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Reflexión Bíblica: Domingo, 02 de octubre de 2022

“𝙎𝙞 𝙩𝙪 𝙝𝙚𝙧𝙢𝙖𝙣𝙤 𝙩𝙚 𝙤𝙛𝙚𝙣𝙙𝙚, 𝙧𝙚𝙥𝙧é𝙣𝙙𝙚𝙡𝙤; 𝙮 𝙨𝙞 𝙨𝙚 𝙖𝙧𝙧𝙚𝙥𝙞𝙚𝙣𝙩𝙚, 𝙥𝙚𝙧𝙙ó𝙣𝙖𝙡𝙤. 𝙎𝙞 𝙩𝙚 𝙤𝙛𝙚𝙣𝙙𝙚 𝙨𝙞𝙚𝙩𝙚 𝙫𝙚𝙘𝙚𝙨 𝙖𝙡 𝙙í𝙖 𝙮 𝙤𝙩𝙧𝙖𝙨 𝙩𝙖𝙣𝙩𝙖𝙨 𝙫𝙪𝙚𝙡𝙫𝙚 𝙖𝙧𝙧𝙚𝙥𝙚𝙣𝙩𝙞𝙙𝙤 𝙮 𝙩𝙚 𝙙𝙞𝙘𝙚: ´𝙇𝙤 𝙨𝙞𝙚𝙣𝙩𝙤´, 𝙥𝙚𝙧𝙙ó𝙣𝙖𝙡𝙤”. (𝙇𝙘 17,3-4)

La violencia tiene tantos vértices como relaciones interpersonales, y tantas cabezas -de dragón- como intereses contrapuestos. De hecho, hablamos de violencia verbal, emocional, sexual, física, económica, política, ecológica y eclesial (quizá haya más…). La boca, las manos, el corazón, las armas, el dinero, las ideas, las manías… se pueden convertir en instrumentos de la violencia, que tiende a eliminar a los diferentes y a defenderse de los agresores.

En muchas ocasiones justificamos la violencia, cuando se practica en legítima defensa, y se legitima cuando hay reivindicaciones o cuando hay autoprotección. Como consecuencia, seguimos creando “distancia” terapéutica de los agresores, “resentimiento” atávico contra la historia, “venganza” descarada o enmascarada contra una persona o colectivo, “amargura” psicosomatizada que quita sentido a la vida, “autorreferencialidad” víctima-victimaria, y un sin número de cefaleas, gastritis, insomnio, ceñofruncimiento, ansiedad, depresión e inconfesables compulsiones evasivas.

“Reprender” a la otra persona (y aceptar la reprensión) -para la conversión integral- es una parte esencial de la “comunicación no violenta” que nos ayuda a ser mejor que uno/a mismo/a, aunque no siempre respondamos a las expectativas de los demás. Debemos darnos la oportunidad de “aprender” para ser más humanos y de “perdonar” para ser más hermanos.

Quien no es capaz de perdonar, seguramente no ha podido reconciliarse consigo mismo y con su historia personal. O quizá no ha disfrutado del perdón del Padre Misericordioso que busca nuestro bien, a pesar de que no le guste lo que hemos hecho mal. Porque el perdón nace y es expresión del amor, que se compromete por el bien de la otra persona.
Perdonar no significa justificar el delito o error. Más bien, debemos darnos la oportunidad de la metanoia (conversión integral), y -también- de ayudar a los demás a dar pasos eficaces para recuperar la dignidad, justicia y paz. Empleemos siete, setenta veces siete o cuantas veces sean necesarias para recuperar el “amor” (por encima del dolor), la “paz” (más que el inmovilismo) y la “fraternidad” (que no es buenismo)… porque… vale la pena perdonar.

Gracias a Jesucristo que nos perdona cuando no sabemos lo que hacemos. Gracias al Padre Bueno que nos abraza aunque hayamos despilfarrado su amor. Gracias a los/as hermanos/as que no se alejan del agresor y deciden compartir el perdón. Gracias a quienes vencen al mal haciendo el bien. Gracias a quienes nos enseñan el camino de la libertad interior y de la liberación social… perdonando.

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