“𝐄𝐥 á𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐥𝐞𝐬 𝐝𝐢𝐣𝐨: 𝐍𝐨 𝐭𝐞𝐦𝐚𝐧. 𝐋𝐞𝐬 𝐭𝐫𝐚𝐢𝐠𝐨 𝐮𝐧𝐚 𝐛𝐮𝐞𝐧𝐚 𝐧𝐨𝐭𝐢𝐜𝐢𝐚, 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐚𝐮𝐬𝐚𝐫á 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫í𝐚 𝐚 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐛𝐥𝐨: 𝐡𝐨𝐲 𝐥𝐞𝐬 𝐡𝐚 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐝𝐨, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐃𝐚𝐯𝐢𝐝, 𝐮𝐧 𝐬𝐚𝐥𝐯𝐚𝐝𝐨𝐫, 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 𝐞𝐥 𝐌𝐞𝐬í𝐚𝐬, 𝐞𝐥 𝐒𝐞ñ𝐨𝐫. 𝐄𝐬𝐭𝐨 𝐥𝐞𝐬 𝐬𝐞𝐫𝐯𝐢𝐫á 𝐝𝐞 𝐬𝐞ñ𝐚𝐥: 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫á𝐧 𝐚𝐥 𝐧𝐢ñ𝐨 𝐞𝐧𝐯𝐮𝐞𝐥𝐭𝐨 𝐞𝐧 𝐩𝐚ñ𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐲 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐬𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐩𝐞𝐬𝐞𝐛𝐫𝐞” (𝐋𝐜 𝟐,𝟏𝟎-𝟏𝟐)
La alegría vence al miedo cuando triunfa el amor. La esperanza brilla en la humanidad cuando se deja sorprender por la vida. La sencillez irrumpe en el cosmos de la apariencia cuando nos dejamos acariciar con la ternura del Niño. La encarnación de la fe es lo más real de Dios…
Necesitamos superar dos de las tentaciones más fuertes de nuestra vida creyente: “obligar” a Dios a que haga o se manifieste como nosotros queremos, o “sustituir” a Dios -con nosotros mismos o con otras personas idealizadas- para dominar a los demás. Extorsión o manipulación son “pecados” tan frecuentes como nefastos para vivir-anunciar la Buena Noticia (Evangelio) a los sencillos pastores, a los buscadores de la ciencia, a los misioneros de la esperanza y a los migrantes de nuevos horizontes.
En esta época, como diría el Papa Francisco, no podemos balconear (ser meros espectadores) ni fotosofear (aparentar lo que no somos), sino “primerear” el regalo del “amor” sobre las palabras diplomáticas, la “ternura” de la contemplación mariana, la “esperanza” activa de José, así como la “samaritaniedad” que dignifique al que da y al que recibe.
Mientras que mucha gente religiosa se empeña en “estar cerca de Dios”, en la navidad descubrimos la permanente opción de Dios de “estar cerca de la humanidad”. Es la “encarnación” que vence a la evasión, la “acogida” del establo como espacio religioso, la “sorpresa” de los descartados que cantan como ángeles y la “liturgia laical” del santo pueblo fiel de Dios que se desclericaliza con la novena de navidad.
Porque la “alegría” de la Buena Noticia es más que un sentimiento, una palabra o un acontecimiento… es la misma persona de Jesús Niño, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
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