La sangre de los indígenas, la sangre de los yanomami corre por las venas de la Hermana Mary Agnes Njeri Mwangi. Es cierto que la Misionera de la Consolata nació en Kenia, pero desde su llegada a Brasil, en 2000, siempre ha permanecido en la misión Catrimani, lugar de presencia de los Misioneros y Misioneras de la Consolata en medio de uno de los pueblos más agredidos del último siglo en Brasil.
Presencia de consuelo y de defensa de la vida
Una misión que la religiosa ve como «una presencia de consuelo, una presencia de defensa de la vida, de promoción de la vida«. Según ella, «también ha sido una presencia de ser mujer entre mujeres», algo que se ha concretado en el trabajo con las mujeres, en los encuentros en diferentes regiones del territorio yanomami.
Sor Mary Agnes, que fue auditora en la Asamblea Sinodal del Sínodo para la Amazonía, dice que aprendió «a ser una mujer de esperanza y resiliencia, a empezar siempre de nuevo, porque aquí la vida es muy ajetreada, a veces hay brotes epidemiológicos, invasión de territorio». Insiste en que «he aprendido a empezar siempre de nuevo, cuando la vida parece no existir, siempre está la mano de Dios que sale a nuestro encuentro y volvemos a empezar. He aprendido mucho de esta manera de estar siempre dispuesta a volver a empezar, a construir, a hacer algo nuevo, a superarme, a tener calma, constancia y amor en la convivencia».
Una realidad difícil
Esto en una región que ha pasado por momentos muy difíciles y donde el momento presente se vive con preocupación. En la misión de Catrimani, muchos indígenas desconocen lo que ocurre en otras regiones del territorio. Allí no hay medios de comunicación, la gente no tiene acceso a ver imágenes, sólo se informan por lo que se dice en el radio transmisor, según la Misionera de la Consolata.
La religiosa insiste en que «hay una falta real de presencia, una presencia en muchas regiones yanomami, personas que puedan estar con ellos, conversar con ellos, compartir con ellos, eso es lo que falta, la presencia de personas que estén insertas, que puedan dialogar con la gente en este momento, que puedan escuchar sus problemas y acompañarlos en el día a día. La gente vive en este momento esta situación de desamparo, de estar sola”.
Falta de presencia permanente de la Iglesia
Los Misioneros y Misioneras de la Consolata acompañan a algunas comunidades, pero, como en muchas partes de la Amazonía, se trata de una región de difícil acceso. Los mayores problemas, los que están apareciendo en los medios de comunicación, se producen en regiones alejadas de la misión Catrimani, donde no pueden llegar. «E incluso si pudiéramos llegar a ellos, estaríamos cavando un agujero aquí para llenar otro agujero en otra realidad», afirma. Sor Mary Agnes lanza un grito de ayuda, «la gente vive en esta ausencia de personas que realmente puedan dar su vida y estar con ellos. Estar allí durante un tiempo, no es sólo ir y volver, sino permanecer en la región como una presencia”.
Es un tiempo de sufrimiento para la gente que la misionera dice estar viviendo como una experiencia en la que «el Señor está alentando mi vocación y también esta opción de los Misioneros de la Consolata de estar cerca de la gente, de los misioneros». Insiste en la importancia de «estar siempre presentes, cerca de la gente y colaborar en todo lo que podamos«.
Apelo a la Iglesia para enviar misioneros
Hace un llamamiento a la Iglesia para que tenga una mayor presencia. Recuerda la misión de Xirei, una de las regiones más afectadas en la actualidad, donde hubo una comunidad religiosa hasta 2006, y esta comunidad se marchó por falta de personas que pudieran continuar. Una experiencia que comenzó en los años 90, cuando la situación era tan grave como ahora.
La religiosa dijo que «hoy es peor, pero ahora no hay esa presencia, siento que el Señor me está pidiendo, y espero que sea verdad, que la Iglesia busque otros religiosos y religiosas que puedan actuar en otros frentes en la tierra yanomami, porque aquí está la única presencia de la Diócesis. Siento esta llamada del Señor, primero la afirmación de mi opción, de nuestra opción como Consolata, misioneros y misioneras para continuar aquí, pero también esta llamada a la Iglesia en Brasil y en el mundo para intentar abrir otros frentes en estas realidades”.
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Ante tanto dolor y sufrimiento afirma que «seguiremos luchando y uniendo fuerzas con este nuevo gobierno que intenta articular y ayudar y con otras organizaciones civiles», insistiendo en que «como Iglesia estamos llamados a unir fuerzas con la gente de bien». Una esperanza no sólo para la Hermana Mary Agnes, sino para todo un pueblo que lucha por la vida tan duramente castigado.
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