La Vigilia pascual, noche en la que Jesús vence a la muerte, fue presidida por el Papa Francisco ante 6.000 fieles en la Basílica de San Pedro, con la participación de 34 cardenales, 25 obispos y 200 sacerdotes. Inició con el paraje de las mujeres – mujeres del alba – que “van al sepulcro a la luz del amanecer, pero dentro de sí llevan aún la oscuridad de la noche».
Así ha trazado la homilía el Santo Padre, durante la ceremonia ha bautizado a ocho catecúmenos procedentes de Corea del Sur, Italia, Japón y Albania y también les administró el sacramento de la confirmación. Detalló que las mujeres arrasadas en lágrimas, inmovilizadas por el dolor, desesperanzadas, con la imagen de que Jesús ha sido sellado con una piedra.
Pero son sorprendidas cuando llegan al sepulcro experimentan la fuerza sorprendente de la Pascua: “al mirar —dice el texto—, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande” (Mc 16,4).
Francisco explicó que “Él [Jesús], la vida que vino al mundo, ha muerto; Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia; Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz. El Príncipe de la paz, que liberó a una adúltera de la furia violenta de las piedras, yace en el sepulcro detrás de una gran piedra”.
Aquella roca, obstáculo infranqueable, “era el símbolo de lo que las mujeres llevaban en el corazón, el final de su esperanza. Todo se había hecho pedazos contra esta losa, con el misterio oscuro de un trágico dolor que había impedido hacer realidad sus sueños».
Superar los escollos de la muerte
Así como ocurrió con las mujeres también “nos puede suceder también a nosotros», porque “a veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza”.
Para el Pontífice son “escollos de la muerte” todas esas situaciones que a lo largo de la vida encontramos como “los sufrimientos que nos asaltan y en la muerte de nuestros seres queridos, en los fracasos y en los miedos que nos impiden realizar el bien que deseamos, en todas las cerrazones que frenan nuestros impulsos de generosidad y no nos permiten abrirnos al amor”.
También estos “escollos de la muerte” se manifiestan muchas veces “en los muros del egoísmo y de la indiferencia” y “en todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra”.
“Cuando experimentamos estas desilusiones, tenemos la sensación de que muchos sueños están destinados a hacerse añicos y también nosotros nos preguntamos angustiados: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro?”, acotó.
Sin embargo, estas mujeres “nos testifican algo extraordinario: al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande”.
Dios de lo imposible
El Obispo de Roma invitó a mirar a Jesús, quien “después de haber asumido nuestra humanidad, bajó a los abismos de la muerte y los atravesó con la potencia de su vida divina, abriendo una brecha infinita de luz para cada uno de nosotros. Resucitado por el Padre en su carne, que también es la nuestra con la fuerza del Espíritu Santo, abrió una página nueva para la humanidad”.
Por tanto, es “la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso. Es el Señor, Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros sepulcros, para que la esperanza no tenga fin. Hacia Él, entonces, también nosotros debemos mirar”.
Si nos “dejamos llevar por la mano de Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida. Desde aquel momento, si nos dejamos aferrar por el Resucitado, ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida”.
“Jesús es nuestra Pascua, Aquel que nos hace pasar de la oscuridad a la luz, que se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, atrayéndonos hacia el ímpetu luminoso del perdón y de la vida eterna”, ha dicho.
Renovar nuestro sí
Bergoglio ha invitado a todo el pueblo de Dios a “acoger a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas, renovándole hoy nuestro ‘sí’ y ‘ningún escollo’ podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación”.
Agregó: “Mirémoslo a Él, insistió, y pidámosle que la potencia de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma. Mirémoslo a Él, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer».
Es un momento de júbilo – prosiguió el Papa – pidiendo a todos que en esta noche santa “cantemos juntos la resurrección de Jesús» y citando al monje benedictino francés, el padre Jean-Yves Quellec, finalizó:
“Cantadlo, comarcas lejanas, ríos y llanuras, desiertos y montañas […] cantad al Señor de la vida que surge desde la tumba, más brillante que mil soles. Pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia, pueblos sin tierra, pueblos mártires, alejad en esta noche los cantores de la desesperación.
El varón de dolores ya no está en prisión, ha abierto una brecha en el muro, se da prisa por llegar hasta nosotros. Que nazca de la oscuridad el grito inesperado: está vivo, ha resucitado. Y vosotros, hermanos y hermanas, pequeños y grandes […] vosotros en el esfuerzo de vivir, vosotros que os sentís indignos de cantar […] que una llama nueva atraviese vuestro corazón, que un frescor nuevo invada vuestra voz. Es la Pascua del Señor, es la fiesta de los vivientes”.
Fotos: Vatican News
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