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Homilía del cardenal Baltazar Porras en la celebración de beatificación de Sor Aguchita

Muy queridos hermanos y hermanas

Vengo con inmensa alegría, al son del hermoso canto de entrada, junto a “los hijos de la selva, a los pobres y olvidados, luchando en su esperanza, te alabamos Señor”. El Papa Francisco está con nosotros de corazón, con su fraternidad, afecto y oración, quien me ha enviado para que lo represente en este hermoso día de la glorificación y elevación a los altares de nuestra mártir “Aguchita”.

Les confieso que para mí, estar aquí presente, más que el cumplimiento de una misión, muy grata por lo demás, es una gracia muy especial que me enriquece. En efecto, vengo como peregrino a beber en el pozo insondable de la fe y entrega de nuestra mártir, en las que ustedes, originarios de estas tierras, fueron y son, sostén de la esperanza cristiana que han sabido mantener y cultivar en el tiempo, más allá de las contradicciones y asperezas de la vida. Considero, igualmente, una gracia estar en esta tierra peruana, pues, mucho debemos los países de Suramérica a la sombra benéfica de los concilios limeños que nutrieron la vida cristiana de nuestras nacientes comunidades, al igual que a la reflexión y experiencia pastoral que se ha irradiado desde el postconcilio y en la actualidad desde la pastoral panamazónica.

Es también para mí, una grata sorpresa, compartir la espiritualidad de la Hermana Agustina, pues fui formado por los Padres Eudistas en el Seminario de Caracas, y entre las actividades que debíamos cumplir, estaba el participar en los retiros y convivencias que tenían lugar en la casa de formación de las Hermanas del Buen Pastor, donde conocimos y admiramos desde adolescentes, el recio carisma de las Hijas de San Juan Eudes y Santa María Eufrasia.

Los materiales que fraternalmente me envió Mons. Gerardo Zerdin han sido lectura espiritual, muy propia del tiempo cuaresmal y pascual, haciéndome mucho bien, en la estela de la semilla sembrada por nuestros mayores, hombres y mujeres sencillos de nuestro continente, los auténticos transmisores de la fe que se vive en Latinoamérica. Es pues, ocasión propicia para reconocer que, en palabras de Medellín, “la Iglesia ve con alegría la obra realizada con tanta generosidad y expresa su reconocimiento a cuantos han trazado los surcos del Evangelio en nuestras tierras, aquellos que han estado activa y caritativamente presentes en las diversas culturas, especialmente indígenas, del continente: a quienes vienen prolongando la tarea educadora de la Iglesia en nuestras ciudades y nuestros campos” (Medellín, Conclusiones, introducción, 2).

Lea la homilía completa a continuación:

7.-Homilía-Aguchita-12-4-22-5.59.08-p.-m.

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