Este domingo rezamos especialmente por las múltiples vocaciones a las que nos llama el Señor en nuestras vidas. Con este impulso, conversamos para ADN Celam con el sacerdote uruguayo —sanducero, para ser más puntuales— Guillermo Buzzo, rector del Seminario mayor del Uruguay. Sus palabras, al leerlas, seguramente despertarán en nuestros lectores esa sensación tan honda que nos da “leer la verdad” sin cosmética ni barroquismos. Adelante, a zambullirnos en la profundidad de estas reflexiones.
Vocación: crisis y descubrimiento
Pregunta: Cómo definiría usted “la vocación” y cómo interpreta esta frase del mensaje del Papa: “A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él”.
Respuesta: Para mí, la vocación es la fe en Jesucristo vivida en plenitud. Algo así como que si el creyente no llega a descubrir y responder el llamado personal que Dios le hace, es porque todavía no ha vivido ese encuentro profundo con la persona del Resucitado.
Las palabras del Papa expresan justamente eso: la vocación es el fruto de un encuentro que pone en crisis nuestra vida, nos transforma, nos interpela. No es que uno pueda ser cristiano “en general”, como en una especie de situación básica, y luego llega la vocación que nos orienta hacia uno u otro lado.
Algunos piensan que, con los bautizados, sucede igual que con los automóviles; en los modelos de autos tenemos la versión básica (la más sencilla y económica), y después una o más versiones más equipadas (con más lujos o “chiches” como decimos en Uruguay). Aplicado a la vida cristiana, algunos piensan que se puede ser un cristiano básico, elemental, o vivir mi fe con más agregados. Y la vocación vendría a ser ese montón de “chiches” que se agregan. Esto es falso.
Afirmamos que todos hemos recibido una vocación. Todos hemos nacido con un propósito en la vida. Nadie nació para ser expectador de la vida de los otros, sino protagonista de la propia. Pero para conocer ese “para qué”, para descubrir el sentido de mi vida, debo conocerme, y para conocerme debo conocer a Jesús personalmente.
Pedro era pescador, y ni siquiera se llamaba Pedro: su nombre era Simón. Paso a paso, con la ayuda del Señor fue acercándose al misterio de Jesús. Y un día llegó a declarar su fe: ¡Tú eres el Mesías! Ese mismo día, Jesús le reveló que él, gracias a esa fe, era Pedro, que significa piedra, roca firme.
El sacerdocio, la vida religiosa, la vida laical, cada una con sus desafíos, posibilidades y características propias son modos concretos de ser un bautizado. Pero no existen los bautizados a secas.
Vocación: un tesoro escondido
P: En otro momento el Papa dice: “Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino”. ¿Cómo describiría el Reino de Dios en este siglo XXI?
R: La mejor manera de describir el Reino de Dios es la que utilizó Jesús. Dado que el lenguaje conceptual —el de los diccionarios, el de las definiciones exactas— es incapaz de ayudarnos en este punto, Jesús recurrió a imágenes, a narraciones, a parábolas.
A mí me resulta especialmente elocuente la parábola del tesoro escondido: “El Reino de Dios es semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo esconde y, lleno de alegría va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo” (Mt 13,44). Breve, concisa, simple.
- En primer lugar, un tesoro. De eso da testimonio cada cristiano que vive su vocación: de un tesoro que posee, o mejor que lo posee a él.
- Ese tesoro está escondido. No dice por qué está escondido, ni quién es el que lo esconde. Creo que aquí se refleja, justamente, eso que decía antes: todos tenemos una vocación, pero necesitamos darnos el tiempo de descubrirla. Hay una búsqueda involucrada, y un esfuerzo por conocerse mejor que solo es posible si nos disponemos a conocer mejor al Señor.
- En tercer lugar, la astucia: El que lo encuentra… ¡lo esconde de nuevo! ¡Es un tesoro! ¡Y es mío! Aquí no hay egoísmo, sino amor celoso y exclusivo. Quien fue llamado ha resultado enamorado, arrebatado de su indiferencia. Si antes todo le daba igual, ahora alguien lo ha sacado de la indiferencia. La vocación no es el camino que considero más conveniente, la opción más sensata para mi vida. Precisamente a veces parece todo lo contrario. Nadie se enamora de la persona más adecuada. No es ese el criterio.
- En cuarto lugar, la alegría: He aquí la principal y más elocuente señal de confirmación en una vocación. La consecuencia más clara de la presencia del Espíritu Santo: la verdadera alegría. Una alegría que los dolores no pueden apagar.
