Jesús le respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4,4)
La pobreza, en lugar de disminuir, está aumentando por múltiples factores como el cambio climático y las sequías, el covid19 y otras pandemias, las guerras en Ucrania y en otros lugares, la inequidad entre países y entre culturas, el armamentismo, etc. El objetivo del milenio en este aspecto no se está logrando, porque el 44% de la población mundial vive con menos de dos dólares al día y el 9% con menos de un dólar. Esta realidad además de escandalosa y desafiante, es anticristiana.
No sólo, sino también, vivimos del “pan” que garantice la seguridad alimentaria, especialmente para quienes tienen menos recursos. Además, como causa y efecto, necesitamos salud mental con el alimento del amor, salud emocional con el sueño, salud espiritual con la oración, salud intelectual con la lectura y salud sinodal con la fraternidad. Los “panes” del ser humano son -entre otros- comida, amor, sueño, oración, lectura y fraternidad.
Vivir desde la “Palabra de Dios” y anunciarla, significa acoger la vida, cuidarla, defenderla y entregarla, al mismo estilo de Jesús, que no se contenta con el título de “Hijo” ni de “Predilecto” (Mt 3, 17) sino que sentipiensactúa de manera solidaria, honesta y sinodal, superando la tentación del egocentrismo, el narcisismo y la prepotencia.
En “cuaresma” no es suficiente con comer un poco menos sino hacer que los pobres coman un poco más. No vale concentrarnos en nuestra santidad sin empeñarnos en la salud integral de los demás. No dan vida los textos bíblicos si nos encarcelan en el búnker del rigorismo y -quizá- diluyen nuestra corresponsabilidad por la justicia, la equidad, la honestidad y la sinodalidad… ya sea entre las paredes del templo, alrededor de la mesa familiar o en el cotidiano trajín ecosocial.
¿De qué y para qué nos alimentamos?
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