Por el Dr. Jesús Antonio Serrano
Profesor, Maestría en Pastoral Urbana, Universidad Católica Lumen Gentium
En un colaboración anterior propuse cuatro aspectos que deberían tenerse en cuenta para avanzar en una catequesis que se urbanice, es decir, una catequesis que haga propio el paradigma de la pastoral urbana. En esta oportunidad quiero abundar en esos aspectos en un provechoso diálogo con las contribuciones hechas en este blog por el P. Manuel José Jiménez y José Luis Quijano.
Al emplear el adjetivo “urbano” suponemos que se toma conciencia de las condicionantes que trae consigo la vida citadina y las culturas urbanas en una acción pastoral. Esta toma de conciencia es en parte intelectual, pues requiere información y conocimiento multidisciplinario acerca de las características del habitar en las ciudades, de ahí que se abra a buscar aquello que le pueden aportar las ciencias sociales. Por otro lado, es también una toma de conciencia afectiva, que depende de una actitud personal hacia la ciudad. No se puede evangelizar una ciudad si no se le ama; si no se le mira con interés y compasión como lo hizo el Maestro (Lc. 19, 41). Esta opción catequética reconoce, acepta y promueve su condición urbana (cfr. DGC 326).
En otro tiempo, la atención o los aspectos que se tomaban en cuenta en la vida diaria y en la acción pastoral eran pocos y directos, propios de lo que se pudiera llamar “una vida sencilla”. En cambio, en la ciudad contemporánea vivimos en un constante desafío de complejidad (cfr. DGC 320-325). A pesar de que parezca caótica a veces, la complejidad es un orden de otro nivel. Existen muchos factores que reclaman atención sobre un mismo asunto y muchos asuntos que reclaman atención, normatividad, instituciones y, por lo tanto, se han multiplicado las mediaciones.
La catequesis urbana tiene que hacerse también compleja. Tiene que comenzar por situarse. Lo que preferiría llamar encarnarse o comprometerse, más que adaptarse. Recibe la orientación de las ciencias humanas y sociales, se hace preguntas y busca responderlas, más allá de lo conceptual.
La exposición catequética no puede formularse de una sola vez para todos, sin reconocer que en la ciudad existen diversas culturas. Se propone, entonces, establecer un vínculo de comunicación con cada una de ellas y esto significa traer ejemplos de la vida de cada uno de esos “mundos de la vida” y en particular interiorizar los valores que están presentes en cada uno de ellos. Los valores permiten establecer puentes. ¿Cómo se comunican los valores? Los valores adquieren una expresión propia en las culturas, a veces pueden ser gestos o signos, más que palabras (cfr. DGC 204-217).
Así como la catequesis incluye el lenguaje de los valores de las culturas, tiene que sensibilizarse de las condiciones subjetivas de sus destinatarios (vgr. DGC 354, 381). Una de las constantes de la vida urbana es la desigualdad. Muchos sufren por la marginación y la carencia de recursos, otros se encuentran en condiciones más estables e incluso prósperas. Difícilmente una comunidad dispone de todos los recursos que requiere, con frecuencia las niñas y los niños crecen en ambientes que no les ofrecen oportunidades y ello puede crear una cierta disonancia entre un mensaje idealizado, que no hace sentido ante las vicisitudes diarias. Estas condiciones corresponden también a la conformación y dinámica de los hogares: en muchos la violencia está presente y, en otros, la educación es precaria. En estas circunstancias las personas se acercan a la religión para fortalecer su esperanza y su fe, para tener motivos para creer en sí mismas, en otras personas y en la posibilidad de que las instituciones les apoyen, por encima de todo ello, a fortalecer su fe en un Dios que está cercano a sus vidas. Así, la catequesis tiene que promover a la persona a trascenderse en lo personal y en lo social.
El cuarto desafío corresponde a la oportunidad. Esto es, una catequesis que esté disponible, que responda en tiempo y lugar a las condiciones de vida urbana. Los horarios y los días son importantes, pero difícilmente en una parroquia un mismo horario puede ser suficiente para responder a las situaciones de tantas familias. Y qué decir de los espacios. ¿Cuáles son los espacios que hay que ocupar? Cuando nos identificamos como discípulos y misioneros, ello nos implica encontrar las coordenadas de espacio y tiempo en las que el Espíritu nos indica estar, por ejemplo, el encuentro kerygmático de Felipe y el Etíope, narrado en Hechos 8, 26-39.
La catequesis urbana tiene que reafirmar su presencia en el ámbito parroquial al que pertenece. En este tiempo, sin embargo, algunas parroquias están perdiendo sus fieles pues estos ya no llegan, o debido a cambios demográficos. Algunas parroquias carecen de un párroco y esto afecta su cohesión comunitaria. Todo esto implica crear condiciones apropiadas en centros catequísticos que atiendan a varias comunidades, a grupos que trabajen desde sus casas y, también aquellos que pueden funcionar en el ciberespacio a través de las nuevas tecnologías (cfr. DGC 370-372). Lo importante, en todo caso, es el vínculo de comunidad que se debe establecer y que sería una de las dimensiones principales a considerar al buscar estas alternativas.
Reservo unas palabras finales para hablar del catequista. Su función está siendo valorada en el nuevo Directorio General para la Catequesis (capítulo III), por ello, en la práctica, las personas que prestan este servicio a la comunidad requieren ser igualmente reconocidas y apoyadas, en virtud de la importancia del servicio que prestan a la construcción de la comunidad. Asimismo, la formación requiere enriquecerse. El contenido de la fe es de suyo basto e inagotable, pero el estudio de este no puede acaparar el currículum de la formación del catequista, quien debe adquirir también herramientas para comprender las culturas y la vida urbana (cfr. DGC 143-147), así como elementos técnicos para la educación y la comunicación (cfr. DGC 148-150).
Los escenarios y las exigencias para una catequesis que se urbanice son extraordinarios e inspiradores.
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