El Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas nos ofrece en su columna semanal, un análisis de la situación política de México con miras al proceso electoral que permitirá la elección de gobernadores en diferentes provincias. El prelado recuerda la importancia de que la conciencia popular madure y cada ciudadano analice la personalidad de los candidatos más allá de los discursos, las promesas y dádivas.
Mirar
El año próximo, en nuestro Estado (Provincia) de México, tendremos elecciones para elegir un nuevo gobernador. Del partido que se ostenta como la esperanza de México, pero que ha defraudado muchas de las expectativas que ofreció, se presentaron 67 candidatos… No creo que todos comulguen con esa ideología, pero ven en ese partido la única vía posible para triunfar. Lo mismo pasaba antes con el partido que ahora critican; su actitud de fondo no cambia. También de otros partidos ya se han apuntado candidatos, gastando enormes recursos para aparecer en anuncios espectaculares, en pintas de bardas y en otros eventos, adelantándose a los procesos de su propio partido. ¡Cuántos quieren gobernar! ¿Por qué lo hacen? ¿Se sienten muy capaces para resolver los enormes problemas que tenemos, sobre todo la inseguridad y la violencia? ¿Qué buscan? ¿Servir al pueblo, desgastar su vida por el bienestar integral de la comunidad? ¡Serían unos santos! ¿O lo que les mueve es obtener ventajas personales o de grupo?
Dentro de dos años, elegiremos nuevo presidente de la República. ¡Cómo están aflorando candidatos! ¿Gozamos acaso de muchos personajes generosos para dar la vida por su país? Algunos ya han ocupado puestos importantes y se imaginan tener la solución para la complicada situación nacional. Ojalá la conciencia popular madure y analice la personalidad de cada candidato, y no se deje embaucar por discursos, promesas y dádivas.
En nuestra Iglesia, no faltan sacerdotes que anhelarían ser obispos, u ocupar cargos importantes en la diócesis. ¡No saben lo que quieren! Entre nosotros, no debe ser la ambición de cargos lo que nos mueva, sino entregar la vida a Dios y a su Pueblo, pues para eso nos consagramos. Al respecto, atribuyen esta frase latina a San Juan Pablo II, cuando se trataba de nombrar nuevos obispos: “Volentibus, nolumus”. Es decir: a los que quieren ser, los rechazamos, no los queremos, no son los indicados para este ministerio. Yo nunca anduve moviendo hilos para ser obispo; menos cardenal. Se me pidió este servicio y he tratado de desempeñarlo con la espiritualidad de servir y dar la vida, para que otros tengan vida plena en Cristo.
Discernir
El Papa Francisco dijo recientemente: “No son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino que prevalecen el servicio, la humildad y el amor. El verdadero poder es el servicio -no olvidemos esto: el verdadero poder es el servicio- y reinar significa amar. Este es el camino al Cielo. Este es”. Y agregaba: “¿Creo que amar es reinar y que servir es poder? ¿Creo que la meta de mi vida es el cielo, es el paraíso? ¿O me preocupo sólo de pasarla bien aquí, me preocupo sólo de las cosas terrenales y materiales?… El cielo está al alcance de la mano, si no cedemos al pecado, si alabamos a Dios con humildad y si servimos a los demás con generosidad” (15-VIII-2022).
Hace casi nueve años, escribió en su exhortación Evangelii gaudium:
“¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” (205).
“Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone; requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos” (204).
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Actuar
Pidamos al Espíritu Santo que inspire a los candidatos a puestos públicos a aspirar a la santidad, a ganarse el cielo, desgastando sus energías y capacidades en el beneficio integral de la comunidad, y que los libere de las tentaciones de sólo anhelar poder, dinero, fama y otros placeres pasajeros. Y apoyemos programas de formación de políticos que eleven la política a la dignidad que se merece, ser una expresión de amor, de caridad social.
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