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Dolores Palencia, la religiosa Presidenta Delegada del Sínodo que acompaña a los migrantes en México

Cuando el Vaticano publicó la lista de los 363 participantes de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos convocada por el Papa Francisco, que se reunirán en Roma el próximo mes de octubre para discernir las mociones del Espíritu Santo “por una Iglesia comunión, participación, misión”, el nombre de la mexicana María de los Dolores Palencia, Hermana de San José de Lyon, era uno de los primeros que se destacaba. Aparecía en el grupo de Presidentes Delegados, a quienes se confía la delicada misión de presidir la asamblea sinodal “en nombre y por autoridad del Sumo Pontífice” cuando él no esté presente. Se trata de una tarea que desde San Pablo VI hasta nuestros días normalmente han ejercido algunos cardenales y obispos. De ahí que en esta oportunidad la Hna. Dolores y la japonesa Momoko Hishimura, visibilizan la importante participación y el liderazgo de las mujeres en la Iglesia.

Aquel viernes 7 de julio, América Latina se despertaba con la ‘buena nueva’ de que, en total, serían 79 latinoamericanos los participantes de la Asamblea del Sínodo de la Sinodalidad. Asimismo, de los nueve Presidentes Delegados por el Papa Francisco, tres son de este continente: el cardenal Carlos Aguiar Retes, arzobispo de Ciudad de México y expresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam); Mons. Luis Gerardo Cabrera Herrera, arzobispo de Guayaquil y Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, y la Hna. María de los Dolores Palencia, quien ha desempeñado importantes servicios en su congregación religiosa, fue vicepresidenta de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas/os (CLAR) entre 2006 y 2009, y participó como delegada de la vida consagrada en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida (2007).

La mexicana Dolores Palencia es Hermana de San José de Lyon.

Con los migrantes centroamericanos

“Estoy muy emocionada, muy tocada”, fueron las primeras palabras que me compartió la Hna. Dolores, quien ese viernes, como todos los días, madrugaba a recibir a los migrantes que llegaban al “hogar de paso” que las Hermanas de San José de Lyon animan en Tierra Blanca, una obra de misión al sur del Estado de Veracruz, en México. “Tú sabes que ellos no tienen nuestros horarios, ni nuestros tiempos”, me dijo.

Recordé que durante una de las Asambleas Regionales de la Fase Continental del Sínodo de la Sinodalidad, que se celebró en San Salvador, en la que ella fungió como facilitadora y ‘gran maestra’ en la aplicación del método de conversación espiritual, me había compartido sobre sus faenas diarias. Buena parte de los migrantes que llegan a las puertas del Albergue Decanal Guadalupano –así se llama el “hogar de paso”– han decidido emprender su travesía hacia los Estados Unidos abordo de ‘La bestia’, como se le llama al tren de carga que es usado por miles centroamericanos para transportarse ‘sobre su lomo’, gratuitamente, asumiendo todo tipo de riesgos y peligros.

“Por Tierra Blanca pasa el tren –explica la Hna. Dolores–. Muchos llegan maltratados y lastimados”. “Todos los días pasa el tren y todos los días trae migrantes –continúa–, la mayoría han tenido que caminar 18 o 20 días a pie, para cruzar la frontera de Guatemala con México antes de subirse al tren”. Cada semana la religiosa mexicana es testigo de decenas de historias de dolor y desarraigo, de asaltos en el camino, de robos y de tantas otras vejaciones que padecen quienes se encuentran en esta situación de movilidad y, además de su pobreza, experimentan al extremo la vulnerabilidad.

“El viernes pasado no tuve mucho chance de asimilar el nombramiento que me ha hecho el Papa Francisco, porque al abrir el albergue temprano ya había una fila de migrantes hondureños, otros eran venezolanos, y había también un salvadoreño y un guatemalteco”, me cuenta, anticipándome que a esa hora ya sabía que llegaría otro tren trayendo más migrantes. Ese día le llamó particularmente la atención la fragilidad de una mujer y de tres menores de edad, uno de ellos de ocho años.

Cada semana cientos de migrantes centroamericanos llegan a las puertas del Albergue Decanal Guadalupano.

‘Samaritanear’

Lo suyo es ser ‘buena samaritana’ o ‘samaritanear’, como diría el Papa Francisco. Transmitir la ternura de Dios, prestarle sus brazos para abrazar a los más pobres entre los pobres –en su condición de migrantes–, y poner en práctica la caridad cristiana con el apoyo de un grupo de generosos voluntarios. “Los migrantes llegan todos los días, de noche o de madrugada, porque el tren pasa en varios momentos del día. Aquí les damos las tres comidas, se les atiende, se les da lo que necesitan a nivel humanitario y a nivel de salud, se les da ropa, y les damos orientaciones sobre las situaciones a las que se enfrentarán en la frontera del norte. Ah, también les hablamos sobre sus derechos”. Detalla que los migrantes “en ocasiones se quedan a dormir, pero hay algunos que continúan su camino inmediatamente. Entonces son personas que muchas veces solo vemos durante un día, aunque hay algunos que se quedan dos o tres días”.

