Una invitación al amor, ese que respeta, acepta y valora las decisiones de la otra persona, el amor que entrega y acompaña con libertad, el amor que mira con igualdad; esa es la insistencia del cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, en su artículo de la presente semana.
La condición sexual, social, cultural y política de quien está a nuestro lado no puede limitarnos para comprender y escuchar a quienes optaron por otro camino. A los ojos de Dios no existen diferencias.
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Desconcierto e incertidumbre han experimentado algunos creyentes sobre lo expresado por el Papa Francisco en torno a la homosexualidad. Unos le achacan que la aprueba y la apoya, pero no es así.
En la entrevista que concedió a la agencia de noticias Associated Press (AP), en enero pasado, cuando le dijeron que hay varios países que criminalizan la homosexualidad, incluso con pena de muerte, dijo: “Creo que es injusto. Somos todos hijos de Dios y Dios nos quiere como somos y con la fuerza que luchamos cada uno por nuestra dignidad. El ser homosexual no es un delito. No es un delito. Sí, pero es pecado. Bueno, primero distingamos pecado de delito. Eso está mal. Está mal. Está muy mal. Creo que no hay que discriminar a nadie. Y ser homosexual no es un delito. Es una condición humana”.
Como el Papa dijo que la homosexualidad es pecado, un sacerdote jesuita, James Martin, que trabaja en la pastoral con estas personas, le escribió pidiéndole que aclarara eso de que la homosexualidad es pecado. Esto le respondió: “Muchas gracias por tu correo. No es la primera vez que hablo sobre la homosexualidad y sobre personas homosexuales. Y quise aclarar que no es delito, para subrayar que toda criminalización no es buena ni justa. Cuando dije que es pecado, simplemente me referí a la enseñanza de la moral católica que dice que todo acto sexual fuera del matrimonio es pecado. Por supuesto que hay que tomar en cuenta las circunstancias que disminuyen o anulan la culpa.
Como ves, estaba repitiendo una cosa general. Tendría que haber dicho: ‘es pecado como lo es todo acto sexual fuera del matrimonio’. Esto hablando de la ‘materia’ del pecado, pero sabemos bien que la moral católica, además de la materia, evalúa la libertad, la intención; y esto, para todo tipo de pecado. Y a quien quiera criminalizar la homosexualidad le diría que está equivocado. En una entrevista televisada, donde se habla con naturalidad y en un lenguaje de conversación, es comprensible que no se hagan precisiones”.
En su vuelo de regreso de Congo y Sudán, el 5 de febrero pasado, un periodista francés le preguntó sobre lo mismo y esto respondió: “De este tema he hablado en dos viajes, el primero de regreso de Brasil: ‘Si una persona con tendencias homosexuales es creyente, busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarla?’ Esto lo dije en ese viaje. En segundo lugar, volviendo de Irlanda, les dije claramente a los padres: los hijos con esta orientación tienen derecho a quedarse en casa, no se les puede echar de casa.
La criminalización de la homosexualidad es una cuestión que no debe dejarse pasar. El cálculo es que, más o menos, cincuenta países, de una manera u otra, llevan a cabo esta criminalización, e incluso algunos de estos -creo que son diez- tienen la pena de muerte para los homosexuales. Esto no está bien; las personas con tendencias homosexuales son hijos de Dios, Dios los ama, Dios los acompaña. Es cierto que algunos se encuentran en este estado debido a diversas situaciones no deseadas, pero condenar a una persona así es un pecado; criminalizar a las personas con tendencias homosexuales es una injusticia. No hablo de grupos, sino de personas. Algunos dicen: hacen grupos que hacen ruido, yo hablo de personas, otra cosa son los lobbies, yo hablo de personas. Y el Catecismo de la Iglesia Católica dice: no deben ser marginados. Creo que la cosa en este punto es clara”.
En resumen, el Papa aclara lo que es tradicional en la Iglesia: que la tendencia homosexual en sí no es pecado ni delito; pero los actos homosexuales sí son pecado, cuando se dan las condiciones tradicionales de materia grave, conciencia y libertad.
Discernir
La doctrina de la Iglesia, que el Papa Francisco no modifica, está claramente expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por el Papa Juan Pablo II y asesorado por quien fue luego Benedicto XVI: “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas.
Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).
“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (2358).
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (2359).
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Actuar
Evitemos palabras y actitudes discriminatorias hacia estas personas, pues son hijas e hijos de Dios y merecen respeto; sin embargo, eso no significa que las prácticas homosexuales sean acordes con el plan original de Dios. La propuesta de Dios está claramente definida en el sexto y noveno mandamientos. Sin embargo, por encima de cualquier otra ley, está el amor a Dios y al prójimo.
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