- Y, por último, la donación total: vende “todo” y con ese “todo” compra el campo. Es interesante que lo que compra es el campo, y no el tesoro. El tesoro no se compra ni se vende: el tesoro viene de regalo. Él ahora vive en ese campo. Si tenía otro, ya no lo tiene, porque vendió todo. Ahora vive allí. Él ha pasado a vivir donde está su tesoro, porque ese tesoro es su vida. Porque vive para ese tesoro. El ha encontrado un tesoro, un nuevo lugar para vivir, una nueva vida.
En este siglo que estamos viviendo seguimos necesitando personas que con su alegría y desprendimiento nos anuncien la presencia de ese tesoro escondido, y nos impulsen a buscarlo.
¿Caminamos solos en nuestra peregrinación personal?
P: Esperanza y peregrinación: dos palabras clave para este año nos marca el Papa. ¿Cómo las relaciona usted en el contexto del mensaje de Francisco y en su propio contexto de Seminario Mayor del Uruguay?
R: Esperanza y peregrinación están muy relacionadas.
Por un lado, la esperanza es esa virtud teologal que Dios infunde en sus hijos para que nos sirva de guía durante el camino. San Pablo dice que un día pasará, igual que la fe, y que solo la caridad es para siempre. La esperanza es requisito para el que peregrina. Porque nuestra principal peregrinación es la vida misma. Somos iglesia peregrina, porque estamos animados por la esperanza que nos conduce a Dios.
Por otra parte, toda peregrinación tiene un hacia dónde, y un desde dónde. Partimos de un sitio en dirección a otro. Y son tan importantes la partida como la llegada, y cada paso del camino. La esperanza no podemos concebirla como una especie de imán super poderoso que nos atrae desde el futuro. La esperanza es más bien un torrente de vida que nos empuja desde el pasado. La esperanza es la memoria caminando hacia el futuro.
Tengo esperanza porque tengo memoria. Porque no me olvido de lo que el Señor ha hecho conmigo, camino confiado en medio de la penumbra. Sé que Aquel que ha sostenido mi vida con su providente amor, no me abandonará. Sé de dónde partí, y sé que el camino no comenzó conmigo. Llevo conmigo la memoria de todos los cristianos de todas las épocas: los mártires, los confesores, todos los santos y santas de todas las latitudes. Todos me pertenecen. Todos caminan conmigo. En nuestros pasos hacen eco las mil y una encrucijadas en las que se vio envuelta la Iglesia, y la cálida mano protectora del Señor que, como a aquel pueblo esclavo en Egipto, nos sigue guiando con firmeza y ternura a través de desiertos y pruebas.
La esperanza nos hace caminar. El camino nos da esperanza.
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“La pobreza nos pone a salvo de miradas triunfalistas”
“En Uruguay, experimentamos con mucha fuerza esa mano protectora del Señor que nos sostiene en medio de nuestras flaquezas. La pobreza de nuestros medios impide que busquemos allí nuestro respaldo. La relativa aridez que el contexto secularizado nos muestra, nos pone a salvo de miradas triunfalistas, de búsquedas expúreas de poder y relevancia social.
Nuestra esperanza está en el Señor, y agradecemos a su Providencia nos ha hecho pequeños para no caer en la tentación de confiar en nosotros mismos”, describe el padre Guillermo.
Y, sin temor al realismo, finaliza el padre Buzzo «taconeando» esperanza: “Tenemos un solo seminario para formar el clero secular diocesano en el Uruguay. Cuatro diócesis no tienen ningún joven en formación. Entre las restantes cinco diócesis, consideradas todas las etapas, suman 14 los seminaristas. Este año no ingresó ningún joven a la etapa propedéutica (primera etapa de la formación inicial). Todos los formadores somos, además, párrocos, y cada fin de semana viajamos hasta 400 kilómetros para atender nuestras comunidades que nos esperan con entusiasmo y gratitud. Estamos felices de servir al Señor, que nos sostiene y nos llena de alegría. Si mil veces nos tocara decidir, mil veces volveríamos a elegir este camino. Si esto fuera una simple empresa humana, correspondería bajar la cortina y dar quiebra. Pero esto no es nuestro. Es del Señor. Y a Él nos encomendamos cada día, intentando dar lo mejor de nosotros, a pesar de nuestras muchas limitaciones y pecados. La esperanza nos mantiene vivos, y no el optimismo. Esperamos en el Señor, y a él le decimos cada día: ¡Danos pastores santos!”.
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