“No tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo” (Mt 10,31)
El “miedo, el dolor y la culpa” nos previenen de algo negativo que podría suceder o que se podría repetir. Aunque también son tres ingredientes que bloquean nuestras ilusiones y realidades. Podrían encerrarnos en nuestra negatividad o llevarnos a reaccionar -incluso con violencia- contra los demás. Con el Papa Francisco podríamos pedir que “el miedo no robe nuestra esperanza”, ni la alegría ni la fraternidad.
De hecho, el “miedo” es lo contrario a la fe, es decir, por miedo a ser heridos o defraudados dejamos de vivir-buscar los valores esenciales de la vida, el amor, la alegría o la fe. Nos apoltronamos en la mediocridad por temor al profetismo, y entramos en el consumismo (hasta de los afectos y los ritos) para no correr el riesgo de implicarnos en el amor gratuito.
Dejar de confiar en los seres queridos, en las instituciones esenciales, en el futuro o en uno mismo… es el principio de la amargura que lleva al sinsentido, viviendo a la defensiva o en el aislamiento del “ya no creo en nada ni en nadie”. ¡Qué fácil es perder la confianza en alguien y qué complicado es recuperarla!. ¡Cuánta frustración hay en el deseo de confiar, cuando se repite la traición!
Nuestra misión humana y cristiana consiste en acoger el don que se nos da, sin exigir al otro (y al mismo Jesucristo) que haga lo que esperamos. La gratuidad de la misión incluye la confianza en el acompañamiento del que envía, que nos hace libres para entregar lo mejor de sí -por causa del Reino- con la seguridad de que triunfará la vida sobre la muerte, el perdón sobre dolor y el amor sobre la traición.
¿Nos obsesionamos por los logros -a conquistar- o por el éxito -a recibir-? ¿Estamos dispuestos a confiar en el amor y la misión de Jesús y a dedicarnos a ello, a pesar de los riesgos?
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