El que se hace grande será humillado y el que se humilla será enaltecido (Lc 18,14)
Para aliviar nuestro malestar, recurrimos a la “comparación” con otros que están peor. Cuando el complejo de inferioridad nos carcome, nos comparamos con los demás viendo sus fragilidades. Cuando no tenemos argumentos evidentes, recurrimos a la comparación con otras épocas (regresión), otros lugares (aculturación), otras personas (sumisión) u otras ideas (ideologización). Nosotros… cuando usamos el recurso de la comparación… ¿qué queremos conseguir?
Quizá practicamos la comparación moralista del fariseo (que condena a los demás) o la humildad sincera del publicano (que necesita conversión) o la kenosis de Jesucristo (que levanta al caído) ¿Cuál?
Es triste que los cristianos sigamos buscando resortes para “ser más que” los otros y nos cueste ponernos al nivel de los niños, pequeños, vulnerables, humillados y descartados. Quizá pretendemos ser tan buenos cristianos que buscamos la ascensión a los cielos sin pasar por el amor entregado en el lavatorio o en la crucifixión. Es cierto que no podemos ni debemos permitir que se pisotee la dignidad propia ni de los demás, pero tampoco podemos masacrar o desacreditar a los demás con nuestra supuesta perfección moral, litúrgica, familiar, profesional o eclesial.
“Dime de lo que presumes (fariseo) y te diré lo que te falta” (publicano). Por eso, estamos llamados a reconocer lo que somos (humildad) y cuidar la vida que crece en nosotros y en los otros (misión), aunque cueste ver el crecimiento -bajo tierra- del humilde grano de maíz.
La iglesia sería verdaderamente “sinodal” si la humildad y el servicio sustituyen al exhibicionismo ritual y la sacralización del poder. Nuestras familias serían más “felices” sin tanta sobreprotección o agresividad o abandono o avestrucionismo emocional. Nuestro país sería más “fraterno” si dejáramos las comparaciones negativas para hacer propuestas comunitarias llenas de justicia. Cada uno/a de nosotros/as seríamos más “alegres” sin tantas comparaciones que anulen la sana humildad y la necesaria reconciliación.
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