“Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. (Jn 10,9)
Personas de la política, la iglesia, los negocios, el deporte y de otros espacios sociales parece que andan en puertas giratorias porque salen de un privilegio para entrar en otro, a la vez que les encanta imponer aduanas para impedir el acceso – de la gente sencilla – a los servicios que deberían ofrecer nuestras instituciones. “Puertas” giratorias, puertas cerradas, puertas aduanizadas o puertas abiertas… ¿cuál de ellas somos? ¿Damos acceso a la gente o bloqueamos sus sueños?
Si los cristianos fuéramos de Cristo, estaríamos brindando oportunidades más que apologéticas, y ayudaríamos a que los demás busquen-encuentren vida plena, además de doctrina verdadera. Si las ovejas siguen a su Pastor no se pierden en discusiones inútiles sobre rúbricas o genuflexiones o telas; porque están arriesgando la vida por el buen vivir de los demás, de los que están dentro y los que están fuera, de quienes son de los nuestros y de los alejados o espantados.
Entre otras opciones y “pastos”, los cristianos estamos llamados/as a “priorizar la ecología integral en nuestras comunidades”, (AELC 10), “generando una conversión ecológica que favorezca la corresponsabilidad en las acciones personales, comunitarias e institucionales a favor del cuidado de la Casa Común” (AELC 17), denunciando cuando se pretenda destruir, acogiendo propuestas concretas del cuidado y defensa de la vida, tal como nos urge el papa Francisco en “Querida Amazonía”.
La “puerta de la fe es Cristo” en persona, es su vida dando vida, es el amor encarnado abrazando la vulnerabilidad, es alegría desafiando a los escrupulosos, es comunidad reuniendo a los despistados y dispersos. La puerta de la fe está abierta para todos, sin recomendaciones ni afiliaciones; está abierta para la “libertad” que da vida, la “fraternidad” que comparte vida, la “misión” que contagia la vida de Jesús.
¡Abre tu corazón al Pastor Bueno y abre la puerta a la gente que le busca!
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