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El Papa Francisco a los sacerdotes: “Gracias por llevar la maravilla de la misericordia de Dios”

La mañana de este Jueves Santo – hora de Roma – el Papa Francisco ha celebrado la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro, en la que han participado alrededor de 1500 entre sacerdotes, obispos y cardenales y unos 4000 fieles.

El Santo Padre consagró el crisma y bendijo los santos óleos como es tradición en esta celebración en lo profundo de la nave de la basílica. La ceremonia contó con el apoyo del cardenal vicario de roma, Angelo de Donatis, durante la plegaria eucarística.

“Gracias, queridos sacerdotes, por sus corazones abiertos y dóciles; gracias por sus fatigas y sus lágrimas, gracias por llevar la maravilla de la misericordia de Dios a los hermanos y a las hermanas de nuestro tiempo. Que el Señor los consuele, los confirme y los recompense”, ha dicho Francisco.

Compunción del corazón

“Volvamos ahora a San Pedro y a sus lágrimas”, ha dicho el Sumo Pontífice para ahondar en el valor de la compunción, que “es una punción en el corazón, un pinchazo que lo hiere, haciendo brotar lágrimas de arrepentimiento”.

Prosigue el Papa: La compunción “no es un sentimiento de culpa que nos tumba por tierra, no es el escrúpulo que paraliza, sino un aguijón benéfico que quema por dentro y cura, porque el corazón, cuando ve el propio mal y se reconoce pecador, se abre, acoge la acción del Espíritu Santo, agua viva que lo sacude haciendo correr las lágrimas sobre el rostro”.

“Quien se quita la máscara y deja que Dios mire su corazón recibe el don de estas lágrimas, que son las aguas más santas después de las del Bautismo”, porque “tener lágrimas de compunción, en cambio, es arrepentirse seriamente de haber entristecido a Dios con el pecado; es reconocer estar siempre en deuda y no ser nunca acreedores”.

También es admitir haber perdido “el camino de la santidad, no habiendo creído en el amor de Aquel que dio su vida por mí. Es mirarme dentro y dolerme por mi ingratitud y mi inconstancia; es considerar con tristeza mi doblez y mis falsedades; es bajar a los recovecos de mi hipocresía”.

“Para después, desde allí, fijar la mirada en el Crucificado y dejarme conmover por su amor que siempre perdona y levanta, que nunca defrauda las esperanzas de quien confía en Él. Así las lágrimas siguen derramándose y purifican el corazón”, añadió.




Misericordia del buen pastor

Francisco apeló una vez más a la misericordia del buen pastor, puesto que “el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados. Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia”.

Por ello, un corazón dócil, liberado por el espíritu de las Bienaventuranzas, “se inclina naturalmente a hacer compunción por los demás; en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pecados”.

Es así como opera “una especie de vuelco, donde la tendencia natural a ser indulgentes consigo mismo e inflexibles con los demás se invierte y, por gracia de Dios, uno se vuelve severo consigo mismo y misericordioso con los demás. Y el Señor busca, especialmente entre los consagrados a Él, a quienes lloren los pecados de la Iglesia y del mundo, haciéndose instrumento de intercesión por todos”.

Para el Santo Padre resulta esencial “liberarnos de resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones, para encomendarnos e interceder ante Dios, encontrando en Él una paz que salva de cualquier tempestad. Adoremos, intercedamos y lloremos por los demás. Permitamos al Señor que realice maravillas. No temamos, Él nos sorprenderá”.

Foto portada: Vatican Media

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