Giuseppina Bakhita le Baka frisaba los nueve años cuando fue secuestrada por comerciantes árabes de esclavos. Nació en 1869 – aunque no hay constancia precisa de ello – en Sudán, noreste de África, en la región de Darfur. Perteneció al pueblo Daju, del que su tío paterno era el líder.
Hoy 8 de febrero la Iglesia universal celebra la memoria de esta religiosa y santa africana a quien se dedica la 10.ª Jornada mundial de oración y reflexión contra la trata de personas.
En su autobiografía cuenta que al momento de su secuestro paseaba con una amiga y dos sujetos le salieron al paso. Mandaron a su amiga “al bosque a buscar alguna fruta”, porque “ellos querían capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma”.
Con un cuchillo al cuello más la amenaza: “si gritas, morirás” fue capturada. Sin sospechar el cruel destino obedeció sin chistar a sus captores. Fue vendida como esclava cinco veces.
Sus propios verdugos decidieron llamarla «Bakhita», que significa “afortunada”, un mote que usaron en burla por su situación, mientras era comerciada en los mercados de El Obeid y Khartoum.
Su cuarto amo fue el más cruel, que le infligió la llamada escarificación, una práctica de tortura tradicionalmente en algunas regiones de Sudán contra esclavos, que consistía en marcar sobre su piel patrones de líneas con harina blanca, dejando heridas profundas, a las que luego aplicaban sal para evitar que cicatrizaran.
Tenía solo 13 años cuando fue escarificada – tatuada – con 114 incisiones en su cuerpo, menos en su rostros. Ella misma relata: “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal”.
Punto de giro
Nunca faltan ángeles en el camino de alguien. En el caso de Bakhita fue el comerciante italiano Calixto Leganini, su quinto y último amo, quien la trató bien. No lo podía creer – cuenta – la compró en 1882: “Esta vez fui realmente afortunada”.
“El nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad”, relata.
Dos años más tarde, su nuevo amo debió huir hacia Italia por la Guerra mahdista (1881-1899), un conflicto bélico entre el líder religioso sudanés Muhammad Ahmad bin Abd Allah, contra las fuerzas del Jedivato de Egipto y aliados británicos.
Ella pidió a Leganini la llevase y este aceptó. Un nuevo capítulo empieza para Bakitha. En Italia es la niñera de Alice, hija del matrimonio Michieli, amigos de los Leganini, que viven en Zianigo, municipio de Mirano Veneto.
Un viaje de negocios lleva a la señora Micheli a viajar por lo que debía buscar un alojo temporal para Bakhita. Es así como el 28 de noviembre de 1888, quedó a cargo de las hermanas Canossianas en Venecia – congregación fundada por Santa Magdalena de Canossa – y se encontró por primera vez con el cristianismo.
Al regresar su ama, esta intentó por todos los medios persuadir a Bakhita para que regresara, pero ella decidió quedarse con las religiosas. De hecho, en medio de la puja legal, el 29 de noviembre de 1889 un tribunal italiano dictaminó que era libra, puesto que la corona Británica en Sudán había abolido la esclavitud incluso antes del nacimiento de Josefina.
Espíritu misionero
Libre al fin, decidió quedarse con las Madres Canossianas. Fue bautizada el 9 de enero de 1890 con el nombre de Josefina Margarita Afortunada, que es la traducción latina del árabe Bakhita.
Ese mismo día recibe el sacramento de la confirmación y la santa comunión del arzobispo Giuseppe Sarto, el cardenal patriarca de Venecia, quien a la postre sería el papa Pío X; y el 8 de diciembre de 1896, ingresó para la formación en la vida religiosa con las Hermanas Canossianas.
En 1902, fue enviada a la comunidad canossiana de Schio, en el norte de Italia, en la provincia de Vicenza, donde residiría 42 años con gran espíritu misionero, puesto que “en su mente siempre estaba Dios y en su corazón, África”.
Perdonó de corazón a sus captores: “Si me encontrara con los que me secuestraron, e incluso con los que me torturaron, me arrodillaría y les besaría las manos. Porque si estas cosas no hubieran sucedido, no habría sido cristiana ni religiosa hoy”.
Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, a los 78 años, luego de padecer quebrantos de salud. Su causa de canonización comenzó en 1959, 12 años después de su partida.
Fue el 1 de diciembre de 1978, cuando el Papa san Juan Pablo II la declaró venerable, primer paso hacia la canonización. Luego el 17 de mayo de 1992 fue declarada beata y se le concedió el 8 de febrero como fiesta litúrgica. Hasta que el 1.º de octubre de 2000 fue canonizada como Santa Josefina Bakhita por el mismo Papa.
Abrir ojos y oídos
A propósito de su memoria litúrgica y por la 10.ª Jornada mundial de oración y reflexión contra la trata de personas, el Papa Francisco ha elogiado su legado: “Recordamos la injusticia de padeció, su sufrimiento, pero también su fortaleza y su camino de liberación y de renacimiento a una vida nueva”.
“Santa Bakhita nos anima a abrir los ojos y los oídos, para ver a los que permanecen invisibles y escuchar a los que no tienen voz; para reconocer la dignidad de cada uno y para actuar contra la trata y contra toda forma de explotación”, dijo el Santo Padre.
Francisco lamentó que “la trata es a menudo invisible. Los medios de comunicación, gracias también a reporteros valientes, arrojan luz sobre las esclavitudes de nuestro tiempo, pero la cultura de la indiferencia nos anestesia”.
Por ello, ha pedido vencer la indiferencia mediante la ayuda recíproca para abrir “nuestras vidas y nuestros corazones a tantas hermanas y tantos hermanos que son tratados como esclavos». Nunca es demasiado tarde para decidirse a hacerlo”.
Agradeció a los jóvenes por su compromiso decidido durante esta 10 edición, porque “su impulso nos indica el camino, nos dice que contra la trata debemos escuchar, soñar y actuar”.
Lea completo el mensaje del Papa
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