“𝑬𝒗𝒊𝒕𝒆𝒏 𝒄𝒐𝒏 𝒈𝒓𝒂𝒏 𝒄𝒖𝒊𝒅𝒂𝒅𝒐 𝒕𝒐𝒅𝒂 𝒄𝒍𝒂𝒔𝒆 𝒅𝒆 𝒄𝒐𝒅𝒊𝒄𝒊𝒂, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒖𝒏𝒒𝒖𝒆 𝒖𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒕𝒆𝒏𝒈𝒂 𝒕𝒐𝒅𝒐, 𝒏𝒐 𝒔𝒐𝒏 𝒔𝒖𝒔 𝒑𝒐𝒔𝒆𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒍𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒅𝒂𝒏 𝒗𝒊𝒅𝒂” (𝑳𝒄 12,15)
Los índices de crecimiento económico, la publicidad de vacaciones paradisíacas, el consumo más o menos inconsciente y las grandes corporaciones transnacionales se han convertido en uno de los escaparates más deseados para una población deslumbrada por tanto bienestar.
Mientras, en mayor número y con mayor incertidumbre, va aumentando el índice de personas que viven con menos de dos dólares diarios, que no tienen más descanso que el desempleo o la fatalidad, que perdieron el tren del desarrollo por la inaccesibilidad a la infocomunicación y a la vacunación… Tanta inequidad se convierte en escándalo ecosocial y en infidelidad evangélica.
Por eso, Jesús nos advierte: “eviten con gran cuidado toda clase de codicia” (Lc 12,15) que construye bunkers o élites del despilfarro, así como guetos o marginalidad; porque esto es “escándalo” para nuestras democracias y “pecado” para nuestra Iglesia. La “codicia” nos podría convertir en explotadores, abusadores, ecocidas, corruptos y enfermos sociales, que desdicen de nuestra condición humana y que anulan el Evangelio de Jesucristo.
Es necesario encontrar espacios, personas y estrategias que se entreguen a la causa de la “justicia social”, más allá de cualquier ideología y siempre más cerca de las víctimas. Estamos llamados a ser discípulos – misioneros/as que optan por los “bienaventurados del Reino” y no por los privilegios del poder político, social, económico, religioso o tecnológico.
¿Qué da sentido a la vida: lo que codiciamos o lo que “compartimos”? ¿Quién impulsa nuestra felicidad: quienes nos prometen comodidad o quienes caminan en “profecía”? ¿Qué sostiene nuestra fe: la necesidad pedigüeña o la “entrega solidaria”, para que los pobres tengan la buena noticia?
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