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Hay que insistir con la vida

Rixio Portillo / Profesor de la Universidad de Monterrey

Los Derechos Humanos son el conjunto de prerrogativas, que partir de la evolución del pensamiento y la convivencia, se han podido concretar en una serie de principios que garantizan el desarrollo de la persona, en diferentes ámbitos y relación, en el ejercicio social.


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Sin embargo, la progresividad de estos determinan la relevancia que pueda tener uno con otro, y el mejor ejemplo para explicarlo es el derecho a la vida; sin este, no es posible otro, por lo cual es y sigue siendo fundamento de la exigencia necesaria de todas las sociedades.

Basta con ver las noticias para reconocer esto: la guerra en Ucrania que ha costado la vida de miles de personas, por el capricho político de unos; o la falta de políticas de seguridad civil para la protección de mujeres que desaparecen; o las operaciones contra pandillas; sin mencionar las legislaciones que sustentan la decisión de eliminar la vida humana en nombre de un ‘pseudo’ progreso y desarrollo.

Los miles de migrantes que mueren atravesando ríos o mares, ante la vista inerte e indiferente de otros, o justificados por políticas nacionalistas que se sostienen en argumentos falaces de ‘esos no son realmente humanos’.

La muerte es el descarte, al extremo

Todo estos son rasgos de lo que denominaba Juan Pablo II como cultura de la muerte, y que en términos de papa Francisco sería la cultura del descarte al extremo, pues la vida humana para muchos, pero muchos, vale muy poco.

En el cristianismo la vida, y no solo como derecho, adquiere un rasgo más profundo, pues el mismo Jesús lo refiere como una característica identitaria de su ser: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), de tal manera que es parte de la naturaleza de Dios que es amor (1Jn 4,8), el que haya vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).

La pascua es la celebración de la vida

Por eso, en estos días de Semana Santa, la iglesia y la liturgia invita a eso, a reconocer la importancia y trascendencia de valorar, cuidar y defender la vida, no solo desde la progresividad del derecho, sino como fundamento de la existencia misma de toda realidad plenamente humana y plenamente social.

Más, cuando la verdadera celebración pascual consiste en esta experiencia del triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, en que la última palabra de la historia humana no está en la oscuridad del sepulcro, sino en el Resucitado que portando las heridas de su crucifixión,  las transforma en fuente de consuelo y esperanza para todos.

De allí, si, hay que insistir con la vida, hay que insistir que es un derecho, hay que insistir en su defensa y promoción, y que la Pascua sea la ocasión para comenzar a ver las cosas distintas, en Aquel que ha vencido al mundo.

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