El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó (Mt 13,24-25).
Semilla, mostaza, oveja, pastor, levadura, perla.. son palabras sencillas que hablan de la vida cotidiana de la actividad agropecuaria, la creatividad de la cocina, la relación social, y la vida económica de un pueblo tan rural y familiar como el judío. Con estas palabras, Jesús construía las “parábolas”, y con éstas formulaba la teología más sublime: hablar de Dios para que todo el mundo entienda cómo es y cómo actúa.
¡Cuántas mentes brillantes enmarañan la experiencia religiosa con palabras raras, para que nadie entienda, y -quizá- para mantener el poder religioso sobre las conciencias!.
Desde lo sencillo, lo pequeño, lo menos espectacular, lo vulnerable y -tal vez- minusvalorado… Dios está construyendo un mundo de “amor” sin melosas canciones; de “fraternidad” sin congresos queda-bien; de “transformación” sin avinagrados gritos; de “felicidad” con los bienaventurados pobres…
¿Para qué sirven las palabras si no provocan más vida?. No podemos ni debemos permitir que la “cizaña” (planta de tallo ramoso, hojas estrechas y espigas anchas y planas, cuyos granos contienen un principio tóxico) estropee la «siembra», que los chismes y descréditos impidan la verdad y que la bondad -sembrada en este mundo- sea anulada por la manipulación, el abuso y la negligencia. Y si alguien tiene “cizaña” en su corazón, que se sumerja en lo más profundo de sí para descubrir las “semillas del Verbo”, que está creciendo en el silencio y -no pocas veces- en el silenciamiento de una sociedad e iglesia que pretende gobernar la acción de Dios.
De hecho, el Reino de Dios -el mundo construido con su amor- no depende de nosotros pero tampoco se puede desarrollar sin nosotros. Con Jesucristo, somos “corresponsables” de la semilla que crece y del fruto que nos alimenta.
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