Eran los años de nuestra temprana juventud. La década del 70 del siglo pasado apenas comenzaba y un amigo vino a vivir entre nosotros y con nosotros en Mar del Plata.
Recibíamos al segundo obispo de nuestra joven diócesis. Sabíamos que Monseñor Eduardo Pironio era ya una personalidad eminente de la iglesia argentina y latinoamericana (Secretario General y luego Presidente del CELAM, predicador de los retiros de cuaresma a la curia romana), paso previo a su tarea en la iglesia universal, creando las Jornadas Mundiales de la Juventud, entre tantas felices iniciativas.
Lo que no imaginábamos era que ese hombre de sonrisa franca, mirada clara y atenta y palabras sencillas y profundas, fuese a tener de manera inmediata la presencia conmovedora de un padre y hermano tan cercano, tan interesado en nuestras inquietudes y problemas.
Estar un momento con el “Monse” -como pronto pasó a ser para todos nosotros- era sentirse escuchado y valorado como si para él no existiese otra cosa en el mundo que no fuera uno y lo que le estaba contando, para luego recibir la calidez de su consejo y su misericordia siempre a la mano.
El don de la escucha, tan añorado en este tiempo que nos toca vivir, en toda su plenitud.
Aquellas primeras palabras con que se presentó: PAZ, JUSTICIA, ALEGRIA y ESPERANZA pronto se vieron traducidas en hechos concretos.
El aliento a la tarea de los distintos grupos de jóvenes predicando su fe comprometida y encarnada en los barrios más humildes de la diócesis, las noches de oración en las vísperas de Pentecostés, la “Casa de los Jóvenes”, lugar de encuentro y actividades de todo tipo (retiros, cursos de promoción, catequesis, festejos y celebraciones, etc.) con un sacerdote a cargo exclusivamente dedicado a esa tarea de animación y servicio, “Renacimiento”, la publicación del Movimiento Juvenil Diocesano que reflejaba mes a mes los hechos más relevantes y las figuras que despertaban nuestro interés…En fin, diversas maneras de hacernos sentir protagonistas en la Iglesia pobre, pascual y peregrina que siempre predicó nuestro obispo.
Párrafo aparte para una de las iniciativas más felices en la historia de nuestra Iglesia particular: la Marcha de la Esperanza. La manifestación religiosa más importante de Mar del Plata hasta nuestros días con un pueblo que camina llevando su luz por toda la ciudad y que goza de excelente salud hasta hoy, 50 años después.
Claro que, como ha ocurrido en todos los tiempos, esa tarea luminosa tuvo que pasar la prueba de la persecución y la calumnia: amenazas de todo tipo, muchas de ellas pintadas sin escrúpulos en los muros de la ciudad, violencia llevada al extremo de la desaparición y el asesinato de personas cercanas, fueron el altísimo precio a pagar por predicar siempre la verdad, la justicia y la paz en años de extrema violencia.
Su propia vida corrió inminente peligro al punto de recibir el ofrecimiento de custodia personal permanente por parte de las más alta autoridad de la Nación, y que el obispo agradeció y rechazó argumentando que como hombre de fe su vida estaba en las manos de Dios y que la vida de las personas destinadas a su cuidado valía exactamente igual que la suya y que por lo tanto no era lícito arriesgar a nadie.
De cualquier manera, la situación era tan evidente que, más allá de las relevantes condiciones del pastor y la gran consideración que por él sentía San Pablo VI, su nombramiento en un dicasterio vaticano y su pronta partida a Roma, también tuvieron el sentido de cuidar su vida.
Al final del camino, el feliz recuerdo de nuestro queridísimo “Monse” Pironio permanece intacto en todos aquellos que lo conocimos, el bien que ha hecho pasa de generación en generación y por su inspiración la iglesia de Mar del Plata es cada día más fraterna, orante y misionera.
Como él la soñó.
Un profeta ha vivido entre nosotros. Demos gracias a Dios.
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