“Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos?” (Mt 4,46)
Con mucha frecuencia valoramos nuestras relaciones interpersonales desde la retribución, pensando que “favor con favor de paga” o que “hay un Dios que todo lo ve”, como amenaza al que actúa mal. Es cierto, sin embargo, que todo acto humano tiene consecuencias, a veces previsibles y en ocasiones muy diferentes de las que nos gustaría. Por eso sufrimos trastornos como la culpabilidad, frustración, ansiedad o depresión.
La “recompensa” por algo que hemos hecho bien, por nuestra dedicación religiosa, por la entrega generosa a la familia o por el altruismo cristiano… no siempre es autorrealización, satisfacción, éxito o reconocimiento. Es más, cuando hacemos algo por los demás -esperando recompensa- quizá solo compramos favores; y si hacemos promesas o sacrificios religiosos -con o sin dinero por medio- quizá solo estamos extorsionando a Dios para que haga nuestra voluntad o responda a nuestra necesidad.
“El amor es gratuito”. No es un derecho ni una obligación, sino la entrega generosa de sí mismo/a para que la otra persona sea feliz y tenga más vida. El amor no busca recompensa ni extorsiona, no impone condiciones ni espera aplausos, no se apega al ser amado ni permite su dependencia. Es más, el amor está por encima de la empatía, amistad, correspondencia, reciprocidad o satisfacción… aunque -a veces- podría ser un natural efecto de la opción de amor.
Si el amor entre unos y otros identifica el seguimiento a Jesucristo (cfr Jn 15,12), la relación con el diferente, enemigo o alejado se convierte en el signo más evidente de nuestra autenticidad cristiana (cfr Mt 4,46), porque es unidireccional, altruista, entregado e inmerecido. De hecho no existe mérito alguno en amar, porque es gratuidad; de ahí que “amar al enemigo” se convierte en el ADN de la Cruz de Jesucristo y del discipulado misionero de sus seguidores.
Si nos cuesta ser fieles a quien amamos, o amar a quien nos ama, ¿podremos amar a los enemigos? … solo si nos parecemos a Jesucristo…
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