En el domingo de la Ascensión del Señor, Mons. Oscar Ojea inició el comentario al Evangelio diciendo que “celebramos con alegría la Ascensión de Jesús al cielo, se cumple la misión del Hijo. Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y me voy al Padre’, dice Jesús. Cuando Jesús se va al cielo le presenta al Padre su cuerpo glorificado con las cicatrices de sus llagas, de su dolor, de su sufrimiento; el hombre Cristo-Jesús está junto al Padre y le presenta como el botín de su victoria, el haber pasado a través del amor por todos los sufrimientos”.
Construir el cielo en la tierra
Según el presidente de la Conferencia Episcopal argentina, “ese cuerpo de Cristo que intercede por nosotros está presente en el seno de la Trinidad y está presente allí intercediendo por nosotros, por eso por un lado los cristianos miramos al cielo”. Desde ahí llamó a reflexionar: “Cuando rezamos el Padre Nuestro decimos: Padre nuestro que estás en los cielos, miramos a lo alto, allí está nuestro destino, allí nos espera Jesús con su humanidad glorificada y resucitada, pero este mirar al cielo no nos tiene que hacer distraer de construir el cielo en la tierra y por eso él no nos va a dejar solos”.
Analizando el texto dijo: “los convoca en Galilea para la Ascensión, según nos cuenta el Evangelio de Mateo. Galilea es el lugar del primer llamado, es el lugar de la intimidad de Jesús con sus discípulos y desde allí él quiere partir al cielo”, recordando que el Evangelio dice: “Algunos todavía dudaron”. El obispo de San Isidro resaltó que “Jesús, a esos hombres que dudan, a esos hombres frágiles que no terminan de creer, les confía nada menos que la predicación del Evangelio; ellos son su primera Iglesia, pero él les asegura ‘Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo, siempre’. Es la promesa de Jesús”.
Esperar la venida del Espíritu
Según Mons. Ojea, “esperamos rezando junto a María, la madre de Jesús, que quiso estar con ellos en la oración, en el momento de recibir al Espíritu Santo. Esperamos esta promesa que es el Espíritu Santo, que es su amor, que es el Espíritu de Jesús que vendrá a nosotros en pocos días; son días de ir al Cenáculo, de recogernos en la oración junto con nuestros hermanos para esperar la venida de este Espíritu que nos hará cumplir con la misión de cada cristiano, que es llevar el Evangelio a todo lugar”.
Desde ahí cuestionó: “¿Cómo llevar el Evangelio en este momento, en este momento concreto de la historia? ¿Cómo hacer presente a Jesús? ¿Cómo anunciar a Jesús resucitado?”, afirmando que “de ello nosotros somos testigos en medio de nuestra fragilidad, de nuestras dudas, también de nuestras incertidumbres”.
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Finalmente, destacó que “el Señor nos fortalece con su Espíritu para poder ser portadores de la Palabra y de la vida de Jesús; que el Señor nos conceda a vivir esta alegría porque no hay alegría más grande que trabajar para el Evangelio, servirlo y compartirlo con los hermanos y hermanas”.
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