Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. (Mt 17, 7)
Los humanos, ante las tormentas de la vida, podríamos caer en la tristeza, la incertidumbre, el miedo o la culpabilidad; pero sería aún peor quedarnos mucho tiempo en ese hueco de emociones, porque podríamos enfermar con depresión, ansiedad, fobia o amargura. La frecuencia de estos trastornos nos urge a buscar salidas del agujero de nuestras emociones.
A veces no queremos o no podemos mirar más allá de lo que sentimos, y eso nos deja sin horizonte. En ocasiones no podemos o no queremos escuchar palabras de ánimo que nos piden movimiento, porque “el agua que no se estanca, se purifica”. Quizá necesitamos una voz de autoridad, llena de sentido y de amor, que nos urja con un “¡levántate!”.
No habrá mucha luz para quien se queda en la zona de confort, o se apoltrona en el catre de la depresión, o cierra los ojos ante el futuro, o suelta la mano de la persona que nos ama… todo eso no ayuda. No da identidad ni horizont
Jesús toca nuestras heridas infectadas por la depresión, ansiedad, fobia o amargura. Se acerca a nuestra realidad y la toca, con ternura, sin asco, con esperanza. Se acerca, nos toca y nos dice con voz divina: ¡levántate!.
“Levántate y no tengas miedo” de vivir a plenitud, de amar con pasión, de sufrir por amor, de servir con humildad, de caminar en la incertidumbre, de luchar por la utopía, de creer en Jesucristo y su loco plan de vivir plenamente muriendo amorosamente.
Que el miedo, a los abusadores o a los catratofistas, no sea tan fuerte como la mano del crucificado que nos toca y la voz del resucitado que nos anima.
Post a comment