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Mons. Miguel Cabrejos: «La palabra de Dios ayuda a romper la frontera oscura de la muerte»

«Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá,» un fragmento de la Sagrada Escritura que, en el V Domingo de Cuaresma, nos lleva a comprender que Cristo, el Hijo de Dios, “asumió la mortalidad física, pero la fecundó con una semilla de infinito y la abrió a la eternidad”. Así lo explica Mons. Miguel Cabrejos en su reflexión semanal.

Una esperanza

El presidente del Celam indica que con la resurrección de Cristo el duelo entre la vida y la muerte llega a su final, como lo señala la primera carta a los Corintios: “La muerte a estado vencida por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? Demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Un pasaje evangélico que no niega la realidad de la muerte para el hombre o el mismo planeta, pero que cambia radicalmente si pensamos en la resurrección.

La muerte física es el signo del límite de la creatura, más aún, es un gran símbolo, que une a las diferentes muertes en el hombre: aquella del pecado, del abandono, de la soledad, de la miseria, de la violencia,” advierte el prelado.

Jesús es el único que logra levantarnos de esas expresiones de muerte transitoria que van más allá de lo físico y nos encierran en un sepulcro del que solo Él puede liberarnos, porque solo “La palabra de Dios que florece de lo eterno ayuda al hombre a romper aquella frontera oscura y a mostrarla en una nueva luz,” insiste.

Jesús en Betania

El presidente de la Conferencia Episcopal peruana recuerda que, en Betania, cerca de Jerusalén, hay 24 escalones que conducen a una tumba que la tradición popular atribuye a Lázaro, junto a ella está la Iglesia de los franciscanos que se conoce como el templo “De la Amistad” y que fuera construida en 1953. Este santuario trae a la memoria el gran acontecimiento descrito en el Evangelio de Juan.

De hecho, Mons. Cabrejos afirma que Betania era ese lugar de serenidad y paz en el que Cristo disfrutaba la amistad de Marta, María y Lázaro que el apóstol Juan hace ver con insistencia en su Evangelio, refiriéndose particularmente a la cercanía de Jesús con esta familia. No obstante, Betania también es el lugar del llanto de Jesús, la muerte de Lázaro y la vida que florece misteriosamente de la tumba tras escucharse la voz del Hijo de Dios.

Pensar en la muerte o ser testigo de ella en la gente que ha acompañado nuestro camino, siempre nos lleva a experimentar el dolor, la ausencia y el abandono, pero Jesús da sentido a ese momento con la resurrección, Jesús llora lágrimas de cercanía con su pueblo.

Un camino inevitable

En ese sentido el arzobispo de Trujillo menciona algunos fragmentos en los que la Sagrada Escritura se refiere a la muerte, como en el capítulo 41 del libro de la Sabiduría donde aparece esta exclamación: “oh muerte, como es amargo tu pensamiento para el hombre que vive sereno,” o la inevitable sentencia que nos persigue en el libro del Génesis con la frase que en Hebreo “mot tamut”: “ciertamente morirás,” nos advierte de un destino la que no podremos escapar.

Palabras que cuestionan el corazón en diferentes partes de la Biblia en la que también están aquellos que hablan del natural miedo a morir, sus circunstancias, la incertidumbre, la inevitable pérdida de la vida como una condición conocida y a veces desaprovechada.

Entre ellas el obispo peruano recuerda el Salmo 39 “en pocos palmos, Señor has medido mis días y mi duración delante de ti es nada. Solo un soplo es cada hombre que vive, como una sombra es el hombre que pasa”. O el Sal 90 que dice: “Tú haces volver el hombre al polvo. Lo vuelves a la nada, lo sumerges en el sueño, es como hierba que germina en la mañana: al amanecer florece, germina, en la tarde está marchita y seca”.

Así como el drama que vivió el rey Ezequías que curado de una grave enfermedad exclamó en el libro del profeta Isaías: “no son los infiernos para alabarte Señor, ni es la muerte para cantar himnos, sino es el viviente el que te da gracias como hago yo hoy”.

 

Más allá de la muerte

Son diversos ejemplos que dan cuenta del dolor y el temor por un camino que todos estamos transitando. Sin embargo, también están los que nos devuelven la paz ante el encuentro, la resurrección que anhelamos. “Este es también el destino de cada justo que viviendo ya en comunión con Dios durante la existencia terrena viene envuelto y conquistado de lo eterno y de lo infinito para quién la muerte, no lo precipita en la nada,” asegura Mons. Cabrejos.

Sobre el tema el prelado explica que esta confianza es significativa en los salmos 16 y 49 “tú no abandonarás mi vida en los infiernos, ni dejarás que tu fiel vea la fosa, sino me indicarás el camino de la vida, alegría plena en tu presencia, dulzura sin fin a tu derecha”. “Dios podrá rescatarme, me arrancará de la mano de la muerte”.

Mientras que el libro de la Sabiduría (3,1-4) exalta en plenitud que la comunión con Dios está más allá de la muerte “las almas de los justos están en la mano de Dios a los ojos de los tontos parecía que morían, pero ellos están en la paz: “Aun si a los ojos de los hombres padece tormentos, su esperanza está llena de inmortalidad”.

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El amor es más fuerte

Incluso advierte que en el capítulo octavo del Cantar de los Cantares hay un claro convencimiento de que el amor es más fuerte que la muerte tanto como la certeza que aparece en el capítulo 21 del Apocalipsis que asegura que “El Señor secará cada lagrima de sus ojos, no tendremos entonces más la muerte, ni el luto, ni el lamento”.

Así el presidente del Celam reitera que en la muerte también tenemos la certeza del encuentro, la esperanza en la resurrección por lo que cierra su reflexión con una narración judía que describe la muerte de Abram, nuestro padre en la fe:

“Cuando el ángel de la muerte viene para adueñarse de su espíritu, Abram le pregunta: ¿has visto alguna vez a un amigo desear la muerte del amigo? Pero el ángel de la muerte le responde: ¿Abram, haz visto alguna vez un amante rechazar el encuentro con la persona amada? Entonces Abram comprendió y dijo: Ángel de la muerte, llévame”.


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