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Cinco lecciones de ‘la etapa continental’ del Sínodo de la sinodalidad

La etapa continental del Sínodo de la sinodalidad culminó el 31 de marzo con la publicación de la síntesis y que entre febrero y marzo, con apoyo del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), la Iglesia de América Latina y el Caribe celebró cuatro asambleas regionales, teniendo como eje el método de la conversación espiritual.

Mauricio López, director del Centro de programas y redes de acción pastoral (Ceprap) y coordinador de la fuerza de trabajo destinada para animar y acompañar esta fase, presenta cinco grandes lecciones que ha dejado esta etapa.

Recuerda que, en mayo de 2022, el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo, “me invitó a colaborar en la Etapa Continental del Sínodo desde un papel de coordinación de la fuerza de trabajo destinada para animar y acompañar esta fase”.

Aún cuando tenían un tiempo extremadamente corto “era necesario hacer lo posible por llevar adelante este ejercicio, por lo que estaba en juego en el proceso sinodal, por lo inédito de esta etapa, y por la oportunidad que representaba de impulsar un discernimiento comunitario profundo en el marco de la escucha de este sínodo”.

1.- Un examen de conciencia

Mauricio explica que se trata de una experiencia honda y compleja, que ha llevado a toda la Iglesia a confrontar una de las preguntas esenciales del Concilio Vaticano II: «Iglesia, ¿quién eres? y ¿qué dices de ti misma?».

Fue como “un examen de conciencia sobre nuestra coherencia en relación con estas cuestiones, luego de 60 años. Un proceso lento que en muchas ocasiones ha estado lejos de alcanzar sus propios planteamientos, o incluso iniciar el camino hacia ellos, o de producir las reformas soñadas por quienes hicieron parte de este acontecimiento, las cuales fueron evidentes frutos de la escucha al Espíritu Santo”.

Esa misma pregunta “está acompañada hoy en este proceso sinodal de una ineludible invitación a reflexionar, no solamente sobre los pasos dados (o no), sino sobre la profundidad y la honestidad de éstos, y, sobre todo, sobre la vivencia genuinamente comunitaria y discernida como Iglesia casa que ensancha su espacio, sin dejar a nadie fuera y caminando más juntos y juntas”.

2.- Apóstoles del Pentecostés

En este mismo tenor, cuenta que en la reunión que sostuvieron con el Papa Francisco en noviembre de 2022, durante la preparación de esta etapa incluidas las siete asambleas continentales, una de las invitaciones “más fuertes” del Santo Padre fue “asumir este proceso como los apóstoles vivieron el Pentecostés”.

En pocas palabras, Francisco “nos llamó a abrazar al caos, el miedo y la complejidad de esta vivencia sin precedentes en la época reciente, pero asegurándonos de que en el centro y como protagonista de todo el proceso estuviera siempre el Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés”.

“Su invitación fue la de intentar escuchar a todos, sin exclusión, y a no tener miedo, pues en esta fase de escucha se trata de que todo el pueblo de Dios haga parte del proceso y pueda hablar con libertad para encaminar un discernimiento honesto hacia las fases subsecuentes del proceso”, acotó.

3.- Unidad en la diversidad

Fueron días muy agitados: “Como anécdota, al inicio de esta encomienda de coordinar la fuerza de trabajo responsable de esta etapa se hicieron múltiples convocatorias a los distintos equipos de referencia de los siete continentes–regiones. La respuesta al comienzo fue, en la mayoría de los casos, reducida o incluso sin respuesta. Excepto por un par de continentes–regiones con un proceso ya existente”.

Por supuesto, había inicialmente, cierto temor, resistencia, confusión, incomprensión, incluso algunas objeciones más explícitas en algún caso. Ante esto la decisión fue abandonar todo intento de encaminar un proceso de arriba hacia abajo y con una homologación de pasos y modos unificados para desarrollar las asambleas.

Así fueron configurando “un camino de escucha cercana, acompañamiento profundo, y, al modo de quien asiste en los Ejercicios Espirituales, ir descubriendo aquello a lo que Dios invitaba a cada continente–región de modo particular, según sus tiempos, lugares y personas”.

La mayor novedad de la experiencia, expresada de muy diversas maneras en las distintas asambleas continentales en sus modalidades particulares, “fue la de haber propiciado un espacio en el que todos y todas quienes estaban en esa experiencia estaban sentados a la mesa como hermanos y hermanas. El sentido de equidad, reconociendo la diversidad de vocaciones, estados de vida, edades, género, procedencia, experiencias y visiones sobre la Iglesia”.

