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Mons. Bodeant: La conversación espiritual “permite consensuar, dejándonos guiar por el Espíritu”

El proceso sinodal ha sido asumido por la práctica totalidad de las conferencias episcopales en todo el mundo. En Uruguay, como nos explica Mons. Heriberto Bodeant, se llevó a cabo un trabajo en las 9 diócesis culminado con una asamblea sinodal nacional, participando un grupo en la Asamblea Sinodal del Cono Sur en Brasilia.

Una experiencia que según el secretario general de la Conferencia Episcopal ha promovido la participación, un elemento importante después de la pandemia. El obispo de la Diócesis de Canelones destaca la importancia de la conversación espiritual, que califica como un descubrimiento y “una buena ayuda para la vida y misión de la Iglesia en el Uruguay”.

Ahora se trata de llevar esa sinodalidad a las iglesias locales, destacando la importancia de la participación de las mujeres, y la necesidad de “que haya responsabilidades compartidas y no que sean individualizadas”.

 

América Latina y el Caribe, como ha sucedido en todos los continentes y regiones en que se ha dividido esta etapa, está clausurando la Etapa Continental del Sínodo. ¿Cómo ha vivido esta etapa la Iglesia de Uruguay?

En las 9 diócesis de Uruguay se trabajó en la etapa previa diocesana, que culminamos con una asamblea sinodal nacional. Y luego, cuando retomamos esta fase continental, también retomamos ese trabajo y participamos con la Región Cono Sur, con una delegación representando distintos miembros de la Iglesia, desde personas que están en la periferia, particularmente en el medio rural, hasta los obispos, pasando por Vida Consagrada, diáconos.

El trabajo es desparejo, en el sentido de que no siempre se logra que todo el mundo participe, que todas las parroquias realmente se pongan en la tarea. A veces eso ha dependido mucho de los párrocos, es decir, cuanto más a la base vamos, más diversidad encontramos, pero sentimos que hemos cumplido nuestro horizonte, y yo pude ver que mucha gente estaba pendiente del Encuentro del Cono Sur, tanto expresándome que rezaban por nosotros, agradeciendo que estuviéramos allí, había cierto seguimiento y cierta expectativa en torno a esta experiencia regional que orientaba a lo continental.

 

¿En qué ha ayudado al caminar de la Iglesia de Uruguay este proceso sinodal que estamos viviendo?

En primer lugar, ha ayudado a darle valor a la historia que está detrás de esas tres palabras que aparecen en la convocatoria del Sínodo: comunión, participación, misión, y diría particularmente participación. Con diferencias en las diversas diócesis, pero Uruguay tiene una historia de pastoral de conjunto del inmediato post Concilio, pastoral planificada, por los años 70 y 80, énfasis en la misión en los últimos tiempos. Cuando uno dice participación, estamos hablando de consulta al Pueblo de Dios sobre el rumbo que una diócesis tiene que tomar en la misión de la Iglesia, la búsqueda de objetivos, de diagnósticos, de prioridades, de planes concretos para ir respondiendo a los desafíos de la realidad.

Hay una historia rica en eso y ha sido bueno recuperarla. Es necesario recuperarla porque los procesos participativos son buenos, pero a veces tienen cierto desgaste. Cuando se trabaja mucho en un momento determinado, la gente se entusiasma, se compromete luego en algo que decidió porque participó en esa decisión, pero hay un proceso donde hay cierto desgaste, y cuando vuelve una nueva consulta, una sensación de esto ya lo hicimos, ya nos consultaron, ya nos preguntaron. De modo que después de la pandemia, que paralizó bastante la vida de la Iglesia, valía la pena recuperar un camino de participación.

 

De cara al futuro, ¿cómo este proceso sinodal, esta nueva dinámica, estas nuevas propuestas que se están haciendo, sobre todo en esta Etapa Continental la conversación espiritual y el discernimiento comunitario, puede ayudar a la Iglesia de Uruguay?

Puede ayudarnos, la conversación espiritual fue un descubrimiento, no tiene nada sorprendente en su formulación, es una metodología sencilla de entender y de aplicar, pero sorprende más bien el resultado, el clima que se logra cuando se encara de forma adecuada y aquello que permite consensuar, dejándonos guiar por el Espíritu. Ahí hay una buena ayuda para la vida y misión de la Iglesia en el Uruguay.

 

¿Y será posible llevar esas nuevas dinámicas de una Iglesia sinodal a las iglesias locales, a las parroquias, a las comunidades?

En muchos lugares no sólo lo vamos a vivir como una oportunidad o como una novedad, sino como una necesidad en una Iglesia que en parte va sintiendo un cierto envejecimiento, donde es necesario encontrar la forma de compartir y participar mucho más en la misión que en otros tiempos donde vivíamos en comunidades más dinámicas, más numerosas, más jóvenes. Pocos días atrás me tocó hacer un planteo a una comunidad parroquial de decirles ya no va a poder haber aquí un párroco, ni siquiera un sacerdote que venga periódicamente a reunirse con el consejo parroquial.

Aquí la comunidad necesita dar un paso bastante importante, no significa que la diócesis suelte los lazos y que sea lo que Dios quiere, como suele decirse vulgarmente, sino que tendremos que encontrar otras formas de seguimiento y confiando mucho en las responsabilidades que la propia comunidad pueda asumir, pero no descansándose en una pequeña comisión que termine desgastándose también, sino encontrando las formas de que la comunidad pueda encontrarse, seguir su propia marcha, hacer su discernimiento y eventualmente ir confrontado con el Vicario de Pastoral o con el Obispo esa marcha. Esto ha surgido de la necesidad, pero al mismo tiempo es una comunidad que ha vivido un camino de participación que tiene una organización que hace pensar que son capaces de asumir mucho más su vida parroquial.

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En esa realidad, donde usted mismo da a entender la escasez de clero, ¿qué papel pueden o deben tener los laicos y especialmente las mujeres?

Si pienso concretamente en esa reunión en la que participé es imposible no pensar antes en la participación de las mujeres, porque también son amplia mayoría. A veces es al revés, uno tiene que preocuparse de que haya algunos varones que participen. Yo me imagino distintas formas de participación, pero sobre todo es importante pensar en que haya responsabilidades compartidas y no que sean individualizadas. Mejor dos, tres personas, como corresponsables en una tarea que una persona que termine con la tentación de adueñarse de un espacio.

 

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