“Se concluye la Asamblea sinodal. En esta ‘conversación del Espíritu’ hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo”. Con estas palabras el Papa Francisco hacía un balance de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que concluyó este 29 de octubre en Roma.
En su homilía, durante la misa de clausura en la Basílica de San Pedro, el Papa destacaba que “hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros. El Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal y más misionera, que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos”.
Una Iglesia en camino
Una Iglesia sinodal en misión es justamente el título del documento de síntesis que se aprobó al final de las sesiones. Se trata de un documento de 37 páginas y que consta de tres partes –precedidas de una introducción y un posfacio–: (1) El rostro de la Iglesia misionera; (2) todos discípulos, todos misioneros; y (3) tejer lazos, construir comunidad. No se trata de un documento definitivo ni concluyente, sino de un importante insumo para avanzar en el itinerario sinodal, con miras a la segunda sesión en octubre de 2024.
Este documento, así como la Carta al Pueblo de Dios, reflejan, de alguna manera, lo vivido durante cuatro semanas por los 365 representantes de los cinco continentes, entre cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicas, laicos y el propio Obispo de Roma. Todos con voz y voto, incluyendo las 54 mujeres que por primera vez tienen la facultad de aceptar o no las propuestas que se formulen “por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”, tema de este sínodo.
Cuando se inauguraban las sesiones, el 4 de octubre, Francisco recordaba que “estamos aquí para caminar juntos”. “Caminemos juntos: humildes, vigorosos y alegres”, insistía el Papa, subrayando que “no estamos aquí para celebrar una reunión parlamentaria o un plan de reformas”, porque ante los desafíos que afronta la Iglesia “no nos sirve tener una mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas”.
Poner a Dios en el centro
También el Papa evidenciaba el peligro de caer en agendas propias que lesionan la comunión y generan divisiones internas. Por eso alentaba a los miembros del sínodo a “volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia. Una Iglesia unida y fraterna, que escucha y dialoga; una Iglesia que bendice y anima, que ayuda a quienes buscan al Señor, que sacude saludablemente a los indiferentes”.
Este llamado a poner a Dios en el centro lo ha repetido en la eucaristía de clausura, al señalar la necesidad de que “estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”. Lo esencial es “Ser Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres”, dijo el Obispo de Roma.
Al tenor de lo vivido, todo apunta a que la Iglesia está redescubriendo la necesidad de escuchar a los ‘cristianos de a pie’, a los que viven su fe desde diversas vocaciones y carismas, y no solo a los ministros ordenados, que en algunas oportunidades “se exceden en su servicio y maltratan al pueblo de Dios, desfigurando el rostro de la Iglesia con actitudes machistas y dictatoriales”, como denunció el Papa en una de sus últimas intervenciones en el sínodo, el 25 de octubre, al calificar el clericalismo como “látigo”, “azote”, “que esclaviza al santo pueblo de Dios”.
El rostro plural de la Iglesia
Francisco ha sido más incisivo al manifestar la primacía de la categoría ‘pueblo de Dios’ –expresión que de alguna manera reivindica el protagonismo de todos los católicos en razón de su dignidad bautismal–, puesto que “los miembros de la jerarquía venimos de ese pueblo y hemos recibido la fe de ese pueblo, generalmente de nuestras madres y abuelas”. Así que el rostro de la Iglesia es un rostro plural, está delineado por la diversidad del pueblo creyente o, como refiere el Papa, por “el pueblo fiel de Dios, santo y pecador”, y no solo por sus ministros ordenados (sacerdotes, obispos y cardenales), que si bien han consagrado su vida al servicio de Dios, a través de la misión evangelizadora de la Iglesia, no pierden su condición de bautizados, de pueblo de Dios.
“O la Iglesia es el pueblo fiel de Dios en camino, santo y pecador, o termina siendo una empresa de servicios variados –continuó el Papa–. Y cuando los agentes de pastoral toman este segundo camino la Iglesia se convierte en el supermercado de la salvación y los sacerdotes meros empleados de una multinacional. Es la gran derrota a la que nos lleva el clericalismo. Y esto con mucha pena y escándalo”, apostilló sin titubear.
“La Iglesia es femenina, es esposa, es madre”
Otra es la perspectiva cuando se reconoce que “la Iglesia es madre y son precisamente las mujeres quienes mejor la reflejan (…). La Iglesia es femenina, es esposa, es madre”, como afirmó Francisco en la misma intervención. Por eso, “en el santo pueblo fiel de Dios, la fe es transmitida en dialecto, y generalmente en dialecto femenino. Esto no sólo porque [son] quienes saben esperar, saben descubrir los recursos de la Iglesia, del pueblo fiel, se arriesgan más allá del límite, quizá con miedo pero corajudas”.
La presencia de las mujeres en el sínodo ha sido ampliamente valorada. Asimismo, el ambiente de diálogo abierto y de confianza fue favorecido por la metodología de la ‘conversación espiritual’ en mesas redondas –también en la que se encontraba el Papa–, distribuidas a lo largo y ancho de la emblemática Aula Pablo VI, en lugar de la clásica aula sinodal que, como ocurre en un teatro, concentra toda la atención en la tarima principal que la preside. En total fueron 35 mesas idiomáticas –en inglés, italiano, español, francés y portugués– compuestas por 12 personas cada una. La inusitada imagen de las mesas redondas bien podría expresar el anhelo de una Iglesia cada vez más abierta a todos e incluyente.
“La primera y más importante lección que hemos aprendido es escuchar, y seguir escuchando, incluso escuchar hasta que duela”, comentó el Card. Michael Czerny, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, a modo de balance frente a la experiencia vivida.
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