De igual forma, comenta con tristeza que “algunas veces los volvemos a ver porque en Migración los detienen más adelante y los regresan, y como para algunos ni siguiera hay posibilidades de retorno, como les pasa a muchos venezolanos, nicaragüenses, haitianos y cubanos, que no pueden regresar a sus países, no son deportados y generalmente los vemos pasar otra vez. Así es que, pues este es el lugar en donde estoy”.

A medida que la escucho no puedo evitar pensar en aquel pasaje bíblico del ‘juicio final’ –en el capítulo 25 del evangelio según San Mateo–, al que tantas veces se ha referido el Papa: “vengan, benditos de mi Padre, reciban en herencia el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me recibieron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y fueron a verme”.

Arriesgarlo todo por un sueño

Me voy dando cuenta que antes de hablar de sí misma y del importante e inédito nombramiento que le ha hecho el Papa Francisco, la Hna. Dolores prefiere referirse a la realidad de los migrantes que acompaña y a lo que ellos le han enseñado. “Aquí es donde esta noticia me encontró, y pues es este pueblo, desde este lugar, desde estos estos migrantes que tanto me han enseñado lo que significa soñar, y lo que significa dar todo por un sueño y arriesgarlo todo por un sueño, y  vivir con la libertad de no llevar nada que no sea necesario para el camino o indispensable para realizar el sueño, es desde aquí que yo podré colaborar con la asamblea del Sínodo en octubre”.

Por eso está convencida de que “este nombramiento y esta designación que el Papa Francisco me ha hecho, como Presidenta Delegada, es una gracia muy grande, un llamado, y lo considero una invitación que viene directamente de Dios a poner lo que soy y lo que puedo aportar al servicio de la Iglesia y del mundo”, dice.

Es consciente de la gran responsabilidad que le espera. Sabe bien que ahora hace parte de un grupo pequeño y cercano al Papa Francisco, y también tiene claridad sobre las implicaciones de esta importante asamblea de obispos, en la que Bergoglio ha abierto inusitados mecanismos de participación. Por ejemplo, 54 de las 85 mujeres que participarán, tendrán derecho a voz y voto. Sin duda, es un paso adelante en la reforma de la Iglesia que viene impulsando.

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Una nueva forma de ser Iglesia

“El Papa Francisco nos está mostrando que quienes hacemos parte de la Iglesia somos diversos, tenemos capacidades y potenciales distintos, y que hay que poner todo esto en común para que juntos y juntas podamos avanzar”, subraya la religiosa mexicana. “Ciertamente estoy en un grupo que es especial y diferente, en el que realmente nunca me hubiera pensado o imaginado, pero bendigo a Dios porque es una posibilidad de crecimiento y de aprendizaje, y, al mismo tiempo, es una oportunidad para abrir espacios a lo que las mujeres podemos aportarle a la Iglesia y al mundo, buscando siempre la voluntad de Dios y el bien común”.

¿Qué aporte podrá ofrecer la Iglesia latinoamericana a este Sínodo?, le pregunto. “Será un aporte significativo desde la comunión, la participación y la misión, a partir del caminar que ya se ha hecho con el Sínodo Panamazónico, con la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), y ahora a través de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), que es una nueva conferencia eclesial, no episcopal, que está marcando un nuevo paso en la historia de la Iglesia”.

La Hna. Dolores valora la receptividad y la actitud proactiva que ha tenido la Iglesia latinoamericana y caribeña frente a la propuesta del Papa se ser una Iglesia en salida a las periferias y sinodal, “con una participación real de todos los bautizados, es decir, del Pueblo de Dios, desde la reflexión, el discernimiento y la construcción de muchos y muchas para abrir los caminos que nos permitan estar presentes, acompañando las realidades de nuestros pueblos, como se está haciendo en la Amazonía, pero también en tantos otros lugares donde habitan los pueblos originarios y los pueblos afro, desde sus raíces y culturas”.

Su experiencia en medio de los migrantes, en la Iglesia latinoamericana y caribeña, y en tantos otros espacios donde ha participado como religiosa desde hace 54 años, le dan la certeza de que algo nuevo está surgiendo. “Vivimos un proceso muy interesante y revelador, trabajando en conjunto con laicos y laicas, gente misionera, equipos de vida religiosa, sacerdotes, obispos, donde lentamente, con aciertos y errores, se va gestando una nueva forma de relacionarse, sin esas estructuras que a veces nos dividen y jerarquizan de una manera innecesaria, y que también hacen sentir como si unos fueran mayores y otros fueran menores de edad. Es un caminar  como pueblo, que nos está ayudando a volver a los valores del Evangelio y da origen a una nueva forma de ser Iglesia”.

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