En la solemnidad de la Virgen de Guadalupe, Monseñor Miguel Cabrejos, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño, renovó la consagración del organismo y sus colaboradores a la patrona del continente. La ceremonia Eucarística celebrada este 12 de diciembre en la sede del Celam en Bogotá, acogió a una delegación de la presidencia, los coordinadores de los centros pastorales y el equipo de trabajadores de la institución.
Resaltando la figura de Santa María de Guadalupe para la Iglesia del continente y en particular para el quehacer pastoral del Celam, el prelado invitó a compartir una sentida oración que destaca el rol de la Madre de Dios en la historia de la salvación y el vivo deseo de los creyentes de seguir su ejemplo como discípula – misionera al servicio de la construcción del Reino. Una plegaria que recuerda a María como un camino seguro para llegar a Cristo.
Una oración, una consagración
Nuestra Señora de Guadalupe, madre del único y verdadero Dios por quien se vive, emperatriz de América, madre compasiva de todos los que conviven en esta tierra.
Santísima Virgen María, siempre inmaculada, te saludamos como nuestra Madre verdaderamente compasiva, a ti que escuchas los sufrimientos y heridas de nuestros hermanos y hermanas te contemplamos como la flor más bella del jardín de Dios, como la armonía de todas las melodías y la fragancia de todos los perfumes que emanan de tu belleza celestial.
Acudimos a ti con toda confianza, porque eres el eco de la Palabra Divina de nuestra salvación. Bajo tu mirada humilde y compasiva volvemos a encontrar el sentido de nuestra dignidad de hijos de Dios y nos atrevemos a levantar los ojos al cielo para implorar el perdón por nuestros errores.
Desde el primer anuncio del arcángel Gabriel tu vida se conmovió y transformó completamente. Tú te convertiste en la esposa del Dios vivo en Madre del hijo único en Virgen inmaculada y fecunda, bendita entre todas las mujeres y asociada por el Espíritu a toda la obra de salvación de la Trinidad Santa. Si María, Santa María desde los orígenes fuiste reconocida como signo claro de rostro materno y misericordioso de la cercanía del Padre y del Hijo con quienes nos invitas a entrar en comunión.
Tu sí a la Palabra de Dios te hizo madre, pero también discípula de esta Palabra. Discípula misionera que meditas en tu corazón las maravillas de Dios y caminas a buen paso a las montañas del país de Judá, para ayudar a tu prima Isabel que llevaba en su vientre a Juan Bautista el precursor. En Nazaret enseñas a hablar al niño Jesús que junto con José te hace feliz, pero bien pronto es Él quien se afirma como Maestro atento a la voluntad de su Padre celestial, incluso con el riesgo de causarte perplejidad y angustia cuando se pierde en el templo.
Virgen viajera, caminante, virgen contemplativa y activa en un mismo amor por la Palabra. Seguiste a tu Divino Hijo a lo largo de su aventura terrena y mucho más allá de su Pasión, de su muerte y resurrección. Tú la mujer dolorosa al pie de la cruz y la orante silenciosa de Pentecostés. Te convertiste en Madre de la Iglesia, en reina inseparable de la realeza de Cristo sobre el universo.
Por ello, nos eres cercana, madre bienaventurada y compasiva, madre de la sagrada familia y madre de toda la familia humana a la que sueñas con congregar en el Reino de Dios. Guárdanos en la fidelidad a tu alianza y seremos ciudadanos dignos del Reino de Dios. Reina de justicia y de paz, de ternura y misericordia, prometido a todos aquellos que creen y quieren ir contigo. Te imploramos nos visites de nuevo para iluminar el camino de la Evangelización en nuestra época, olvidadiza de Dios pues tú eres la memoria viva de sus gracias.
La estrella polar en el firmamento de sus maravillas. En todas partes eres reina, reina del cielo y reina de la tierra, reina de los apóstoles y de sus sucesores, rica en la fe del pueblo de Dios con tu Si’ omnipresente que sostiene desde dentro todos nuestros “síes” a la Palabra de Dios. Inseparable del Espíritu Santo, acompañas siempre con tu fe la Palabra Divina aclamada, la Palabra celebrada y puesta en práctica por cada bautizado.
En cada Eucaristía tu ternura maternal envuelve a toda la asamblea y la une inefablemente a la Divina comunión. Madre soberana ayúdanos a recibirte, a vivir nuestra misión, como tú acogiste la tuya, aurora de la salvación.
Que el Espíritu Santo que concibió en ti el Verbo de amor del Padre Eterno, conciba en nosotros la obediencia a la Palabra, que nos convierta a todos en hermanos y hermanas, que nos lleve a la fraternidad universal y a la amistad social.
Cada visita tuya a nuestro corazón nos invita a la conversión social, cultural, ecológica y eclesial a una conversión permanente y nos apremia a vivir una caridad más ardiente hacia todos, sobre todo, hacia los más necesitados y vulnerables aquellos que son los predilectos de tu hijo y a los que nos pide amar sin cálculos ni condiciones.
Construirte una Iglesia; ¿No es acaso reunir a tu pueblo en un recinto sagrado, donde la Palabra de Dios toca los espíritus y los corazones?
Construirte una iglesia; ¿No es permitirte unir a tus hijos en una sola familia bajo el mismo techo alrededor de una misma mesa?
¿No es abrir un espacio de fraternidad, de reconciliación y de paz en el corazón de nuestras sociedades marcadas por los azotes de la Injusticia y de la violencia?
Madre de misericordia danos la gracia de construir la Iglesia contigo, para que todos juntos podamos glorificar a Dios. Estamos aquí hoy delante de ti, Madre Santísima, Madre del Dios Verdadero, para renovar nuestra fe en aquel que te eligió como mensajera de su Evangelio.
Por eso, pidamos a Dios juntos, Tú Madre nuestra y nosotros contigo, como una sola familia, que aumentes nuestra fe, la purifique, la fortalezca, la haga más valiente y radiante para el mundo crea en nuestro Señor Jesucristo. Hijo del Dios vivo, nuestro solo y único Salvador, porque «Nuestra fe sólo permanece viva si se comunica y se testimonia, ¡Que nuestra fe sea creadora, testimonial y conquistadora!!
Que responda a tu llamada para construir una casa común para todos, una casa donde pobres y ricos escuchen la misma Palabra y compartan la misma mesa Eucarística, una casa donde los conflictos se resuelvan mediante el diálogo , el entendimiento y la reconciliación.
Si, bendito sea Dios por el Hijo de tus entrañas, Madre santísima; bendito sea Dios por tu gloria, Reina del Cielo; benditos sea Dios por tu presencia entre nosotros en todos los templos y lugares donde se adora a Dios y se te rinde culto .
Gracias Madre de toda la Iglesia en América Latina y el Caribe. Amén.
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