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Lucrecia Casemajor: Mujeres latinoamericanas, Mujeres para el Reino

8 de marzo. Nos autoevocamos y nos rendimos breves y simples homenajes. Nosotras. Mujeres latinoamericanas. Sabemos que con que nos quieran y respeten ya nos completan el cielo prometido de esta parte de la vida. Lucrecia Casemajor, poetisa y periodista nacida en la tierra del Papa Francisco, radicada en la Patagonia argentina, gusta decir de sí misma que es “una escribidora” de la vida, la fe, los hondos caminos del alma humana en relación con Dios. Nos regala esta reflexión que ahora ya está ante sus ojos.

 Mujeres para el Reino

El tiempo cronológico de nuestra vida –nuestro kronos– nos va beneficiando con el reconocimiento de lo experimentado, pero es el hoy, nuestro presente continuo, el que nos impulsa a dar la bienvenida a las vivencias únicas de cada día nuevo. Las líneas de tiempo trazadas por la historia nos hablan de las experiencias del ser humano sobre la tierra y nos permiten ver que, en cada tiempo, siempre priman los deseos permanentes de algo nuevo que sea mejor. Esta es la condición de la esperanza que habita en el corazón de toda persona humana. El deseo siempre viene cargado de esperanza y de una promesa de felicidad. Como la belleza, dirían los poetas. Así, buscamos cielos de nuevos horizontes.

Pensar hoy en las novedades que nos depara este tiempo de múltiples apreciaciones, deliberaciones, discusiones basadas en diferentes disciplinas e ideologías acerca de la mujer, se nos hace muchas veces inabarcable. Lo que no nos permite encontrarnos ni a nosotras mismas en esa maraña de teorizaciones donde las más de las veces, acontecen fuera de nosotras mismas y nos sentimos presas, poseídas por los vaivenes de las discusiones de otros y otras, según sus miradas.

Las mujeres vivimos de la novedad de cada día, porque vamos caminando en la realidad concreta de un mundo que, muchas veces nos atropella, otras nos da rotundamente la espalda, otras nos piropea como animalitos en exposición, y a veces, sólo a veces, nos escucha genuina y verdaderamente. Porque es una realidad que en este mundo compuesto por personas en el que hemos llegado a aceptar la diversidad de géneros, aún no hemos aprendido a escucharnos ni respetarnos ni siquiera entre nosotras mismas.

Hace pocos días, el Papa Francisco dedicó su meditación a la envidia y a la vanidad, y dijo “¡Cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, han caído más tarde en pecados de los que pronto se avergonzarían!”. Siguiendo estas palabras, podríamos atrevernos a mirarnos nosotras, entre las mujeres, para aceptar lo que tenemos por aprender. Nosotras somos responsables de reconocernos y aceptarnos empezando por casa, como la caridad bien entendida. Somos responsables de la imagen que tenemos de nosotras mismas.

A la hora de hablar de las mujeres o del ser mujer o de los espacios que merecemos, se nos presenta el desafío de mirarnos para adentro hondamente. No es cuestión de ser reflexivas, propositivas y asertivas sin haber pasado por el reconocimiento de quién soy. No se trata de mil teorías ajenas a mí misma.

Cada hermana, cada mujer de la casa de al lado, cada amiga es un mundo a descubrir, no una persona fuera de mí a la que puedo juzgar, criticar, envidiar.  Y eso nos sigue ocurriendo a las mujeres entre nosotras. Hay celos, envidias, vanidades y egos que saltan a la vista. Hay competencias y maratones para sobresalir. Hay todavía maneras de disentir o de expresarnos que son propias del mismo patriarcado que decimos padecer. Porque las mujeres, que mucho hemos avanzado en derechos en el último siglo y medio, aún tenemos mucho por aprender para andar entre nosotras y también en relación a los hombres que también están aprendiendo.

Y podemos hacerlo sin teorizar demasiado. Podemos pedir a otra mujer que sea nuestra acompañante espiritual. Podemos ejercitar el reconocimiento a los carismas de otra mujer. Podemos ponernos a la par de alguna que sepa más que yo para que me enseñe. Podemos buscar el caminar mirando a los modelos de mujeres que han trabajado descalzas como Mama Antula o que han padecido más que yo. Y tener las ganas de impulsarnos sin ser funcionales a ningún poder que no sea el del servicio. Podemos entender que la autoridad y el autoritarismo no son la misma cosa. Y poner por delante una mirada cargada de esperanza en lo cotidiano y ser proveedoras de confianza en la Providencia, como Teresita. Podemos seguir juntas en salida porque de eso sabemos un montón y multiplicar panes para el hambre que abunda. Podemos mirarnos a los ojos y abrazarnos en debilidades y fragilidades que todas padecemos.

Las mujeres latinoamericanas, con nuestra Mamá María de Guadalupe en la cabecera, podemos sembrar nuestra tierra de la preciosa novedad cotidiana que viene cargada de esa Esperanza que es la Fe en el Amor.

Hoy, Dios pide más Reino y somos mujeres corresponsables de su construcción a cada paso. Porque somos respiradas y respiramos por el eterno impulso de la Ruah Santa, tercera persona de la Trinidad que está pidiendo a gritos un nuevo Pentecostés para el mundo entero. (Lucrecia Casemajor)

 

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