“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos “(Jn 20,8-9)
Los relatos de la resurrección de Jesús denuncian e iluminan algunos aspectos de nuestra existencia: quedarnos encerrados por el miedo; derrumbarnos en la tristeza y la depresión de los duelos; permanecer sin esperanza ante la vulnerabilidad de los sueños; correr sin sentido con la incertidumbre y la chismología; buscar soluciones donde solo están los problemas; esperar que los demás solucionen lo que uno mismo no afronta, etc.
La resurrección de Jesús es una decisión del “Padre” de dar el triunfo a la vida, y la decisión de la “mujer” de creer -contra toda esperanza- en el valor supremo del amor. No es solo un relato, sino un encuentro existencial con la “luz” -en medio de la oscuridad-, con la “vida” -a pesar de las armas- y con el “amor” -por más que duela la entrega- a Pedro, Juan, Magdalena, María…
La vida, el amor y la luz que -en muchas ocasiones- no vemos, hoy irrumpe en nuestra existencia individual y comunitaria; en el cosmos admirado y por descubrir; entre las vendas y sudarios de las víctimas de la violencia y de la traición. Porque la fe, más allá de todas las definiciones teológicas, sigue teniendo nombre de persona y es vinculación existencial con el crucificado que resucita la plenitud del amor.
Sí, nos hacen falta más “testigos” de Jesucristo, aunque no tengan masterados teológicos; el mundo requiere “profetas” de la esperanza que venzan la desidia de los fatalistas religiosos; nuestras comunidades se lanzan a la “misión” de las bienaventuranzas, sabiendo que el Espíritu de Galilea desborda nuestras previsiones, prudencias o sueños.
¡Desatemos a Cristo de sus vendas! ¡Salgamos con Él de los sepulcros! ¡Comamos en Emaús el pan de la fraternidad! ¡Disfrutemos de la alegría de los re-unidos por María!
¡Caminemos con la agilidad de los misioneros del cuidado! y ¡sigamos abiertos al soplo del Espíritu del Resucitado!. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Post a comment