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Monseñor Rubén González: “Como discípulos misioneros debemos tener cabeza, manos, piernas y sobre todo un corazón para amar”

“Dios nos amó primero, nos invita a escuchar y nos invita a avanzar”. Con estas tres imágenes monseñor Rubén Antonio González, obispo de Ponce (Puerto Rico), presidente del Episcopado puertorriqueño y coordinador del Centro de programas y redes de acción pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), invitó a todos los participantes del Sínodo a vivir como verdaderos discípulos misioneros en la homilía de la Eucaristía de clausura.

El prelado recordó que “Dios nos amó a través de su hijo” y planteando la trinidad: padre, hijo y Espíritu Santo, ha recordado que durante estos días los padres y madres sinodales –con el corazón de discípulo misionero – “hemos practicado la escucha”.

“¿Pero qué necesitan los discípulos misioneros de hoy?” Cabeza para pensar, porque “el que piensa desde el corazón aprende a ver la realidad”.

Guiados por el Espíritu

Don Rubén González también ha dicho que el discípulo necesita piernas para poder avanzar, necesita manos para construir: “En Puerto Rico decimos ‘mete mano’ que quiere decir, ponte a trabajar”.

Entonces, qué se necesita para vivir la experiencia sinodal: cabeza, manos, pies y corazón y, reiterando esta ‘tetra-catequesis’, ha dicho: “Cabeza para pensar, manos para trabajar y piernas para avanzar, pero lo más importante es el corazón sobre todo un corazón misericordioso, un corazón para amar”.

El prelado ha indicado que por el bautismo nos sumergimos, “eso es lo que significa bautizar, sumergirnos, pero sumergirnos en la realidad para escuchar con el corazón, anunciar que Jesucristo es la verdad, el camino y la vida”.

Estamos llamados a anunciar “con fervor a ser una Iglesia diferente, no una Iglesia piramidal, sino una Iglesia que se deje guiar por el Espíritu Santo. Esto es lo que necesita la Iglesia latinoamericana y caribeña: pastores, consagrados y laicos comprometidos con el corazón”.

Sobre todo “ser una Iglesia que calle, (aprovechando el juego de la palabra homófona calle del verbo callar), pero de calle, es decir, que salga a las periferias, que salga a “callejear la fe”.

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