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Monseñor Miguel Cabrejos: «El Cristo resucitado nos invita a contemplar y actuar»

«Fuerte es la tentación de encerrarse en el capullo de la sola religiosidad, del templo, de la liturgia, de una fe solo íntima, solo para uno mismo», afirma Mons. Miguel Cabrejos en su reflexión al inicio de la tercera semana de la Pascua, cuya liturgia nos lleva a considerar dos dimensiones esenciales en nuestra fe.

En primer lugar, explica el obispo, está la resurrección. «Jesús entra en un nuevo horizonte, divino y glorioso, superando nuestros sentidos e historia». Por otro lado, «está el resucitado, que no es otra persona, respecto al Jesús de Nazaret que caminaba por las calles de Palestina y era conocido por los testimonios de la gente». «Es la misma persona», afirma el presidente de la Conferencia Episcopal peruana y en el Evangelio de San Lucas, nos hallamos ante la continuidad entre el Jesús histórico y el Cristo resucitado.

Entre lo divino y lo humano

En palabras del prelado, el evangelista «lo hace de un modo particular, porque en el texto apela al signo del cuerpo que, en el mundo oriental, no es solo un indicio físico y material, sino una expresión de la persona en su totalidad, en su capacidad de comunicarse». Esto para Mons. Cabrejos, resulta coherente con «la primera escena de la narración que está centrada sobre el cuerpo de Cristo y de la que palabras como mirar, manos, pies, tocar, carne, huesos, ver, mostrar, comer, pescado frito y tomar», hacen parte.

Una escena que el arzobispo de Trujillo asegura, nos lleva al momento en que Pedro le habla al centurión Cornelio y ofrece su testimonio. «Nosotros hemos comido y bebido con Él, después de la resurrección de entre los muertos”, un fragmento que en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos permite comprender que «el Cristo resucitado, que invocamos como Señor y Dios, es el mismo Jesús de Nazaret, que sigue pasando en medio de nosotros».

En la misma medida indica el obispo, es necesario comprender que el cristianismo se halla en medio de todo este nudo, es decir, «entre lo divino y lo humano; entre el misterio, los sentidos y la mente; entre el Espíritu Santo y el cuerpo; la resurrección y el morir”. Aspectos que también determinan que «nuestra fidelidad debe vivificarse sobre las mismas vertientes: lo divino y lo humano».

El riesgo de la dispersión

Para Mons. Cabrejos el relato evangélico nos invita a «contemplar y actuar, debemos orar, trabajar y luchar; debemos proclamar el Reino de Dios, pero también la justicia; debemos cantar y sufrir; debemos creer y comprender, razonar y entender».

Si bien, no podemos desconocer el fuerte riesgo de dispersarse con las cosas, las acciones, los asuntos sociales y la historia; es necesario perseverar en la comprensión de esa unidad que nos muestra el resucitado, que “es Jesús, pero también es Cristo, que es hombre, tanto como Hijo de Dios, que ha muerto y resucitado, que es tiempo sin dejar de ser eterno», lo que advierte “debe reflejarse en nosotros, nuestras obras, nuestro vivir».

Así se hace necesario recordar que «nuestro Dios y Señor está siempre en el camino, probablemente al acecho, escondido, detrás de las curvas, los caminos de la montaña y en los cruces de las calles de la ciudad; también en nuestras puertas por tocar y los rostros concretos de las creaturas».

Palabra que alimenta

En esta línea el obispo peruano asegura que también «el ser humano, hijo de Dios, es un poco como Cristo, porque tiene en su interior, el peso de lo concreto y de su límite, que cohabita con un destello de eternidad».

Análisis que nos permite descubrir la segunda escena del Evangelio que nos muestra a un Jesús que es “maestro, anunciador, predicador e intérprete de las Sagradas Escrituras», frente a lo que es necesario observar la insistencia que se hace sobre la Biblia, releída a la luz de la venida de Cristo y su resurrección. Entonces el obispo insiste en que «sin la entera compresión de la Biblia, la figura de Jesús resulta desenfocada y deformada», porque como lo han dicho los padres de la Iglesia «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo».

Para Mons. Cabrejos no es por gusto que en la liturgia y en el ambón resuenen el Antiguo y el Nuevo Testamento y que el texto evangélico sea intencionalmente recordado. “Los mismos evangelios son en filigrana, un permanente contrapunteo de la Biblia entera”, advierte. De esta forma la liturgia de este tiempo es una invitación a profundizar en la palabra santa, porque el cristiano que ignora las Escrituras queda privado de un alimento espiritual necesario y estupendo, un alimento “más dulce que la miel que destila un panal”.

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Los hombres del libro

El prelado cierra su reflexión, recordando que marginarse del contenido de la Biblia, es privarse de una fuerza interior que nos sacude del entorpecimiento, de las incrustaciones de los vicios, porque la Palabra de Dios, “es como fuego y martillo que despedaza la roca”.

Pero, sobre todo, porque su contenido es necesario para comprender el mensaje del Cristo resucitado, lo que hombres de iglesia como San Gregorio Magno, reafirmaron diciendo que “el diálogo que Dios ha emprendido con el hombre tiene muchas tentativas, de quien la última y decisiva es aquella de Cristo: pero sin las anteriores, la última resulta casi incomprensible”.

Así, resulta urgente experimentar la unidad del resucitado que debe guiar nuestro conocimiento integral de las Escrituras y que en opinión del prelado ayudaría a que los cristianos de hoy se les pudiera llamar como en otra época “los hombres del libro”, esto pensando en quienes leen, creen, aman y viven la Biblia, una categoría en la que ojalá nosotros estemos incluidos.


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