“Jesús dijo a sus discípulos: No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí” (Jn 14,1)
¿Cómo no “perder la paz” cuando ya hemos perdido relaciones, salud, dinero, confianza o la ilusión? ¿Cómo mantener los ideales de fraternidad en tantos ataques mortales a la vida, la dignidad y la justicia?
No es sencillo mantener la paz en medio de la tormenta -cualquiera que sea-, si es que no tenemos un respaldo, una utopía, una persona que nos devuelve el aliento, las ganas de ser mejores y la decisión de “dar la vida para que todos tengan más vida” (Jn 10,10).
Porque las personas no actúan como esperábamos, porque nosotros no hemos logrado lo que deseábamos, porque el mundo va por derroteros inciertos no imaginados, porque la Iglesia no siempre es un espacio seguro y alegre, porque la familia no está exenta de amenazas contra el amor, porque los jóvenes y los ancianos no ven futuro cierto… y porque en nuestro interior hay más preguntas que respuestas… perdemos la paz con cierta facilidad. Y ¿cómo recuperarla?
Quizá debamos “abrir” los oídos, los ojos y el corazón para “escuchar” al Pastor, “ver” al Resucitado y “amar” al que es “camino, verdad y vida” (cfr. Jn 14,6). Porque “abrirnos” a Jesucristo es abrir la esperanza y la puerta de la vida, y es compartir con los desalentados y desorientados el espíritu y la utopía, que nos cobija en los brazos del Padre y nos lanza a la misión del Hijo.
No perdamos la oportunidad de “propiciar el encuentro personal con Jesucristo encarnado en la realidad del continente” (AELAC 11), haciendo una lectura de los signos de los tiempos a la luz de la Palabra -meditada y estudiada-, de la historia y de la propia identidad latinoamericana, desde el lugar de los pobres, los descartados y los marginados, al estilo de Tomás, Felipe y de los demás discípulos.
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