En medio de una crisis humanitaria sin precedentes, Haití atraviesa una de las etapas más dolorosas y devastadoras de su historia reciente. El asesinato de Sor Evanette Onezaire y Sor Jeanne Voltaire, religiosas de la Congregación de las Hermanitas de Santa Teresita, ha conmocionado a la Iglesia y al pueblo haitiano, ya gravemente herido por una violencia que se extiende con total impunidad. Las bandas armadas imponen el terror en la vida cotidiana, dejando a su paso un panorama de muerte, miedo y desesperanza.
La Iglesia, aunque herida por este acto, no ha dejado de alzar su voz profética en medio del caos. Su presencia permanece como un signo de esperanza y resistencia, acompañando a las víctimas, denunciando la injusticia y reafirmando su compromiso con la dignidad humana.
En esta entrevista con ADN Celam, monseñor Joseph Gontrand Décoste SJ, obispo de la Diócesis de Jéremie y secretario general de la Conferencia Episcopal de Haití (CEH), aborda con claridad esta tragedia. Denuncia la indiferencia de las autoridades, expone el drama que vive su pueblo y comparte cómo la comunidad de fe sigue aferrada a su misión: estar cerca del pueblo, consolar a los que sufren y anunciar con firmeza que “el mal no tendrá la última palabra”. A pesar del dolor y la oscuridad, la esperanza sigue siendo el último bien que nadie ha podido arrebatar al pueblo haitiano.

Mons. Joseph Gontrand Décoste SJ
El dolor indescriptible de la violencia en Haití
Pregunta: Monseñor, la Iglesia de Haití ha sufrido una pérdida irreparable con el asesinato de la Hermanita de Santa Teresita, Sor Evanette Onezaire y Sor Jeanne Voltaire. ¿Cómo describiría el efecto que tuvo este trágico acontecimiento en la comunidad religiosa y en el pueblo haitiano en general?
Respuesta: Sí, la Iglesia de Haití, y con ella, todo el pueblo haitiano, ha sufrido dolorosamente una pérdida irreparable con el asesinato particularmente violento y atroz de las Hermanitas de Santa Teresita, la Hermana Evanette Onezaire y Sor Juana Voltaire (¡ante quienes nos inclinamos con respeto, homenaje, gratitud y admiración!), y el asesinato igualmente violento y atroz de tantos haitianos inocentes, apacibles, pacíficos y honestos, que amaban la vida y querían vivir a toda costa, pero cuyas vidas fueron salvajemente y sin piedad truncadas en los últimos años, y especialmente en los últimos días, por las “fuerzas de la muerte”, por la violencia ciega, destructora y asesina de bandas fuertemente armadas que siembran el caos y el terror por todas partes y hacen reinar la más total anarquía.
Como podrá imaginarse, estimada periodista del Celam, el efecto traumático de este trágico acontecimiento (indescriptible en sí mismo) en la comunidad religiosa y, en el pueblo haitiano en general, es simplemente indescriptible: es shock, asombro, consternación, indignación, revuelta, enojo en todo el país, en la población haitiana (y especialmente en la población de Puerto Príncipe y la de la ciudad de Mirebalais) conmocionada y desesperada, pero que, valiente y resiliente, no tiene la intención de permitir que esto suceda y exige que las autoridades rindan cuentas por su inacción e indiferencia que equiparan con la complicidad con los poderosos y arrogantes jefes de bandas, muy publicitados, que no se preocupan en absoluto y actúan donde quieren y cuando quieren, con total impunidad, sin preocuparse nunca, con una facilidad desconcertante, confusa, repugnante.
“La población haitiana, cansada de ser rehén de las pandillas”
P.: El asesinato de estas dos monjas se inscribe en un contexto de creciente violencia en Haití. ¿Qué opinas sobre el papel de las autoridades en la prevención de estos hechos violentos?
