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Congreso La Iglesia al servicio de la Paz : con sus manos metidas en el cuerpo ensangrentado de su pueblo

Desde hoy miércoles 29 y hasta el viernes 31 de marzo se está llevando a cabo en la sede del Celam en Bogotá, Colombia, el Congreso Latinoamericano y Caribeño — La Iglesia al servicio de la paz organizado por el Cebitepal, Centro de Formación de Celam.

Con muy buena asistencia presencial y virtual a través de las redes sociales del Celam y el Cebitepal, la construcción de la paz en el continente americano es tema central abordado desde los vívidos testimonios, experiencias de dolor y perdón, junto con los mojones teórico-pedagógicos que, desde tiempos antiguos, nos enseña el andar de la humanidad en zonas de guerras y de conflictos.

Tal lo expuesto en la intervención de la Dra. Emilce Cuda, secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL) quien citando a pensadores griegos y latinos, entre otros, sostuvo que “hay que volver a lo religioso y trabajar desde las bases, la solución no viene desde los que ‘balconean’ la vida —en directa alusión a uno de los verbos que gusta usar el Papa Francisco— sino desde abajo; lo contrario es el caos”.

Puso el acento en la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia: “debemos apropiarnos del discurso teológico que allí se aloja”. A la vez, reforzó una cualidad enorme a desplegar por los cristianos: “nosotros estamos para construir conciencias, la esperanza —virtud teologal— es el gran dínamo de la política”.

A su turno, el presidente del Celam, monseñor Miguel Cabrejos, se refirió a las causas de los conflictos: “tenemos la violencia estructural, la opresión política, los abusos de poder, el atropello de los derechos de las comunidades indígenas. La Iglesia se ha ido involucrando en la facilitación del diálogo, en la gestión mediadora, asumiendo un rol de garante. San Oscar Romero indica cuatro condiciones necesarias para el diálogo: participación de todas las fuerzas sociales; el cese de toda forma de violencia; disponibilidad a revisar y cambiar estructuras; y libertad de organización (especialmente la sindical). (…)

Cabrejos agradeció a los organizadores, ponentes y asistentes de esta manera: “Gracias, hermanos y hermanas, por asumir este desafío en el marco de este congreso que estimula el compromiso de la Iglesia en su servicio a la paz. Paz y bien para ustedes, sus familias y para todos los que hacemos parte de esta Patria Grande, de este Continente de la Esperanza.”

El sacerdote colombiano Francisco “Pacho” De Roux conmovió hasta lo profundo con su experiencia como presidente de la Comisión de la Verdad que se formó en Colombia en el 2016 ante el conflicto armado que se vivió en su país y que cruelmente desgarró el tejido social por décadas entre los colombianos. Expuso casi en un mano a mano y haciendo sentir en cada palabra que estaba pisando tierra sagrada, que el Papa Francisco cuando estuvo en Colombia pidió a los obispos que “en vez de hacer cartas pastorales, pongan sus manos en el cuerpo ensangrentado de su pueblo”. La realidad de las víctimas y la reconciliación entre las partes fueron el eje de su relato.

Indicó con claridad cuál es el rol ideal de la Iglesia ante tamaño drama: “estoy convencido de que la iglesia tiene que saltar al horizonte de lo ocurrido y debe haber urgencia para entrar en el ámbito público desde una Iglesia que ponga en un primer plano al ser humano; Jesús lo hizo con claridad: hay que estar del lado de las víctimas”. Y afirmó: “Debemos meternos de lleno en el conflicto, en el infierno de los responsables y en la confusión de las confesiones de los responsables, eso requiere independencia, es muy incómodo, pero que se sepa la verdad nos da capacidad de libertad”.

Concluyó que en la Comisión de la Verdad “nos llevamos lo mejor de la resurrección: escuchar a personas perdonándose y estuvimos ahí para acompañar la conversión (…) Las versiones de las partes no son toda la verdad, son los puntos de partida para encontrar la verdad. Lo único que no tiene discusión es el dolor, eso no precisa hermenéuticas”.

Siguieron con sus exposiciones Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria, Delegado para la relación Iglesia- Estado; el sacerdote Leonel Narváez; las hermanas Inés Zambrano y Digna Erazo Misioneras Lauritas; y Mons. Maximiliano Ordoñez, Secretario Gral. Adjunto de Conferencia Episcopal del Ecuador.

Por la tarde, el profesor de Ciencias Políticas, mexicano, Juan Luis Hernández desarrolló la categoría de la Geopolítica de la Esperanza en la que distinguió cinco campos a trabajar: Epistemología, Praxis, Espiritualidad, Ética y Geopolítica de la Esperanza.

Al destacar la importancia de tener presencia en el territorio con la esperanza, enumeró los contenidos necesarios para lograrlo: formación de la mentalidad; extinguir la violencia patriarcal y pasar a una relación de respeto entre las personas; construir culturas de paz; soberanía alimentaria, comercio justo, consumo local; preservar el agua como bien público; promover los bienes comunes; reconstrucción del tejido social; tener grupos de referencia.

