En su comentario al Evangelio del Segundo Domingo de Cuaresma, Mons. Ojea comienza diciendo que “Jesús quiere consolar a tres de sus discípulos, tal vez los más amigos, después de haberles anunciado su muerte”. Para ello, “los invita a caminar con él, lo que habrá sido caminar con Jesús. Pero no solo a caminar, sino a subir a un monte escarpado, es decir hacer un esfuerzo verdadero. El Monte Tabor hay que subirlo”.
Ofrecer al Señor lo que nos cuesta
El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina señala que “esto es símbolo de nuestras mortificaciones de Cuaresma. Hay tantas cosas que nos cuestan, nuestro cansancio, nuestra fatiga. Qué bueno poderle ofrecer al Señor en este tiempo todo eso para darle sentido a tantas cosas. Lo hacemos con él, subimos con él, nos cansamos con él”.
“El monte es el lugar del encuentro con Dios, y ahí, en la cima del monte, Jesús se transfigura y los discípulos viven un momento de cielo y escuchan la voz del Padre: ‘Este es mi hijo muy amado, escúchenlo’. Es una invitación a escuchar la Palabra de Dios, este es el momento de la oración propio de este tiempo de Cuaresma, oración más en el sentido de escuchar a Dios”, recuerda el obispo de San Isidro. Desde ahí se pregunta: “¿Qué me dice su Palabra?”, llamando a pensar “cuántas veces hemos tenido nosotros este regalo de poder estar a solas con el Señor que nos ha hablado al corazón”.
Llevar la Palabra a los hermanos
En esa dinámica destaca que “aquellos que hemos sentido esta gracia, que hemos vivido esta gracia alguna vez en la vida de poder encontrarnos en el silencio con la Palabra de Dios sabemos que la Palabra nos da todo el impulso para poder llevarla a los hermanos, que necesitamos transmitir esta experiencia”. Reflexionando sobre la escena que presenta el texto evangélico, Mons. Ojea dice que “y así, bajando del monte Tabor, seguramente en el correr de los días, los discípulos se fueron encontrando con la vida ordinaria, con la vida cotidiana, con aquellas personas que sufren, que tienen angustia, que tienen dificultades enormes para llevar adelante sus vidas, qué importante es poder compartir con ellas la alegría del Evangelio”.
Para el presidente del episcopado argentino “evangelizar es compartir una alegría”, insistiendo en que “seguramente después de Pentecostés, Pedro, Santiago y Juan, al recordar ese momento pudieron predicar con más entusiasmo la Palabra de Dios, pudieron llegar al corazón de los hermanos con más eficacia”.
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Finalmente invitar a pedir al Señor, “poder ofrecer todas las cosas que nos cuestan en esta Cuaresma, pidámosle poder escuchar su Palabra y pidámosle al Señor que esta Palabra nos abra el corazón para entender las necesidades de nuestros hermanos y poder compartirles la alegría del Evangelio. Que el Señor así nos lo conceda”.
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