R.: Como acabo de decir antes, la población haitiana, cansada de ser rehén de las pandillas, exige de las autoridades medidas concretas y eficaces para detener definitivamente esta creciente violencia en Haití que amenaza la existencia misma de la nación haitiana que, en toda su historia, nunca ha conocido una explosión de violencia destructora que no perdona nada ni a nadie, ni siquiera a los bebés de tres meses; ni las vidas ni los bienes de los ciudadanos; ni las estructuras sanitarias (hospitales, centros de salud, maternidades, laboratorios médicos, farmacias); ni las estructuras educativas y culturales (escuelas, universidades); ni las estructuras judiciales y penitenciarias (comisarías de policía, comisarías de la Policía Nacional de Haití (PNH), prisiones); simplemente amenazadas de colapso total.
La población haitiana, completamente abandonada a su suerte e indefensa, está indignada con las autoridades absolutamente descuidadas e indiferentes que no asumen sus responsabilidades, no toman enserio su papel ni su misión, no hacen prácticamente nada para impedir estos ataques de pandillas metódicamente orquestados, calculados, violentos e insidiosos y para erradicarlos, desmantelarlos, neutralizarlos o ponerlos a salvo de la seguridad y la estabilidad del país.
“Que se haga todo lo posible para poner fin a esta violencia absurda”
P.: ¿Cómo responde la Iglesia a la brutalidad de estos actos, particularmente cuando las religiosas fueron atacadas mientras realizaban su misión de servicio a los más vulnerables?
R.: La primera respuesta de la Iglesia de Haití a la brutalidad de estos actos, especialmente cuando las dos monjas, figuras admirables de vida consagrada, paz, bondad, compasión, dedicación y generosidad sin límites, fueron atacadas violentamente mientras cumplían su misión de servicio desinteresado a los más vulnerables, es la fuerte denuncia y la enérgica condena de estos actos odiosos y bárbaros que atacan deliberadamente la vida que es sagrada (“¡No matarás!”: Éxodo 20:13; Deuteronomio 5:17; Mateo 5:15; 19:18; Marcos 10:19; Lucas 18:20; Romanos 13:9; Santiago 2:11), burlan la infinita dignidad de cada persona humana, deshonran a quienes se complacen en cometerlos y dejan profundas heridas y cicatrices en la sociedad haitiana que tardarán mucho tiempo en sanar.
Los obispos de Haití, al tiempo que expresan su dolor y su profunda solidaridad con todas las familias de las numerosas víctimas, han hecho un llamamiento a las autoridades locales y han pedido que se haga todo lo posible para poner fin a esta violencia absurda y sin sentido que sólo agrava una situación ya de por sí desastrosa y catastrófica.
Los obispos de Haití también hicieron un llamado al pueblo haitiano a responder cívica, colectiva y éticamente, a mostrar una solidaridad efectiva y a estar vigilantes en la oración, al tiempo que le recordaron que el mal nunca tendrá la última palabra, el mal será derrotado.
Ante el grito de alarma, la Pastoral de la Esperanza da un paso al frente
P.: La violencia en Haití ha alcanzado niveles alarmantes en los últimos años. ¿Cómo está afrontando la Iglesia esta situación, especialmente en zonas donde la violencia parece estar fuera de control?
R.: Sí, por supuesto, la violencia en Haití ha llegado a niveles sin precedentes y esto es de gran preocupación para la Iglesia y sus Pastores. Como señaló el obispo Max Leroys Mésidor, arzobispo de Puerto Príncipe y presidente de la Conferencia Episcopal de Haití (CEH), en un verdadero grito de alarma: “¡Estamos al borde del desastre!”: desastre del Estado, que está en muy mal estado en quiebra, desastre de seguridad, desastre humanitario, desastre sanitario, desastre alimentario, desastre político, social y económico.
