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Mons. David de la Torre: «No hay otro camino para construir el presente y el futuro que no sea el diálogo»

Han pasado cerca de 45 días desde la instalación de las mesas de negociación con las que finalizaron las protestas de los movimientos sociales e indígenas de Ecuador, sobre su desarrollo y efectividad existen versiones encontradas.

Rumbo a la concertación

Los representantes del gobierno del presidente Guillermo Lasso, consideran que han dado evidentes muestras de voluntad política, buscando responder a las solicitudes de las organizaciones indígenas y sociales. Homero Castanier vicepresidente de gobernabilidad, asegura que las necesidades expuestas por los indígenas y líderes sociales se han tomado en cuenta para buscar una solución; particularmente en temas como el control de precios, el acceso a Internet y la necesidad de implementar servicios de telecomunicación eficientes, además de promover la agricultura.

Leónidas Iza, uno de los más notables líderes sociales y presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (CONAIE) expresó su preocupación por que considera que el progreso de los diálogos es insuficiente, frente a lo que ya podrían considerarse como resultados del proceso. Declaraciones que fueron hechas durante la reunión efectuada en la Conferencia Episcopal ecuatoriana al iniciar el mes de septiembre y en las que advirtió que aún no se ha pensado en la necesidad de ayuda financiera para quienes sostienen deudas por causa de su trabajo agrícola y que hasta el momento solo se ha logrado la firma de un acuerdo entre el gobierno y los grupos indígenas, relacionado particularmente con el tema de banca pública y privada.

Por su parte Leandro Ullón, representante de la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (FENOCIN), advirtió que si el Estado ecuatoriano no se compromete a cubrir las deudas estimadas en un monto de USD10.000, es posible que se presenten nuevas manifestaciones. Para los movimientos indígenas estas solicitudes no deben entenderse como regalos hacías los pueblos originarios, porque ellos lo que realmente desean es contar con más tiempo para devolver la totalidad del dinero de sus préstamos.

La misión de la Iglesia

En todo este proceso la Iglesia ha estado acompañando, escuchando y aportando a la concertación entre el gobierno y los movimientos indígenas. Al respecto ADN Celam dialogó con Monseñor David de la Torre, secretario general de la Conferencia Episcopal ecuatoriana.

Refiriéndose a los diferentes momentos que ha tenido el proceso, el prelado recordó que en el país andino, la Iglesia es la institución con mayor credibilidad, por encima de otras instituciones que tienen diversas responsabilidades como parte del estado ecuatoriano. Eso ha hecho que en los momentos más difíciles de la crisis, los movimientos indígenas hayan solicitado la mediación de la Iglesia a la que se unió el gobierno y que permitió  construir un acuerdo, la denominada Acta de Paz que sentó las bases del proceso actual, dando paso al diálogo, la desmovilización de los indígenas de las calles y la definición los que son vistos como los  garantes morales, es decir la Iglesia.

El objetivo de la entidad es que los acuerdos se vuelvan realidad. «Nosotros no somos los garantes de los resultados, porque los resultados están en manos de las partes, pero si que este diálogo se pueda hacer con altura, pensando en los intereses de las mayorías y que se desarrollen en un ambiente de respeto y consideración,» afirmó.

Aportando a la cohesión social

La presencia de la Iglesia no tiene fronteras y en Ecuador está presente incluso donde el Estado no llega, recuerda Mons de la Torre, lo que le da la suficiente experiencia para aportar y ser la primera en liderar el proceso. La fe y esa búsqueda de trascendencia que habita a hombres y mujeres muestra todo aquello que unen desde la condición humana, valores que se comparten y que no pueden desconocer una historia marcada por la desigualdad.

Si bien reconoce el obispo ecuatoriano por décadas se han dado la espalda y han sido indiferentes los unos con los otros, la fe produce una capacidad de verse como hermanos, de hecho el mismo Papa Francisco lo dejó claro durante la pandemia; nadie se salva solo y esto va más allá de su condición sociológica, vocación e identidad, porque el ser humano está llamado a ser un constructor de futuro.

En este sentido el prelado recuerda que la persona es el centro del quehacer político, porque «los gobiernos pasan, pero las necesidades concretas de los más pobres y vulnerables no han sido satisfechas» precisamente porque las políticas públicas se elaboran desde las estadísticas, las cifras y no desde las historias de dolor y sufrimiento de las poblaciones que más necesitarían la ayuda del estado ecuatoriano.

Así uno de los logros de todo este proceso ha sido sentar a la mesa dos actores preponderantes, es decir, quienes sufren las implicaciones de las políticas estatales y quienes las elaboran basados en uno u otro argumento que de manera evidente desconocen la realidad de la población en general.

«Pudimos sentar a la misma mesa los políticos y a la dirigencia indígena, dos visiones de la realidad distintas, una desde la macroeconomía y la visión desde abajo«. Se trata de historias de dolor y sufrimiento presentadas ante los que ostentan el poder y que deben escuchar una y otra vez para tenerlas presentes al momento de tomar las decisiones que deben estar en función de la realidad concreta de la gente.

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Superar las diferencias

Monseñor David de la Torre advierte que «no hay otro camino para construir el presente y el futuro que no sea el diálogo» y esto no implica que estemos de acuerdo, es necesario que nos dejemos afectar por la palabra del otro, para hallar la verdad, ese es el valor del diálogo y la escucha.

Y el diálogo indica el prelado depende de la empatía y el respeto que son vínculos que no se consiguen en una reunión; lo que está viviendo Ecuador es un acontecimiento inédito y depende del respeto, la empatía; un proceso por el que vale la pena apostar sin desconocer que exigirá paciencia, tiempo y ha de estar habitado por la esperanza.

 




 


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