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Reflexión Bíblica Dominical: 24 de marzo de 2024

“𝙇𝙤𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙥𝙖𝙨𝙖𝙗𝙖𝙣 𝙡𝙤 𝙞𝙣𝙨𝙪𝙡𝙩𝙖𝙗𝙖𝙣 𝙮 𝙙𝙚𝙘í𝙖𝙣 𝙢𝙤𝙫𝙞𝙚𝙣𝙙𝙤 𝙡𝙖 𝙘𝙖𝙗𝙚𝙯𝙖: 𝙏ú, 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙚𝙨𝙩𝙧𝙪𝙮𝙚𝙨 𝙚𝙡 𝙏𝙚𝙢𝙥𝙡𝙤 𝙮 𝙡𝙤 𝙡𝙚𝙫𝙖𝙣𝙩𝙖𝙨 𝙙𝙚 𝙣𝙪𝙚𝙫𝙤 𝙚𝙣 𝙩𝙧𝙚𝙨 𝙙í𝙖𝙨, 𝙨á𝙡𝙫𝙖𝙩𝙚 𝙖 𝙩𝙞 𝙢𝙞𝙨𝙢𝙤 𝙮 𝙗𝙖𝙟𝙖 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙘𝙧𝙪𝙯”. (𝙈𝙘 15,29-30)
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El horror de la guerra, terrorismo, sicariato, femicidio, homicidio y todo tipo de muerte, no se puede justificar con nada y para nadie. Porque la vida es el valor supremo y la muerte es el dolor mayor, que se agrava cuando se provoca y se prolonga.

Por el contrario, el amor más grande es “dar la vida para que todos tengan vida” (cfr. Jn 3,15), tal como lo hace Jesucristo, sin estar condicionado por los merecimientos de los buenos ni por los pecados de todos. Porque “amarnos unos a otros como él nos ha amado” (cfr. Jn 15,12) rompe las barreras de la injusticia, venganza, resentimiento, abuso y todo tipo de violencia. El amor no pretende justificar nada, porque expresa la justicia plena; el amor no pasa factura del pasado, porque mira -con ojos de ternura- el horizonte de futuro; el amor no se rinde ante la maldad, porque arriesga todo por el bien de todos…

Así como hemos de “aniquilar la muerte” (cfr. Hb 2,14; Is 25,8), vamos a cultivar la vida, sin restricciones mentales o religiosas, con el corazón del Padre, el abrazo del Hijo y el aliento del Espíritu… para contagiar vida con amor y vacunarnos del odio con el poder desarmante de la cruz…
Esto implica el descentramiento personal, que subyuga el valor de la propia sobrevivencia, ante los sueños de justicia, equidad, fraternidad y libertad.

La tendencia a “salvarse a sí mismo” (cfr. Mt 27,42) nos suele impulsar a la autodefensa, la preservación de los derechos-privilegios adquiridos, el inmovilismo de los cómodos, el apropiamiento o abuso del poder, la negación de la evidencia y la traición a todo lo que hemos prometido, con tal de sostenernos en el bien-estar y la buena-vida, como el aceite que siempre está por encima del agua.

Si nuestra mamá hubiera preferido su comodidad sobre el amor, no hubiéramos nacido ni crecido. Si Jesucristo hubiera defendido su bienestar, no habríamos entendido-recibido el amor total del Padre. Si los profetas de hoy -sociales o eclesiales- no arriesgaran su vida por defender la vida, seguiríamos autodestruyendo nuestra humanidad sin misericordia. Si cada cristiano/a pensamos primero en nosotros/as mismos/as (comodidad, consumo, placer, prestigio o poder) es seguro que anulamos “la esperanza de la Cruz” e imposibilitamos “la resurrección de la Paz”.

En la práctica ¿nuestras reacciones y relaciones son auto-preservativas o jesucristianas? ¿narcisistas o pascuales?.
¡Contemplemos la luz del amor en la cruz de Jesús, que da vida… su vida!

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