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Cuatro lugares teológicos que el Instrumentum Laboris ofrece para repensar el “modo de ser Iglesia”

América Latina y el Caribe ha tenido un proceso muy rico y activo en el actual camino sinodal y en el que el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam) ha venido acompañando desde su preparación, fases diocesana y continental hasta esta etapa global.

Rafael Luciani, teólogo venezolano, del equipo de asesores del Celam y de la Comisión teológica del Sínodo de la sinodalidad (2021-2024), ha propuesto “cuatro lugares teológicos que el Instrumentum Laboris ofrece para repensar los lugares y los modos actuales para vivir la caridad, en el plano de las relaciones, las dinámicas comunicativas y las estructuras eclesiales”.

De hecho, explica Luciani “este sentir latinoamericano, unido al de otros continentes e Iglesias, ha sido recogido por el Instrumentum Laboris que es el documento para el discernimiento que se usará en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos a celebrarse en Roma durante el mes Octubre (2023)”.

“El nuevo documento nos ayuda a descubrir que está emergiendo una eclesialidad sinodal que “se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del Bautismo” (IL) y revela “el misterio de la fraternidad que brota de nuestra filiación» (IL) a un Dios Padre que nos ama maternalmente”.

En una Iglesia sinodal, “el Bautismo crea vínculos de corresponsabilidad, pero estos han de traducirse en derechos y deberes que permitan la inclusión y la participación de todos y todas en una diversidad de ministerios, carismas y dones para la realización de la comunión y la misión”.

Sin embargo, para que estos sea posible será “necesario que nuestras instituciones, estructuras y procedimientos sean signo de una Iglesia sinodal, en la que el ejercicio de la autoridad se aprecie como un don y se configure cada vez más como un verdadero servicio o diakonía» (IL), especialmente a los más pobres y excluidos”.

1). Los pobres y excluidos

En una Iglesia sinodal, los pobres, en el sentido original de los que viven en condiciones de indigencia y de exclusión social, “ocupan un lugar central” y “son destinatarios de los cuidados”.

Para el teólogo y docente venezolano, ellos “son portadores de una Buena Noticia que toda la comunidad necesita escuchar: la Iglesia tiene ante todo algo que aprender de ellos (cf. Lc 6,20; EG 198). Una Iglesia sinodal reconoce y valora su protagonismo”.

2). Cuidar la casa común

Este aspecto “exige una acción compartida: la solución de muchos problemas, como el cambio climático, requiere el compromiso de toda la familia humana. El cuidado de la casa común es ya un lugar de intensas experiencias de encuentro y colaboración con los miembros de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, con los creyentes de otras religiones y con los hombres y mujeres de buena voluntad”.

“Este compromiso exige la capacidad de actuar coherentemente en una pluralidad de niveles: catequesis y animación pastoral, promoción de estilos de vida, gestión de los bienes (patrimoniales y financieros) de la Iglesia”, explica.

3). Acoger a los migrantes

Luciani plantea que los movimientos migratorios “son un signo de nuestro tiempo y los migrantes son un paradigma capaz de iluminar nuestro tiempo. Su presencia constituye una llamada a caminar juntos, especialmente cuando se trata de fieles católicos”.

Los hermanos migrantes “nos invitan a crear vínculos con las Iglesias de los países de origen y representa una oportunidad para experimentar la variedad de la Iglesia, por ejemplo, a través de la diáspora de las Iglesias orientales católicas”.

4) La profecía en un mundo polarizado

El teólogo afirma que “una Iglesia sinodal puede desempeñar un papel de testimonio profético en un mundo fragmentado y polarizado, especialmente cuando sus miembros se comprometen a caminar juntos con los demás ciudadanos para la construcción del bien común. En lugares marcados por profundos conflictos, esto requiere la capacidad de ser agentes de reconciliación y artesanos de paz» (IL)”.

Por tanto, la noción “caminar juntos abraza a toda la humanidad, con la que compartimos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias (GS 1). [Procediendo así], una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos”.

“Practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser sacramento universal de salvación (LG 48), signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1)” (DP 15)”, acotó.

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