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Reflexión bíblica: Domingo de Pascua, 17 de abril

Bogotá, 17 de abril de 2022

Hno. Jesús García /Capuchino Ecuador

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos (Jn 20,9).

Los que aprenden de sus errores son sabios y los que los repiten son torpes, ya sea a nivel individual o colectivo. Incluso, el mismo Jesucristo nos podría reclamar, con toda razón: “¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas!” (Lc 24,24).


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Nos cuesta aprender de las catástrofes ecológicas y de las masacres genocidas de la historia reciente… por eso, cerramos los ojos y los oídos, el corazón y las mentes (cfr. Za 7,11) a quienes defienden la paz, la vida y la fraternidad, por encima del ruido ensordecedor de las armas y sus consecuencias mortíferas.

Quien vive la auténtica Pascua no piensa en comer dulces sino en escuchar -integralmente- la Palabra de vida, la Vida de la casa común y “el clamor de los pobres, excluidos y descartados” (AELC 7). Porque Jesucristo resucitado nos repite el saludo de “la paz esté con ustedes” (Jn 20, 19.21.26), por encima de la incertidumbre, la violencia y la sepultura (con lápida individual o en fosas comunes).

Hay a quien le cuesta comprender que la dinámica cristiana nunca puede justificar el fatalismo del dolor o la muerte, ni tampoco debe incumplir el quinto mandamiento de “pensamiento, palabra, obra u omisión”. Nunca aceptemos ser autores materiales, intelectuales, cómplices o encubridores de las injusticias, agresiones y destrucción; más bien debemos vivir la vocación pascual a “crear procesos que incidan en la transformación de las causas de pobreza e inseguridad social” (AELC, 6,b).

El crucificado-resucitado se hace el encontradizo por los caminos de la regresión (Emaús), del triunfalismo (Pedro), de la represión (Pablo) o del engaño (Ananías y Safira)… Nos invita a releer la Palabra desde la vida, más que a fanatizarnos con leguleyadas más o menos bíblicas. Nos urge -además- a “procurar que nuestras teologías y prácticas pastorales fomenten y faciliten la escucha del clamor de los pobres, la interacción con ellos, para visibilizar los nuevos rostros de excluidos y excluidas” (AELC 6a).

En pleno siglo XXI, los que creemos en Cristo resucitado, estamos llamados a vivir la fe con parresía y con una encarnada hermeútica bíblica, que nos lleve a “acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes y refugiados” (AELC 14), como insiste -una y otra vez- el Papa Francisco (cfr. Homilía del Domingo de Ramos 2022), porque “una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres” (DA 65).

Porque hay más “defensores de la vida” que victimarios destruyendo la vida y la dignidad… Jesús de Nazaret está vivo. Porque El Señor Jesús ha resucitado… hay “innumerables misioneros” de la justicia, la paz y la vida con toda su integralidad. Porque “la Palabra se hace vida” en nuestras familias, comunidades y ámbitos… Cristo ha resucitado de entre los muertos (cfr. Jn 20,9)

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