas las diócesis y conferencias episcopales.

Entre los meses de noviembre de 2022 y marzo de 2023, el Documento se trabajará en cada realidad continental. Son siete: África, América Latina y Caribe, Asia, Estados Unidos y Canadá, Europa, Oceanía y las Iglesias de Medio Oriente. Cada conferencia episcopal continental ha nombrado un equipo de coordinación y ha elaborado un programa de trabajo. La reflexión de cada continente se plasmará en un documento.

Los encuentros continentales prevén una asamblea eclesial, en la que se recomienda que esté representada toda la riqueza del Pueblo de Dios, seguida de una asamblea episcopal. Una vez aprobado, el documento se enviará a la Secretaría del Sínodo antes del 31 de marzo de 2023.

Con los siete documentos enviados, la Secretaría del Sínodo redactará el Instrumentum Laboris para la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que está previsto celebrar en octubre de 2023.

¿Cuáles son los objetivos de esta etapa continental? Se incluyen en la temática de todo el proceso: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”. El primero es considerar las particularidades de cada continente, sus necesidades específicas, sus posibilidades, reflexionar sobre el Documento de trabajo desde los rasgos propios de la realidad continental. El segundo es poner en conexión la riqueza de cada continente para beneficio de la Iglesia universal: seguir avanzando en el fortalecimiento de la relación entre los episcopados de cada continente, en sus estructuras propias y con la Iglesia universal, buscar el modo de ayudarnos más y enriquecernos mutuamente para lograr una Iglesia que viva y exprese la sinodalidad.

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En la Secretaría General del Sínodo estamos a disposición para aclarar, acompañar y ayudar en todo lo que se necesite. Caminamos juntos, confiados en el Espíritu. Con profundo agradecimiento y, sinceramente, con enorme entusiasmo.

 

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