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Enciende tu propia luz

En el XXXII domingo del tiempo ordinario la parábola de las vírgenes desarrolla el simbolismo de la lámpara y del aceite. Existe un libro que tiene por título “Las lámparas bizantinas en Tierra Santa,” cuyo autor es el P. Stanislao Loffreda, OFM., Franciscano en Tierra Santa. La cubierta del libro tiene en el centro una bella lámpara con la inscripción en griego del Salmo 119: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi camino,” mientras que las páginas que siguen, se transforman casi en un “viaje de luz,” sobre todo a causa de las sencillas y nítidas invocaciones grabadas sobre aquellas lámparas: “La Luz de Cristo resplandece, bella, para todos”; la luz del Salvador Jesús resplandece”; “Luz de Cristo ¡Buenas noches a todos!”.

Algunas veces en estas 652 lámparas palestinas de la época bizantina es decir, del siglo IV, aparecen junto al adorno una escalera, símbolo del bautismo. O también se exalta a María, “aquella que da a luz a Dios,” o se registran las dos letras griegas extremas, Alfa y Omega, símbolo de Cristo. La parábola se desarrolla durante una noche profunda, pero iluminada por la luz de las lámparas de un cortejo nupcial.

Ahora, la lámpara en la Biblia es un gran símbolo que destella en miles de luces.  Porque, por un lado, es representación de una casa serena, habitada por una familia armoniosa:  y de otra parte, en las antiguas habitaciones del Cercano Oriente, se dejaba siempre encendida la lámpara, también durante el día, para tener siempre a disposición el fuego. Aquella luz se convierte en signo de vida y de laboriosidad, como se describe en el maravilloso retrato de la mujer sabía en el libro de los Proverbios: “Ni siquiera de noche se apaga su lámpara” (31,18).

La luz verdadera

Una casa disgregada tiene la luz apagada y está inmersa en la oscuridad: “La luz del malvado se apaga y la lámpara, alzada sobre su cabeza, se extingue” (Job 18,5-6). La lámpara es, pues, imagen de bendición y de felicidad, de armonía y de amor. Es por eso que el símbolo viene orientado hacia aplicaciones directamente “teológicas” y espirituales.

Frecuentemente en el Antiguo Testamento la lámpara es signo del rey David y de su descendencia: “Por amor de David, el Señor ha concedido una lámpara en Jerusalén” (1Re 15,4) (2Sam 21,17; 1Re 11,36; 2Re 8,19; Sal 132,17). La lámpara se convierte así en imagen mesiánica y es sobre esta estela luminosa que se afirma de Cristo: es “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (1,9). Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas. Es una luz existencial.

Es de esta irradiación que también los fieles deben convertirse en lámparas vivientes. Lo es ante todo el Bautista: “Él es una lámpara que arde y resplandece». Con la lámpara encendida en la mano deben estar también los cristianos. Este es el significado de la parábola de hoy que Jesús, por otra parte, ya había sintetizado en una exhortación suya: “Estén preparados, con la cintura ceñida y las lámparas encendidas; sean semejantes a aquellos que esperan cuando el amo regresa de las bodas, para abrirle enseguida, apenas llega y toca” (Lc 12,15-36).

La lámpara se convierte en el lema del testimonio cristiano porque nosotros debemos ser la lámpara, y la llama que en ella arde, es aquella de Cristo mismo: “No se enciende una lámpara para ponerla debajo de la mesa, sino encima, para que ilumine a todos aquellos que están en la casa. Alumbre así vuestra luz delante de los hombres…” Una luz de esperanza “para tu familia,” “para tus amigos”.

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El Aceite

Signo sagrado usado para las consagraciones reales, sacerdotales y proféticas, signo de hospitalidad (“tu unges con óleo mi cabeza”, se canta en el Sal 23,5), signo de fraternidad, representación de la fraterna comunidad sacerdotal. Signo de salud y de terapia médica (“los discípulos ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban”, se lee en Mc 6,13 y el buen samaritano verterá óleo y vino sobre las heridas de la víctima del asalto de los ladrones en la parábola). El aceite es, pues, un símbolo de esperanza.

Por eso, significa los días de prosperidad y es la representación visible de la felicidad y de la bendición, como se dice en la expresión bíblica del bañar el pie en una pequeña corriente de aceite (Dt 33,24; Job 29,6). Ciertamente hay también un óleo falso, adulterado, aquel de la hipocresía: “más fluidas que el óleo son sus palabras, pero en realidad son espadas desenvainadas”, se dice en el Sal 55 del amigo traidor (v. 22).

Pero dramática es la ausencia del aceite porque indica no solamente carestía, sino también oscuridad, frio y miedo. Es este el significado de las lámparas apagadas de las vírgenes necias. La tradición judía identificaba también en el óleo, las obras justas que hacen destellar la lámpara de la fe. “Cuán espantosa es la noche de la vida no quebrada, rota, inundada por el resplandor de una lámpara! Por eso la lámpara del Santísimo está siempre encendida. Es necesario tener consigo la reserva del óleo para que nuestra lámpara resplandezca. Es necesario tener dentro de sí mucho amor, para abrigar nuestras noches frías” (F. Muriac).

“Yo soy la luz del mundo”, dice Jesús de sí mismo. “El que camina conmigo no anda en tinieblas”. vive en la luz de Cristo, sigue la luz de Cristo. Agradece cuando alguien te deja en la oscuridad, porque te obliga a encender tu propia luz. Sé positivo y tu corazón brillará como una hermosa luz de esperanza.


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