“La Geopolítica —presencia territorial bien concreta— de la Esperanza es una agenda que tenemos que construir desde la escuela-universidad y la parroquia-capilla-centro comunitario”.

El Panel de Prácticas transformadoras moderado por el Dr. Alberto Barlocci contó con los testimonios del P. Rafael Martín Castillo, Director Nacional de Pastoral Social CARITAS colombiana, sobre Construcción de paz y transformación creativa de conflictos; Fr. Miguel Ángel Gullón, raile dominico, Director Radio Seybo-Presidente ALER, que relató el caso de Mediación de la Iglesia de República Dominicana entre campesinos, la Central Romana y el Gobierno; y  Manuel Jiménez y Vera Grabe del Observatorio para la paz que dieron los porqués de la Imperiosa necesidad de Educación a la paz.

CASTILLO: “Colombia siente la fatiga de la guerra. Es una nación que anhela la paz. La paz territorial es una apuesta política. Son las instituciones las que deciden. Tenemos que recuperar las democracias más sanas para avanzar hacia el sueño de la paz total. El reino de Dios pasa por acá. El espíritu sinodal dialoga muy bien con la construcción de paz”.

GULLÓN: Citó el famoso sermón de Montesinos, “primer jalón del respeto a la dignidad humana en nuestro continente”. Relató la explotación de los campesinos haitianos por la compañía azucarera local Central Romana, los atropellos que sufren en carne propia, en la destrucción de sus viviendas y la explotación laboral infantil. “Nosotros podemos prender candela a este tema y lo hacemos desde la radio.” “Como dice un dicho dominicano: ‘hay brisas que tumban cocos’”, la paz tiene la fuerza que pronunció Dangeley, una niña de 12 años de esas comunidades castigadas “no nos dejemos vencer aunque nos quieran quitar nuestros terrenos”.

JIMÉNEZ: “Nosotros llevamos adelante una experiencia pedagógica civil de educación para la paz llamada ‘Paz y Cultura’. La paz como la violencia se pueden aprender y desaprender. La paz como la violencia se pueden elegir. Debemos quitarle las razones a la violencia aunque en nuestra cultura predomine el militarismo que ve necesaria la violencia. ¿Los cristianos justificamos la violencia? Debemos darle fuerza a la paz”.

GRABE: “Yo fui guerrillera en Colombia, del M19 durante 16 años. No lo hicimos porque nos gustara la guerra sino para cambiar las cosas. En el 90 renunciamos a la violencia, fue una decisión, la llegada del narcotráfico tuvo que ver también. Ahí descubrí la fuerza transformadora de la paz. Lo importante es reconocer qué puedo hacer yo, qué puede hacer cada uno para construir la paz. Hoy la paz es la gran revolución”.

 

“EL PASO A LA PAZ FUE MUY LIBERADOR”

Ante la pregunta de cómo fueron sus cambios interiores –en sus tiempos personales– cuando primero optó por la guerra y cuando luego optó por la paz, Vera Grabe respondió: “A mí las armas nunca me gustaron. Era como parte de una convicción de un grupo. Así actuamos. Ese paso a la paz, que empezó dando Carlos Pizarro —un gran guerrero— fue capaz de dar la vuelta y decir: ‘esta guerra no va más’. Para mí fue tremendamente liberadora porque los últimos años de la clandestinidad en Bogotá fueron de mucho encierro. Me preguntaba: ‘¿qué revolucionaria soy yo? ¿si yo quiero cambiar el mundo y estar con la gente, y me la paso cuidándome a mí misma para que no me agarre ele ejército o la policía?’. Esa posibilidad de salir de la clandestinidad y dar el paso a la paz fue muy liberadora. Recuperé la vida en términos de afectos, de familia, de hija. Finalmente, la milicia es jerárquica, es normativa, tiene mucho ‘deber ser’, y la paz implica bajarse de las jerarquías. Superé autoritarismos porque todo ese esquema de guerra o milicia es autoritario. Impone. La paz ha sido un camino de transformación y de reencuentro conmigo misma, con la posibilidad de ser y de relacionarme de otra manera con el entorno”.

 

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Este Congreso fue abierto por el sacerdote argentino Pedro Brassesco, máxima autoridad del Celam presente en el recinto, quien dio la bienvenida a esta casa eclesial: “Es una alegría recibirlos, de manera particular a las presencias de cada uno —en la sede del Celam y a quienes están participando a través de las redes sociales y el zoom— porque nos honran para reflexionar juntos sobre estos procesos de construcción de paz, sabiendo y estando convencidos de que construir la paz no es eliminar los conflictos sino tratar desde los gestos y acciones concretas crecer en el respeto de la dignidad de las personas y promoviendo el desarrollo humano y comunitario de los pueblos. Que tengan un bendecido congreso”.

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Mañana seguiremos reportando desde ADN Celam el segundo día de este Congreso.

 

 

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