En definitiva, la mesa del encuentro se sustentaba en la conversación espiritual y “se enriquecía con los espacios de espiritualidad y liturgia que dejaban de ser elementos complementarios para convertirse en espacios esenciales para seguir profundizando el discernimiento y creando el sentido de unidad en la diversidad”.

4.- Abrirnos a la escucha genuina

El desarrollo de las asambleas continentales estuvo centrado en el método de la conversación espiritual, claro está, que “en los sitios en los que se propició con más centralidad la conversación espiritual la experiencia fue mucho más significativa, y en aquellos sitios donde se integró como un elemento más, o en algunos casos con reducido peso en el proceso, los frutos fueron de menor profundidad”.

Este método se propuso como experiencia de oración personal y comunitaria que condujo a cuatro estadios: primero, compartir desde el ‘yo’ los frutos de la experiencia orante a la luz del documento para la etapa continental. Segundo, entrar a un proceso de escucha profunda y de dejarnos interpelar por lo compartido para reconocer esos otros ‘tú’ presentes.

Tercero, buscar en conjunto aquello que Dios nos expresaba y a lo que nos llamaba de modo particular a ‘nosotros’ y, finalmente, preguntarnos si en el centro de todo este proceso estaba presente ‘ÉL’, el Señor de la vida, y ‘ELLA’, la Ruah divina como fuerza del Espíritu Santo.

Por supuesto, Mauricio admite que “quienes vivieron este espacio como un tipo ‘parlamento’ o arena de disputa a la cual venían con una agenda preestablecida, muchas veces marcada por tintes ideológicos de un extremo o del otro, fue evidente que en estos casos no había una disposición honesta a la escucha, al discernimiento, y mucho menos a encontrar elementos en común para tejer posibles nuevos caminos compartidos”.

Algunos que podrían ser identificados como ‘profetas de calamidades’, tal como se refería san Juan XXIII a los que se oponían al Concilio Vaticano II, de un extremo y del otro de las posturas ideológicas, evidenciaron que un discernimiento comunitario requiere de una honesta apertura y disposición para la escucha”.

Aún cuando algunas posiciones y argumentos eran reales y válidos “en la cerrazón a recibir otras miradas de hermanas y hermanos en la fe se podía percibir que no había disposición para una escucha del Espíritu en clave de Iglesia continental o universal, tal y como este Sínodo plantea en su centro”.

5.- Buscar la voluntad de Dios

En todo este proceso de Asambleas continentales quedan “orientaciones para encaminar procesos espirituales, tanto para quienes acompañan como para los que reciben la experiencia. En una evidente adaptación para esta experiencia sinodal, se trató de una invitación a purificar la intención, buscando honestamente lo que Dios nos iba pidiendo en nuestras realidades particulares y en nuestra diversidad”.

Lo esencial está en “no sobrecargar la experiencia con contenidos o con lecciones doctas, sino sólo con aquello que ayudara a profundizar en lo que Dios mismo quería comunicar, en este caso a las asambleas continentales, mediante las pequeñas comunidades que vivieron la conversación espiritual. Siempre en contacto con las perspectivas de la oración y el afecto, así como con los aspectos de nuestro propio entendimiento en los distintos pasos de esa conversación”.

Los tiempos de oración personal y comunitaria fueron determinantes por “el respeto de las etapas en la conversación y por el valor de los tiempos de silencio junto al aporte de la liturgia y espiritualidad para alcanzar el fin mayor de estas asambleas continentales mediante un discernimiento comunitario”.

Mauricio deja claro que “esta etapa no era para definir propuestas, sino para la escucha, la profundización y para intuir hacia dónde nos llamaba el Espíritu, pues se podía perder la paz y el foco al querer inclinar la balanza para un lado u otro en las acciones que se ‘deberían’ realizar en la Iglesia.

“Lo único relevante era buscar la voluntad de Dios, identificando intuiciones, tensiones y horizontes a los que nos llamaba el Espíritu Santo en cada continente–región”, por consiguiente, “más allá de los resultados, que al ser diversos fueron positivos en general, se ha propiciado una experiencia de gran valor para la Iglesia en la que, con limitaciones, la búsqueda de lo que el Espíritu Santo nos ha querido decir ha encontrado nuevas posibilidades y nos ha permitido tener una experiencia transformadora y reveladora en sí misma”.

Una experiencia que para este laico ha sido “una de las vivencias eclesiales más significativas, así como una de las más complejas, y fue gracias al haber definido un modo de acompañamiento del proceso con ayuda de ciertas claves desde las Anotaciones de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola que se convirtió en una experiencia de Gracia”.

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