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Opinión: El dinero corrompe casi todo

Comprar seguridad, amistad, respaldo y simular aquello que no somos con un claro objetivo, son actitudes ante las que debemos actuar con precaución y discernimiento. Ver más allá de lo aparente nos ayudará a decidir en favor de nuestra vida y la de la comunidad a la que pertenecemos.
Esta es la invitación que durante la presente semana nos hace Mons. Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas en el siguiente artículo en el que nos ofrece un análisis de diferentes acontecimientos de la realidad mexicana que son muy parecidos a diversas situaciones que se viven en los diferentes países de América Latina y el Caribe.

Mirar

Hay un jefe de plaza en una localidad vecina, dedicado a la extorsión de todo mundo, armado como los de su grupo, pero que es bien apreciado en su pueblo, por una sencilla razón: ayuda a quien tiene necesidad. Con el dinero que quita a los demás, hace el bien a algunos; de esta forma, los corrompe y lo aprecian.

Recuerdo el caso de un importante capo narcotraficante colombiano, que hacía muchas obras sociales en beneficio de algunos pueblos pobres, a los que no llegaba la ayuda del gobierno. Lo hacía no porque tuviera un gran corazón, sino porque de esa forma compraba protección. Cuando el ejército iba en su persecución, la gente lo encubría; no les importaba que fuera un asesino criminal.

Lo mismo pasa con algunos líderes. En las elecciones y en encuestas de opinión, salen con muy buenos resultados de aprobación, aunque sus hechos no sean tan claramente eficaces para combatir eficientemente, por ejemplo, la pobreza y la inseguridad. Cuando uno averigua por qué reciben tanta aprobación, entre otras causas se descubre que quienes más les apoyan son los estratos sociales que reciben apoyos económicos, que por otra parte se deberían recibir por justicia social, pero que se emplean para comprar conciencias. Se usa el dinero público para corromper, y eso es inmoral y antidemocrático.

Hace unos días, conversando con dos influyentes políticos que pertenecen a un partido que se ufana de luchar contra la corrupción, les decía que fueran más humildes, pues en cualquier grupo todos estamos expuestos a corrompernos. Jesús es contrario a este vicio, pero en su grupo estuvo Judas, que se dejó convencer también por dinero y cometió la peor traición. En nuestra Iglesia, ha habido casos muy tristes de corrupción, que todos lamentamos, pero que son innegables, aunque en nuestros principios somos muy contrarios a ello. En cualquier partido puede haber corrupción; por ello, siempre hemos de estar atentos para que no se nos cuelen los corruptos. Y si en los programas se pone ayudar a los necesitados, que sea de corazón, por amor, no por interés electoral.

 

Discernir

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice:

“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea estoy lejos de proponer un populismo irresponsable. Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (161).

“El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo.

En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (162).

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Actuar

No nos dejemos corromper. Si aceptas una ayuda oficial, que no por ella te compren; discierne en tu conciencia a quién verdaderamente apoyar, pero que sea por otros motivos, no sólo por el dinero que te dan o que te ofrecen. Luchemos contra toda clase de corrupción.


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