Numerosas congregaciones religiosas establecidas desde hace mucho tiempo en Puerto Príncipe (sin ser jamás perturbadas o atacadas) han tenido que abandonar sus casas, residencias, comunidades y obras (escuelas, orfanatos, centros de salud, internados, etc.) invadidas o amenazadas por las bandas, huir apresuradamente de la capital bajo el control de las bandas, y refugiarse en el norte o en el sur del país. Más de veinte parroquias están cerradas en Puerto Príncipe, y las que siguen abiertas funcionan, como mínimo, a un ritmo lento, bajo la amenaza constante de pandillas que, misteriosamente, nunca están lejos.
Ante esta situación inédita, que se agrava cada día más, la Iglesia de Haití se moviliza a través de una auténtica “pastoral de proximidad” o “pastoral de la Esperanza” para seguir acompañando fiel y lealmente, a todos los niveles, al pueblo haitiano en su lucha diaria por la supervivencia, y para ayudarle a “esperar contra toda esperanza” (Rm 4,18), a mantener encendida, contra viento y marea, una pequeña llama de Esperanza.
Ningún país, nación o sociedad puede existir y avanzar sin derecho, justicia y orden
P.: En su opinión, ¿cuáles son las causas profundas de esta violencia que sacude al país y qué se puede hacer para remediarla desde un punto de vista ético y cristiano?
R.: Las causas profundas de esta violencia que sacude al país hay que buscarlas y encontrarlas sin duda en: el estado general de deterioro del país; la pobreza en todas sus formas; la fragilización, el debilitamiento, la bancarrota (moral), la deficiencia y el lamentable fracaso del Estado (en el ejercicio de sus funciones soberanas, y por tanto de gobierno, de dirección!) que brilla por su ausencia, su inacción, su inercia, su parálisis, su incapacidad para defender la unidad del pueblo, la integridad del territorio, la seguridad de las personas y de sus bienes y el mantenimiento del orden público contra el desorden, el bandidaje y la criminalidad; el colapso del orden público, el colapso de las instituciones o estructuras democráticas (el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial); la desintegración del contrato social; la transgresión o violación radical de las normas morales (éticas) y sociales, la ilegalidad, la corrupción, la impunidad, la indisciplina.
Para remediar una situación tan catastrófica desde el punto de vista ético y cristiano, es necesario restablecer el derecho, la justicia, el orden, la disciplina, la seguridad y los valores morales, éticos y cristianos.
Ningún país, nación o sociedad puede existir y avanzar sin derecho, justicia, orden, disciplina, seguridad, sin valores morales, éticos y cristianos, como el respeto y la defensa de la vida que es sagrada, la protección de las vidas y de los bienes, la promoción de la dignidad de la persona humana que es infinita e inviolable, la solidaridad, la justicia, la educación, etc.
La Iglesia al servicio de la población haitiana
P.: ¿Qué acciones específicas está tomando la Iglesia en Haití para proteger a los ciudadanos, especialmente a los más vulnerables, contra los actos de violencia y el crimen organizado?
R.: Frente a los actos de violencia y el crimen organizado, la Iglesia de Haití, aunque parezca paralizada, desamparada e impotente, sigue realizando acciones específicas tanto ante las autoridades o los organismos encargados de la seguridad y la protección de la población, como ante los autores de estos actos y sus patrocinadores.
En sus frecuentes mensajes pastorales (¡que resuenan con singular gravedad en el silencio ensordecedor de las autoridades!), los obispos de Haití no pierden nunca la oportunidad de dirigirse a los miembros de las bandas armadas e invitarles a renunciar a la violencia que no conduce a ninguna parte, sin olvidar denunciar a los traficantes que, en la sombra, abastecen a estas bandas de armas y municiones.
Iglesia en Haití es voz profética en defensa de la vida
P.: La Iglesia en Haití ha sido una voz constante en defensa de la vida y la dignidad humana. ¿Cuáles son los principales esfuerzos pastorales y sociales que realiza la Iglesia para ofrecer consuelo y apoyo a las víctimas de la violencia?
