Se está celebrando en Buenos Aires la Cumbre Climática de alcaldes, un evento que cuenta con la participación de representantes de más de un centenar de ciudades de todo el mundo. Un encuentro importante, donde se quiere avanzar en acuerdos y exigencias que ayuden a dar pasos que posibiliten la reducción del calentamiento global.
Nuestra casa común es una hermana
Entre los ponentes, dentro del Foro de Diálogo Interreligioso y Social ha estado Mons. Oscar Ojea. Comenzó su intervención citando la Encíclica Laudato Si, donde el Papa Francisco recuerda que “nuestra casa común es también como una hermana con la cual compartimos la existencia y como una madre bella que nos acoge en sus brazos”.
Esta hermana que, según el presidente del episcopado argentino “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso en los bienes que Dios ha puesto en ella”, denunciando que “hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”. Un subjetivismo que en palabras del prelado ignora “que nosotros mismos somos tierra, que nuestro propio cuerpo esta constituido por los elementos del planeta, su aire es el que no da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
¿Dejaremos a las generaciones futuras escombro, desierto y suciedad?
En una naturaleza vista como “un objeto de dominio del cual se puede extraer y succionar todo lo que se quiera”, Mons. Ojea ha llamado a reflexionar sobre el hecho de que “hayamos naturalizado la contaminación del agua, el aumento de las emisiones de gas, la desertificación por la tala indiscriminada de árboles y la perdida de la biodiversidad”, preguntándose si “¿dejaremos a las generaciones futuras escombro, desierto y suciedad?”.
La pandemia nos ha enseñado que “todo está conectado e interrelacionado”, en palabras del Obispo de San Isidro. Desde ha llamado a las religiones a descubrir su propio significado: volver a unir, desafiando a descubrir el llamado a “colaborar en la formación de una relación nueva, de un nuevo vínculo con el medioambiente, de nuevos vínculos en la convivencia social, en la relación con nosotros mismos y en la relación con Dios”, buscando “una autentica armonía en estas relaciones”.
Nueva espiritualidad que nos libere del descuido, indiferencia y abandono
Se trata de sentir “la necesidad de vivir una nueva espiritualidad que nos libere del descuido, de la indiferencia y el abandono, que supere el desarraigo cultural que se da en las grandes ciudades y que va en detrimento de la vida en comunidad”, una nueva espiritualidad del cuidado frente a la indiferencia. En ese sentido, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina cito a Víctor Frankl, que abogaba por la necesidad de “una estatua de la responsabilidad que es la otra cara de la libertad”.
Mons. Ojea ha insistido en que debemos cuidar nuestra casa común, pues “sin este cuidado de la vida, de toda vida por más pequeña que nos parezca, la persona deja de ser humana”, llamando a “combatir la cultura del descarte que nos lleva a naturalizar la indiferencia”. Desde el hecho de que todo está conectado, insistió en que “cuidar el ambiente significa al mismo tiempo hacer más fraterna la convivencia social”.
Madurar la espiritualidad del cuidado
Cuidar desde la realidad urbana, desde todos los que habitan la ciudad, también quienes viven en situación de calle por ejemplo, llamando a fomentar una educación que nos empatice, que provoque “un cambio de mirada para madurar la espiritualidad del cuidado”. En esa perspectiva recordó las cuatro emergencias creadas por la Comisión post Covid-19 del Vaticano: económica, ambiental, sanitaria y en seguridad. Emergencias que tienen múltiples vínculos e interrelaciones.
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“El fin de la vida política es la felicidad de los ciudadanos y aquí se abre todo un camino para reinstalar lo estético en la vida cotidiana”, afirmó Mons. Ojea. Algo que se concreta en el hecho de “volver más humanas las relaciones propias de la convivencia social”. De eso puso como ejemplo la labor y el enorme esfuerzo de muchas mujeres en algunos comedores comunitarios que visitó en tiempos de pandemia. Algo que definió como “verdaderas celebraciones de la vida en medio de situaciones sumamente dolorosas por el aumento de los contagios y por la pérdida de la vida de muchas personas en nuestros barrios”. Desde ahí no dudo en afirmar que “yo he sido testigo del trabajo de estas mujeres, que son un verdadero ejemplo de una espiritualidad del cuidado”.
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