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Reflexión Bíblica: Domingo, 25 de septiembre de 2022

𝙃𝙖𝙗í𝙖 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙪𝙣 𝙥𝙤𝙗𝙧𝙚, 𝙡𝙡𝙖𝙢𝙖𝙙𝙤 𝙇á𝙯𝙖𝙧𝙤, 𝙩𝙤𝙙𝙤 𝙘𝙪𝙗𝙞𝙚𝙧𝙩𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙡𝙖𝙜𝙖𝙨, 𝙦𝙪𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙗𝙖 𝙩𝙚𝙣𝙙𝙞𝙙𝙤 𝙖 𝙡𝙖 𝙥𝙪𝙚𝙧𝙩𝙖 𝙙𝙚𝙡 𝙧𝙞𝙘𝙤 (𝙇𝙘 16,20)

Aunque los invisibilizamos, los “pobres” tienen rostro. Aunque los silenciamos, los “descartados y oprimidos” tienen nombre. Aunque las ignoramos, las “víctimas del poder” tienen dignidad, como hijos e hijas de Dios, a quienes ama de manera preferente. El pobre del evangelio tiene el nombre de Lázaro… y nosotros ¿miramos el rostro, escuchamos el clamor y sabemos el nombre del pobre “prójimo”?

En nuestros ambientes, el rico tiene apellidos ilustres y el pobre es anónimo. En cambio, Jesucristo descalifica las actitudes del rico, dejándole sin nombre y con su despilfarro suicida; mientras que los pobres y excluidos se llaman Lázaro o Eleazar o “el ayudado por Dios”; tienen identidad y dignidad.

La manipulación consumista del evangelio nos podría llevar a consentir la escandalosa inequidad de nuestra sociedad “católica”. Quizá somos de esos que ofrecen a los pobres la vida ultramundana, mientras disfrutamos diabólicamente de la acumulación, despilfarro, corrupción y los privilegios de ricos. ¡Quizá!

No podemos anular el evangelio con la “normalización” del descarte, la violencia y la pobreza, que nos lleva a la globalización de la indiferencia, a la aceptación de la mediocridad y a la complicidad con el poder que reprime a cuantos reclaman sus derechos.

No podemos quedarnos en la “descomprometida compasión” por los descartados/as y sobrantes del “estado de bienestar” sin dar pasos firmes y proféticos a nivel laboral, familiar, socioecológico y eclesial, para que la justicia distributiva y restaurativa construya la fraternidad universal.

No podemos esperar ni un minuto más para “partir, repartir y compartir” el pan y los recursos de la dignidad humana y de la ecología integral. ¿Acaso debemos continuar con el ecocidio de la casa común, el genocidio del tráfico de personas anonimadas o la descalificación de los misioneros de la vida y la justicia…?

¿Tendremos que esperar a la autodestrucción -o la condena externa- para cambiar nuestras relaciones personales-sociales-eclesiales tóxicas?

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