R.: Sí, ¿quién puede decir lo contrario? La Iglesia en Haití ha sido una voz profética fuerte y constante en defensa de la vida y la dignidad humana, especialmente en los momentos más difíciles y oscuros de nuestra historia.
Hoy vivimos quizás el momento más difícil, el más oscuro de nuestra historia (¡antaño tan gloriosa, tan brillante, tan luminosa!), con esta explosión (programada) de violencia insidiosa hábilmente orquestada contra la población indefensa por bandas todopoderosas, fuertemente armadas, que son el fruto o el producto puro de alianzas macabras de intereses mezquinos y cínicos. Las víctimas de esta violencia se cuentan por miles.
La Iglesia en Haití, profundamente afectada y conmovida por la dolorosa situación de estas víctimas traumatizadas, está desplegando numerosos esfuerzos pastorales y sociales a través de sus estructuras educativas (escuelas, grupos, movimientos de acción católica: Kiros , Scouts, etc.) y caritativas (ver Cáritas diocesana, asilos, orfanatos, internados, centros de salud o dispensarios, etc.), para acudir en ayuda de ellas, acompañarlas, ofrecerles consuelo y apoyo, especialmente en el plano humano, psicológico, moral y espiritual. Nos damos cuenta de que lo que logramos es sólo una gota en el océano, pero, como tan acertadamente lo expresó Santa Teresa de Calcuta: “Si esta gota no existiera en el océano, faltaría”.
La Iglesia en Haití, a través de sus diez diócesis, quisiera hacer o lograr aún más para ofrecer consuelo y apoyo a las numerosas víctimas de la violencia de pandillas (que deja tristes secuelas de sufrimiento y muerte en tantas familias haitianas), pero sus medios económicos son más bien limitados. En este sentido, la Iglesia en Haití sigue contando con la solidaridad y la generosidad (¡que nunca han faltado!) de las Iglesias hermanas que siempre la han ayudado y a las que no deja de agradecer su inestimable ayuda financiera.
“La esperanza está en ADN del haitiano”
P.: En medio de tanta violencia y desesperación, muchas personas se preguntan si todavía es posible transmitir un mensaje de esperanza en Haití. ¿Qué les diría a los haitianos que sienten que el país está al borde del colapso?
R.: En efecto, en medio de tanta violencia destructiva y asesina, y de tanta desesperación, ¿no es enteramente normal o lógico preguntar si todavía es posible transmitir un mensaje de esperanza en Haití? Pero, podríamos decir que la esperanza está en el ADN mismo, en la cultura misma del haitiano que canta, baila y transmite esperanza, aún en medio de su sufrimiento indecible. Que no deja de sorprender (o no dejará nunca) a más de uno. Solo basta citar dos Proverbios que encontramos en el tesoro de la rica cultura haitiana: “Espwa / Esperans fè viv/ ¡La esperanza nos mantiene vivos!” Toutotan tèt pa koupe, espere mete chapo/ ¡Mientras no te corten la cabeza, espero poder usar el sombrero!”.
Todo esto para contarte, querida periodista del Celam, en respuesta a su pregunta, que, en medio de tanta violencia y desesperación, en el corazón de su dura y trágica realidad, los HAITIANOS esperan (¡lógicamente! ¡Sorprendentemente!) que les transmitamos o más bien les llevemos un mensaje de esperanza para apoyarlos y alentarlos o estimularlos en su difícil lucha diaria por la dignidad y la supervivencia frente a las “fuerzas de la muerte” que los amenazan constantemente.
“¡Haití no perecerá! ¡Haití vivirá!”
Sin duda, algunos podrían encontrar este mensaje de esperanza para gente que ha sufrido tanto y durante tanto tiempo ingenuo, incluso infantil, indecente, inconsciente, provocador y alienante. ¡Pero en realidad no es así! ¡De lo contrario! Si hay algo que no se les puede robar a los haitianos (a quienes se les ha robado casi todo a lo largo de su historia), es la esperanza. La esperanza, es su último activo, su última arma, su arma secreta, en el sufrimiento, en la adversidad, contra las “fuerzas de la muerte”.
