“𝙋𝙚𝙧𝙤 é𝙡 𝙡𝙚𝙨 𝙙𝙞𝙟𝙤: 𝙉𝙤 𝙨𝙚 𝙖𝙨𝙪𝙨𝙩𝙚𝙣. 𝙎𝙞 𝙪𝙨𝙩𝙚𝙙𝙚𝙨 𝙗𝙪𝙨𝙘𝙖𝙣 𝙖 𝙅𝙚𝙨ú𝙨 𝙉𝙖𝙯𝙖𝙧𝙚𝙣𝙤, 𝙚𝙡 𝙘𝙧𝙪𝙘𝙞𝙛𝙞𝙘𝙖𝙙𝙤, 𝙣𝙤 𝙚𝙨𝙩á 𝙖𝙦𝙪í, 𝙝𝙖 𝙧𝙚𝙨𝙪𝙘𝙞𝙩𝙖𝙙𝙤 “(𝙈𝙘 16,6)
El miedo y la incertidumbre están respirándose en la mayoría de los pulmones, comunidades e instancias de la humanidad, ya que se ven más amenazas que esperanzas, y más oscuridad que amaneceres.
Ni la inmediatez en el tiempo, ni el empirismo en los hechos ni las prisas en las emociones están dando respuestas a las grandes “búsquedas” de felicidad, fraternidad y paz. Por el contrario, la ansiedad nos impide soñar y la frustración nos hace sufrir.
Jesucristo, que “da su vida para que todos tengan vida” -motivado por el amor y no por el miedo- hace que el sentido de lo que vivimos nos brinde la plenitud de lo que anhelamos. Sin negar la evidencia del sufrimiento, reafirma el poder del amor, que va más allá de los sentimientos y de los logros, y traspasa el tiempo, el espacio y las relaciones.
En la dispersión de innumerables estímulos placenteros y con la pretensión de mejorar las condiciones de vida, -hoy- necesitamos “resiliencia” para mejorar la paciencia creativa; “reconciliación” para recuperar alegría en las relaciones humanas; y “resurrección” para vencer la muerte con el poder del amor vitalizador del Crucificado. Las tres “Rs” que curan el miedo y la incertidumbre: “resiliencia, reconciliación y resurrección”.
Acojamos los signos del Resucitado: la “búsqueda” creativa y la “decisión” de dejarse amar, traspasado -todo- por la misión de “arriesgar la vida por el Evangelio”.
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