La esperanza, o expectativa, es para los haitianos la certeza de que la vida prevalecerá sobre la muerte, sobre las “fuerzas de la muerte”, y sobre toda forma de mal. La esperanza es, para los haitianos, “esta capacidad de creer más allá de la razón humana, de la sabiduría y de la prudencia del mundo; creer en lo imposible…” (Papa Francisco).
La esperanza o la expectativa es esa fuerza poderosa, extraordinaria, asombrosa que les da perseverancia, paciencia, resiliencia, espíritu de lucha, que les empuja a no resignarse nunca a su trágico destino, a no desesperar nunca, a no dejarse destruir por las pandillas, sino a dejar brotar su ira, su indignación, sus demandas de justicia, de seguridad, de paz, de bienestar material, moral y espiritual. Este es el profundo significado de las consignas que les gusta corear a viva voz durante sus manifestaciones contra la inseguridad y las pandillas: «¡AYITI pap peri ! AYITI ap viv ! /¡HAITÍ no perecerá! ¡HAITÍ vivirá!…» . La Iglesia en Haití, sembradora de esperanza, portadora de un mensaje de esperanza, portadora de esta esperanza que no defrauda, que no engaña, da caja de resonancia a todo esto a través de los mensajes pastorales de sus Obispos o Pastores.
Ciertamente, debemos reconocerlo con toda lucidez: ¡la esperanza es un camino muy difícil! La Iglesia en Haití se esfuerza por educar pacientemente a las personas en esta esperanza activa, que las impulsa a actuar, que nos impulsa a trabajar juntos para salvar al país del colapso… El Año Jubilar de la Esperanza proclamado por el Papa Francisco, le ofrece una oportunidad única en este sentido que no deja de aprovechar para reforzar esta educación en la esperanza y suscitar este despertar cívico colectivo para salvar a Haití.
“Los haitianos han aprendido, así, que su sufrimiento no es una fatalidad”
P.: ¿Qué lecciones nos dejan estos sufrimientos y cómo podemos transformarlos en oportunidades de unidad y de paz, como Iglesia y como sociedad?
R.: Estimada periodista del Celam, debo decirle con toda sinceridad, honestidad y verdad que nos hacemos muchas preguntas, frente a tanto sufrimiento indecible que marca la vida y la historia de Haití y de los haitianos. Así, podemos entender por qué los haitianos se sienten sorprendentemente atraídos por la Pasión de Jesús el Viernes Santo, que les gusta meditar (especialmente su grito enigmático y aparentemente desesperado: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46), para encontrar lecciones, luz, discernimiento, fuerza y coraje para poder asumir los propios sufrimientos y transformarlos en oportunidades.
En este sentido, podemos decir que los haitianos siguen aprendiendo mucho de su sufrimiento indecible (¡que es una verdadera escuela de vida!) por el cual se dejan instruir y moldear para seguir adelante y no dejarse paralizar, bloquear por él. Los haitianos han aprendido, así, que su sufrimiento no es una fatalidad, un castigo divino, una maldición, sino el fruto del cinismo, la maldad y la malevolencia de sus dirigentes y de sus acólitos o aliados codiciosos y corruptos que no ven por encima de todo el bien común, el bienestar de la población haitiana, sino sus propios pequeños intereses y mezquinas ventajas.
Así, creemos que los haitianos, si están bien supervisados y acompañados o apoyados por la Iglesia y la sociedad, sabrán transformar maravillosamente su sufrimiento indecible en oportunidades de unidad y de paz para construir y no destruir. De este modo, podrán dar al mundo una nueva lección de humanidad, de dignidad, de resiliencia, de resistencia, de libertad, como ya lo han hecho tantas veces a lo largo de su historia.
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